Carta de Buenafuente marzo 2010
Queridos amigos:
Esta mañana la lectura breve de laudes nos invitaba nuevamente a la CONVERSIÓN DEL CORAZÓN.
Cada día, en cada momento, y más aún en este tiempo de cuaresma, necesitamos una renovación a fondo, un corazón nuevo. Tenemos que ser mujeres y hombres nuevos en Cristo; para esto necesitamos una unión más plena a Cristo en su misterio pascual, más oración, más austeridad, más caridad. Necesitamos más fe y más apertura a la Palabra de Dios. Esa Palabra que nos empuja a recorrer el camino del Éxodo, pero no aquél anterior a nosotros, sino nuestro propio éxodo, saliendo de nuestra casa, de nosotros mismos, percibiendo en el camino nuestra propia debilidad, acogiéndola y pidiendo fortaleza al Señor, pues en ese camino que cada uno debemos recorrer, que es exclusivo para cada uno, encontraremos luchas, tentaciones, experiencias enriquecedoras de luz y de gracia. Todo nos va a ayudar a crecer y a acercarnos más a Cristo que camina delante de nosotros y a nuestro lado.
Pero hermanos, cuantas son las veces que la cuaresma se hace solamente rito en nuestra vida y no la hacemos vida en nosotros. Estamos aún a tiempo de comenzar ese éxodo, que tal vez sea más interno que externo, pues quizás estemos viviendo más fuera que dentro y Cristo nos llama a la puerta, a ti y a mí, y resulta que no estamos; quiere hablarnos desde dentro y nosotros seguimos con la “antena” orientada hacia fuera. Sentimos tristeza y vacío en nuestro corazón porque no lo cuidamos. Entremos pues, acojamos nuestra debilidad, encontrémonos con nosotros mismos y acojamos a Dios en nuestra mayor intimidad. Al entrar en nosotros mismos nos llenaremos de su silencio, nos abriremos a su Palabra y al don de Dios.
Porque hermanos, la conversión es una vuelta de nuestro corazón al corazón de Dios, donde su compasión y misericordia acogen nuestra debilidad y la transforman.
No dejemos escapar este tiempo de preparación, fijemos nuestros ojos en la cruz de Cristo y con ella, en ella, seamos llevados hacia la Luz de la Pascua.
Que realmente pongamos todo de nuestra parte y dejemos que el Señor transforme nuestro corazón en un corazón como el suyo, “misericordioso, lento a la cólera, rico en piedad y clemencia”.
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