113. En calderilla
El Cardenal Daniélou, dictó una conferencia en Barcelona, poco después de finalizar el concilio. Afirmó: “Si el Pueblo de Dios entiende y vive el Concilio, éste dará grandes frutos; si no lo entiende y no lo vive, el Concilio será un libro más para las bibliotecas de los seminarios y universidades eclesiásticas.” Y Pablo VI sueña –soñar no cuesta nada- que la vivencia del Concilio será “el comienzo de muchas cosas”.
Una anécdota para comenzar
El torrente que llega al pozo ha dejado una torrentera en el fondo. Allí encuentro seis tomos de quinientas a más de mil páginas cada uno. Firmas de los mejores teólogos postconciliares europeos. Y me acuerdo de una conversación en la sede de la conferencia Episcopal en la calle Añastro, con uno de los redactores de un documento publicado por la Conferencia Después de alabar la profundidad teológica, me atreví a añadir que no lo iba a leer nadie. No encajó demasiado bien mi opinión y su respuesta espontánea fue:”¡Hombre!, nosotros damos la doctrina y que los curas en las parroquias lo expliquen en calderilla.” Y aún tuve valor para rematar la faena al afirmar: “Aunque se lo diesen en calderilla a los curas, no sé si la repartirían.”. Pero como es un amigo que aprecia la verdad y la franqueza baturra, seguimos siendo amigos. Yo intentaré cambiar esos tomazos con profundos estudios, a la calderilla que la gente maneja. ¿Dónde estará la ventanilla para poder ofrecerme tanta calderilla?
Y ya con el tema de la amistad, acabo de leer un mensaje que un amigo me envía como comentario al cantarillo 112:”Me quedo prendado de la sencillez, de la oportunidad de los ejemplos, del lenguaje popular y de subrayar aspectos que algunos olvidan y otros tal vez no los hayan oído en su vida…sigue dándonos a beber a sorbos el agua fresca…”. Le respondo con mi gratitud porque esos ánimos ayudan a no tirar la toalla ante no pocas dificultades. Y reitero mi gratitud a Dios que sigue escribiendo con mi lápiz bastante escorchado. Pero con el grafito bien afilado. Todo lo bueno del escrito no es del lápiz, sino de la Mano divina.
Preámbulo.
Creo importante, para que se pueda medir la actitud personal y la del grupo ante la doctrina conciliar, recordar lo que es “La recepción eclesial”.
Explica el teólogo R. Blázquez, ahora Cardenal, es un proceso por el cual un grupo hace suya una determinación que él no se dio a sí mismo, pero reconoce que conviene a su vida. La recepción no se identifica con la obediencia a una autoridad, sino que comporta una colaboración de consentimiento porque ayuda a los recursos espirituales propios y originales. La recepción atestigua la vigencia real de esas posturas avaladas por la eficacia de las mismas.
Un claretiano joven se confiesa.
Viví una formación cerrada. No salíamos de vacaciones. Apenas prácticas de apostolado. Se pensaba que había que estudias y estudiar, llenar la cabeza y el corazón para luego poder dar. Ese el sistema formativo que recibí. Y no participo del ingenio de un compañero que me decía. “Hemos salido bien formados por contraste”
Pero ya ordenado sacerdote, se habría la puerta del chiquero y era la oportunidad para salir a galope a la plaza. Y si no te encontrabas a nadie en el ruedo, pues a saltar la valla y hasta la barrera.
A los cuatro años de mi ordenación sacerdotal, salta la sorpresa del anuncio de un Concilio Ecuménico convocado por Juan XXIII al acabar el octavario por la Unión de las Iglesias, era el 25 de Enero de 1959. Sigue la formación de comisiones de trabajo y el 11 de Octubre de 1962 se inauguraba el concilio. El Papa lo convocó porque sintió un impulso del Espíritu. Por eso con su campechanía, un poco socarrona, cuando algunos cardenales le manifiestan su temor de que sea un fracaso, responde: “Pues convocaremos otro para arreglarlo”.
