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118. Concilio de la Iglesia sobre la Iglesia

Alfredo María Pérez Oliver, cmf -

Con los cantarillos anteriores se percibe que el Concilio quiere responder a la pregunta: Iglesia ¿qué dices de ti misma? Y quiere profundizar en su misión dentro, en su interioridad, y en su relación con el mundo. Dicho de otra manera, comprenderse en su “misterio” y en su ministerio salvífico. La Iglesia iluminada por Jesucristo Resucitado “Lumen Christi” que es la luz del mundo, debe irradiar el resplandor recibido sobre la humanidad “Lumen Ecclesiae-Lumen Gentium”.

Después de la amplitud dada al axioma, “Fuera de la Iglesia no hay salvación”, (Cf.L.G. 13-16), inmediatamente recuerda la obligación de cumplir el mandato de del Señor Jesús, que dijo: Predicad el Evangelio a toda criatura”(Mc.16,15). El Concilio reflexiona sobre su obligación misionera para llevar la salvación a todos: Como el Hijo fue enviado por el Padre, así también envió a los apóstoles a enseñar a todas las gentes todo lo que les había mandado. Y para que no se sientan incapaces les promete:”Yo estaré con vosotros siempre hasta la consumación del mundo.” (Mt.28,20)

El discípulo tiene pues que saber mirar al mundo al que es enviado. J.B. Metz advierte la necesidad de contemplar al mundo y no desconectarse de él. Hay que cultivar la “mística de los ojos abiertos” y no excavar fosos en el alma.

El Reino de Dios

Nuestro Señor Jesús dio comienzo a la Iglesia predicando la buena nueva, es decir la llegada del Reino de Dios: ‘El plazo se ha cumplido. El reino de Dios está llegando. Convertíos y creed en el Evangelio’(Mc.1,15) (Cf. L.G. 5)”

San Lucas presenta este comienzo de una manera más solemne. En la Sinagoga de Nazaret le entregan el libro del profeta Isaías y  al desenrollarlo encontró este pasaje: “El Espíritu del Señor está sobre mí, porque me ha ungido para anunciar la Buena Noticia a los pobres; me ha enviado a proclamar la liberación de los cautivos y dar vista a los ciegos, a liberar a los oprimidos y a proclamar un año de gracia del Señor”

Todos en la sinagoga tienen los ojos fijos en Él. Y comenzó a decirles: “Hoy se ha cumplido ante vosotros esta profecía.” (L.c 4. 17-21)

Y comienza la dinámica del Reino que “brilla ante los hombre en la palabra, en las obras, en las obras y en la presencia de Cristo.”(L.G.5)

Una Historia real para comenzar.

Es probable que  si en una asamblea de cristianos de siempre, se les pidiese que alguien explicase qué es ese Reino de Dios que ya ha llegado, el silencio fuera la respuesta. Así me ocurrió en una convivencia de unos 30 jóvenes (ellos y ellas), todos muy a gusto sentados rodeando el altar. Comienza la homilía con una pregunta: ¿Por qué dice san Mateo (4.17) que hay que convertirse porque el Reino de Dios está cerca? ¿Qué es ese Reino para que exija conversión? ¿Qué clase de conversión?

La respuesta fue que lo explicase yo, porque esas preguntas alucinan. Me figuro que mis amigos del Pozo, aquende y allende los mares, me dicen lo mismo: ¡Explíquese!
&.- El Reino es una palabra que aparece 99 veces en los evangelios sinópticos. Y 90 en boca de Jesús. Indican que lo más esencial de la predicación de Jesús es anunciar el Reino de Dios. Para entenderle, los oyentes tenían que convertirse. No precisamente de una vida desastrada, sino cambiar la mente. Ese fue el estupor del maestro fariseo Nicodemo, que le visita de noche para que no se enterasen sus colegas. Sin embargo no esperaba que Jesús le parase los pies antes de comenzar la sabia controversia que imaginaba. Si no naces de nuevo no vas  a entender nada de nada. (Cf. Jn. 1-20). Pero la voluntad sincera hizo que guardase en su corazón las sorprendentes explicaciones de Jesús y se convirtió en un discípulo oculto. No creo sea juicio temerarios el pensar que no quería perder sus privilegios. Supo nadar y guardar la ropa, hasta que dio el paso de gigante de dar la cara, precisamente cuando los apóstoles y cercanos huyen atemorizados.  (Cf. Jn. 19.38-40)

