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CARTA ABIERTA. Desde un rincón del Brasil. Vuelta a Rondônia

José Miguel Capapé -

Después de casi cinco meses en los que he luchado por una rehabilitación de mi hombro casi imposible, en los que he tenido tiempo de soñar, de visitar a muchas de las personas que me han hecho ser como soy, en los que he podido pensar en mi futuro haciendo y deshaciendo planes continuamente, en los que he sentido rabia por tantas injusticias que ahora conozco más de cerca y que se acrecentan cuando uno vuelve al mal denominado primer mundo y percibe que las diferencias... son responsabilidad nuestra... vuelvo a Rondônia. Y lo hago con una ilusión renovada, con más realismo que antes, con el compromiso de luchar codo con codo con este pueblo.

La primera parada fue en São Paulo. El choque fue enorme. Una ciudad de grandes contrastes donde conviven los ricos con los pobres, un otro Brasil bien distinto del que ya forma parte de mi vida, que es el Brasil de Rondônia, la realidad de la agricultura familiar, de la lucha por la tierra, de la lucha por los derechos de los más pobres. Brasil no es una realidad única y el Brasil de Rodônia es tan desconocido en España como en las calles del centro de São Paulo.

El avión que me trae de São Paulo a Rondônia (con cuatro escalas nada menos) va lleno de personajes variados: el político que tiene la poca vergüenza de ganar lo equivalente a 20 o 30 salarios mínimos en Brasil (sólo hablo de un alcalde de una ciudad de unos 20.000 habitantes), el empresario, el fazendeiro (enemigo por definición del agricultor familiar), las brasileñas... modelo, con celular última generación, la señora que nunca hasta ahora viajó en avión y ni siquiera sabe abrochar el cin-turón, y... dejando espacio a la esperanza, el brasileño que por compromiso y conciencia solidaria deja la ciudad y se viene a trabajar con los indígenas, los
grandes olvidados y marginados de Brasil. En este caso era un joven dentista que venía de pasar unos días con la familia y que me cuenta cómo desenvuelve su trabajo de prevención y de tratamiento de los problemas dentales de la población indígena. Hablamos un buen rato de las dificultades para llevar a cabo su trabajo, de la falta de medios, del trabajo que desempeño con los agricultores... me enseña unas fotos. Su trabajo me parece admirable. Apenas tiene 25 años. Su opción me parece admirable.

En Ji-Paraná me esperaban dos de los trabajadores de ACARAM, una de las asociaciones con las que colaboro, una central de asociaciones de agricultores que está haciendo un trabajo muy bueno de sensibilización, de formación, planteando alternativas para mejorar la calidad de vida de los pequeños agricultores. Ya son casi la una de la mañana. Tengo ganas de dormir, así sea en un colchón en el suelo de uno de los humildes despachos de la asociación.

Nada más llegar ya me encuentro como en casa. En dos días he dejado las comodidades a las que inconscientemente estamos tan acostumbrados en España por la sencillez como este pueblo lleva el día a día.

Al día siguiente todavía me esperan casi ocho horas de autobús por caminos de barro, un viaje que se hace interminable, al tiempo que me ofrece unas bellas fotos de una región que parece haberse parado en el tiempo.

Durante el viaje me pregunto muchas veces si merece la pena esto que estoy haciendo. Me esperan horas y horas de compartir el tiempo con gente que lucha para mejorar su vida, para salir adelante, gente que poco a poco voy entendiendo, gente que poco a poco me va entendiendo también.

Aquí, y en todas partes, hay muchas cosas por las que luchar codo con codo con aquellos olvidados de los que mandan, de los políticos, de los adinerados, de los que sólo piensan en su bienestar, de los que viven preocupados sólo en sí mismos, modelos que la televisión plantea como ideales y que sin embargo están consiguiendo acabar con la verdadera humanidad.

Vuelvo a Rondônia, vuelvo a soñar con otro mundo diferente, vuelvo a soñar sueños de justicia, vuelvo a compartir mi vida, mi día a día, con los pobres y sencillos, de los que tengo tanto que aprender.

QUEM QUER A PAZ DEVE APRENDER A AMAR

    
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