De la euforia a la prudencia.
No voy a insistir en el entusiasmo con que seguía las crónicas de las sesiones conciliares. Pero antes las primeras aplicaciones de los primeros documentos sobre la Liturgia y la Iglesia, se disparó la alarma. Me parecieron algunas superficiales y otras hasta erróneas, y tuve que activar mi sagacidad para juzgarlas. Confirmo con algunos ejemplos.
- Reunidos varios arciprestazgos de una archidiócesis, los sacerdotes reclaman al arzobispo la aplicación de la norma de celebrar loa sacramentos en lengua vernácula. Y sobre todo la Santa Misa cara al pueblo. El Arzobispo acepta pero insiste en la responsabilidad que se adquiere al presentarse de cara a la Asamblea. Ahí quedó toda la recomendación y nada de la posibilidad grande que se tenía para que los asistentes participaran, unidos al presidente, de ofrecerse junto a Cristo Cabeza. Y con Él dar gracias, alabar, suplicar. El hacer consciente a todo el Pueblo de Dios que lo pasado era una pena… el mandato de “oír Misa”. Y si se llegaba al momento del Ofertorio, ya se cumplía. Así que el arzobispo recomendaba únicamente saber “posar”.
- El descubrimiento gozoso de que todos somos Iglesia, llevaba a no pocos a admirar el bosque y no valorar la calidad de cada árbol. Oí a un cura. “Lo importante es ser Iglesia. Y es lo mismo ser dominico, que capuchino, que escolapio. El buen cura debió esperar un tiempo para que fuera calando la recepción completa. Con gozo oí a un Obispo de una gran diócesis: “Espero que los religiosos sirvan y adornen a la diócesis con una fidelidad total a su carisma.”
- Universal vocación a la santidad. El capítulo V de la constitución sobre la Iglesia fue con demasiada frecuencia malentendido y en parte por reacción al ambiente doctrinal que se enseñaba: Los perfectos eran los Obispos, y los sacerdotes y religiosos eran los selectos llamado a la santidad, y quedaban la Iglesia discente formada por todos seglares que como “dóciles ovejas” deberían obedecer a sus Pastores y salvarse cumpliendo los mandamientos.
El Capitulo V, pilló a los dos primeros grupos con el paso cambiado. No era fácil darse un golpe en el tacón para cambiar el paso. No había en ese tiempo una tanda de Ejercicios a consagrados que no me encontrara con la crisis de uno o varios, por razones afectivas o comunitarias o de autoridad, que justificaran su opción de abandonar, al decir: “Total en todas partes puedo ser santo.” Costaba hacerles reflexionar para que comprendieran que el Concilio lo que enseñaba era que todas formas de vida están llamadas a la santidad, pero que cada cristiano debía descubrir el lugar dónde Dios quiere que trabaje por el reino de Dios. Si no aceptaba esa llamada, no se trataba de que se fuera a condenar, pero sí que era un hueso fuera de sitio que tendría más dificultades para santificarse,
No es fácil la recepción equilibrada de un Concilio. Se necesitan muchas décadas, y pasar por muchas etapas. El teólogo C. Floristán así vio la recepción del Concilio en Iglesia española.
- Primera etapa del entusiasmo de 1965 a 1971.
- Segunda etapa de la contestación de 1971 a 1975.
- Tercera etapa de la transición de 1975 a 1978.
- Cuarta etapa de la involución de 1978 1985. (Cf. “El Vaticano II, 20 años después!)
A bote pronto es claro que esas cuatro etapas son un título sensacionalista. No pudo haber una frontera con muro infranqueable. La realidad es que se vivieron más o menos mezcladas en un mismo tiempo -como el autor reconoce- y de modo distinto por las diversas diócesis y grupos y Órdenes religiosas.
El cantarillo me avisa que ya rebosa y el agua cae en tierra. Lo tranquilizo al explicarle que en esa tierra regada por su agua sobrante he sembrado semillas de esperanza.