El Reino que predica Jesús no es el que esperaba los dirigentes políticos y religiosos que demuestran un rechazo feroz  y buscan la manera de quitarlo de en medio sin provocar a la mayoría del pueblo sencillo y marginado que lo acepta con entusiasmo.

No es posible soslayar la equivocada razón de unirse a Jesús de sus elegidos apóstoles. Pedro quiere enseñar a Jesús lo que debe hacer el Mesías  y le corrige  sin aceptar los horizontes que presenta su Maestro al subir a Jerusalén .La respuesta es dura: “¡Ponte detrás de mí, Satanás! Eres para mí un obstáculo, porque tus pensamientos  no son como los de Dios, sino como los de  los hombres”(Mt. 16.21-23)

Tampoco comprenden nada los hijos del Zebedeo  que desean los primeros puestos en un Reino político que dominará a todos los pueblos. No saben lo que piden. (Mc 10,35)

No entienden, no comprenden la novedad que se hace presente con la persona de Jesús. No sólo anuncia, sino que es su protagonista.

Esta comprensión equivocada se hace presente a través de los siglos.

Sólo algún rasgo. En la Edad Media, la Iglesia y el Imperio formaban una sola cristiandad, en la que lo espiritual y lo secular estaban unidos. Los Obispos eran al mismo tiempo príncipes imperiales y el Emperador y los reyes exigían poder espiritual. Puede consultarse el capítulo “La Iglesia en la historia y en la sociedad” del Catecismo para adultos de la Conferencia episcopal alemana. (pgs 284 y stes).

Toda la historia está marcada por la ambición de poder de un sector y por otra parte las protestas, a veces violentas, de grupos que piden fidelidad al Evangelio. Los santos no protestan con algaradas. Lo hacen más que con palabras con su vida. Es paradigmático San Francisco de Asís.

Una anécdota luminosa

No puedo hacer la cita textual, pero aseguro que es histórica. El joven Francisco de Paula, busca su camino, según la voluntad divina. Acompañado de sus padres peregrina a Asís. Al llegar a Roma, topan con una lujosa carroza, protegida por palafreneros. Pregunta quien es el noble dueño de esa carroza. Le contestan que es el Cardenal Cesarini. El joven Francisco, encendido por la ira, salta a los estribos de la carroza, abre las cortinas y con rabia exclama:” Estos lujos no son las que debe vivir un discípulo de Cristo”.

Suerte tuvo que  topó con el Cardenal Cesarini, que era conocido por su amabilidad. Por eso no lo envió a las cárceles vaticanas y le contesta: “Ya se ve que eres joven y no entiendes que la Iglesia necesita esta magnificencia para ser respetada.”

Supongo que nuestro impetuoso se bajó de los estribos totalmente desconcertado. Unas palabras que quedan dentro para motivar más y más la fundación de sus “Mínimos”.

Pero la historia sigue más o menos por esos derroteros de no entender. Jesucristo solucionó el problema con sus apóstoles prometiendo el Espíritu Santo que les explicará y les dará fuerzas para ser sus testigos.

La vida de muchos santos es la protesta continua ante estas tergiversaciones del  Reino de Dios.

Hasta hoy. El Papa Francisco denuncia  y proclama que seguir a Jesús es servir y dar la vida. Y no hacer carrera. ¡Fuera carrerismos!

Resulta que este cantarillo  lleva el agua turbia de lo que no es el Reino de Dios. A ver si llegan al pozo aguas cristalinas que iluminadas por el Espíritu prometido, expliquen al menos algunos rasgos verdaderos del Reino que anunció Jesús.

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