Comentarios Vocacionales de Adviento. Primero Domingo – Ciclo B.

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Primer domingo de adviento

Is 63, 16b-17.19b; 64,2b-7
1 Cor 1,3-9
Mc 13,33-37

Comentario vocacional

Ciudad Redonda. Un lugar para compartir lo que somos.Nos introducimos en el camino del adviento, un camino en el que encontramos todos los elementos de una vocación. En este primer domingo ya descubrimos algunas ideas que pueden ayudar tanto a los que buscan y disciernen su vocación como a los que siguen madurando en la respuesta y la misión.

El evangelio que nos propone hoy la liturgia es la última parte del discurso escatológico que nos ofrece Marcos. En su contexto, es un discurso que describe las dificultades de la misión de la Iglesia en este tiempo intermedio antes de la venida definitiva del Hijo, es decir, el tiempo del presente. Ante esta situación, estas palabras vienen a ser una exhortación a la fidelidad y la perseverancia de la primera comunidad cristiana.

También en la primera lectura encontramos un contexto de dificultad y opresión ante el cual está el riesgo de volverse al Señor y señalarle como culpable. En este texto de Isaías se intercalan tanto las acusaciones (“¿por qué nos extravías de tus caminos?”) como las manifestaciones más tiernas de confianza (“Señor, tú eres nuestro padre, nosotros la arcilla y tú el alfarero; somos todos obra de tu mano”).

En nuestra historia vocacional encontramos también muchas dificultades y problemas. Algunas veces será el constatar nuestra propia fragilidad y nuestro pecado; otras el desánimo y sensación de fracaso en el trabajo pastoral; o la desilusión de la vida comunitaria o de unas expectativas que nunca se llegar a realizar, etc… Quizás en esos momentos vivimos la angustia y por ello la tentación de tirarlo todo por la borda porque el peso es demasiado fuerte. ¿Por qué seguir siendo fiel? ¿Por qué mantenerse cuando parece que solo se trata de tener una vida de masoquista con un sufrimiento sin sentido?

En definitiva, ¿por qué seguir fiel a la llamada recibida y a la misión encomendada?

A pesar de todo esto, la certeza es que Dios Padre es quien nos llama y nunca nos dejará solos. Él es nuestro padre, el origen de lo que somos; el alfarero, el artista que nos hace a su gusto (¡pero con qué buen gusto!; porque nos crea a su imagen y semejanza). Es un Dios que hace todo lo posible por el que espera en él, un Dios que sale al encuentro “del que practica la justicia y se acuerda de sus caminos”. Si vivo en la oscuridad de la duda y la crisis será o bien porque me he olvidado de él y ya no espero nada de él, o bien porque ya no sé lo que significa practicar la justicia en mi vida y tengo un corazón de piedra. ¿Por qué la duda en mi vida, en mi vocación, en mi respuesta?

Este Dios, que es Padre, nos ha enriquecido en todo y por ello no carecemos de ningún don (segunda lectura). Por ello tenemos una obligación moral con los dones que nos ha dado. No nos podemos echar en saco roto o guardarlos para nosotros mismos. Son dones, carismas, para la comunidad, para los demás. Dones, en definitiva, dados para la misión. Si reculo, si me echo atrás sería echar a perder los regalos, los dones que Dios me ha concedido y esto no sería justo para aquellos que nos esperan.

Pero lo que más nos tiene que animar es el grito de júbilo del apóstol “¡Y Él es fiel!”. Nunca podremos olvidar esta confesión de fe. Dios, el Padre que nos llama, es fiel a su promesa de estar siempre con nosotros y acompañarnos en la tarea que nos ha encomendado.

Por eso tiene sentido la invitación que Jesús nos hace por tres veces en el evangelio: Vigilad, velad. Porque es momento para la fidelidad, el coraje, la perseverancia, evitando la impaciencia, el sueño, el temor o la relajación. Estos son enemigos de muerte para la vocación. Vigilad, velad, porque hay mucho que hacer, hay mucho en juego hasta la llegada del dueño de la casa.

Ideas vocacionales para la homilía

  • En la misión que el Señor nos ha encomendado no faltan las dificultades y las pruebas. De nuestro corazón puede salir una exigencia a Dios para que intervenga y suprima las dificultades o podemos comprometernos en la fidelidad.
  • ¿Qué razones tenemos para seguir siendo fieles? Primero porque Dios es nuestro padres y alfarero. Él nos ha hecho y somos obra suya. No hay lugar para la desesperanza. Además, él nos ha bendecido con diferentes carismas y dones. Pero sobre todo él es fiel, y aquí está la garantía de nuestra fidelidad.
  • La conclusión es evidente: no hay que dormirse en la misión encomendada. Hay que estar siempre en vela.

Preguntas para la reflexión personal o de grupo

  • ¿Qué situaciones del mundo o de la iglesia me desaniman en mi seguimiento del Señor?
  • ¿En qué circunstancias de vida me encentro más desanimado? ¿Por qué?
  • ¿Qué significa hoy para mi que Dios sea mi padre y alfarero; y que yo seas la obra de su mano?
  • ¿Cuáles son los dones y carismas que Dios me ha dado? ¿Para qué me los ha dado? ¿Qué uso hago de ellos?
  • ¿Cómo vivo la experiencia de fidelidad de Dios para conmigo?
  • ¿Cómo resuena en tu corazón la invitación de Jesús a velar y vigilar?

 

Un poco de poesía

En medio de la sombra y de la herida
me preguntan si creo en Ti. Y digo
que tengo todo cuando estoy contigo:
el sol, la luz, la paz, el bien, la vida.
Sin Ti, el sol es luz descolorida.
Sin Ti, la paz es un cruel castigo.
Sin Ti, no hay bien ni corazón amigo.
Sin Ti, la vida es muerte repetida.
Contigo el sol es luz enamorada
y contigo la paz es paz florida.
Contigo el bien es casa reposada
y contigo la vida es sangre ardida.
Pues, si me faltas Tú, no tengo nada:
ni sol, ni luz, ni paz, ni bien, ni vida.

(José Luis Martín Descalzo)

    

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