112. Las tres grandezas de Pascal
El conocido pensador Pascal ha formulado tres grandezas que hay en el mundo: la grandeza de los cuerpos, la grandeza de la inteligencia y la grandeza de la Gracia. Y señala que entre la grandeza de los cuerpos con vigor, salud, hermosura y la grandeza de la inteligencia y del genio, hay una distancia casi infinita. Me permito introducir la cuña de una simpática anécdota del genio Albert Einstein y la bellísima artista Marilyn Monroe. Ambos coincidieron en la celebración de un acontecimiento. Marilyn se acercó al profesor y con galantería le manifiesta que harían una buena pareja a la que seguirían unas criaturas tan guapas como ella y tan inteligentísimos como él. La respuesta fue inmediata: “Pudiera ser que no resultara así, porque es muy probable que nacieran niños tan feos como yo y con su inteligencia.”
Aquí está bien marcada la distancia entre la primera y segunda grandeza.
La tercera grandeza, afirma con rotundidad, que la distancia entre el genio y la Gracia es “infinitamente más infinita”. Esta tercera grandeza se eleva sobre cualquier otra, tanto como la estrella más lejana con años luz para poder captarla los astrónomos.
Para comprender esta afirmación, recordemos que la Gracia es la Presencia de Dios. Es muy claro el mensaje de el arcángel Gabriel a una joven virgen de Nazaret:”Alégrate, llena de Gracia, El Señor está contigo”.(Lc. 1.28). Es un repetido mensaje que significa lo mismo. Es importantísimo captar esta realidad sin más flecos. Intento acudir a la raíz soslayando los múltiples efectos que los teólogos explican. Pero sobretodo hay dos posturas fundamentales entres los cristianos sobre la Gracia que es preciso superar.
La gracia increada es Dios presente en el alma y gracia creada es el efecto producido en el alma por la presencia la Trinidad beatísima. Bellamente explica Ruiz de la Peña: “Por Gracia hay que entender la realidad del amor infinito de Dios dándose y, correlativamente, la realidad de la indigencia absoluta del hombre colmándose de ese amor divino. El término gracia denota, por tanto, no una cosa, sino una relación en la forma de encuentro e intercambio vital entre dos seres personales.” (“Creación, Gracia, Salvación”pg 86)
La gracia de Dios se reveló en Jesucristo.
La venida de Jesucristo muestra hasta donde puede llegar la generosidad divina. El deseo de la Gracia de Dios encabeza casi todas las cartas apostólicas y muestra que es el don por excelencia y el que resume la acción de Dios y todo lo que podemos desear a nuestros hermanos.
En la persona de Cristo “nos han venido la gracia y la verdad.”(Jn.1.17)
Emerge casi espontáneamente, la pregunta, ¿Cuál es el medio que se ha servido la misericordia de Dios, para dar a conocer a través de los tiempos la Buena Noticia. San Mateo y san Marcos son bien explícitos: “Id por todo el mundo y proclamad la Buena Noticia a toda criatura” (Mc. 16. 15). San Lucas no olvida el detalle y advierte al lector, que para esa misión, necesitarían ser fortalecidos: “Por mi parte, os voy a enviar el don prometido por mi Padre. Vosotros quedaos en la ciudad hasta que seáis revestidos de la fuerza que viene de lo alto.” (Lc.24.49)
Cumplieron al pie de la letra y unidos en oración con María la Madre, recibieron el Espíritu Santo Y con ardor comenzaron a decir al mundo que Dios Padre lo ama y ha enviado a su Hijo. Y con Él su Gracia y su Verdad. Nace así la Iglesia bajo el amparo de María Madre.
Y a través de los tiempos cumple su Misión. Pablo VI afirma rotundamente en su “Evangelii Nuntiandi”:” La Iglesia existe para evangelizar.”
Dos modos de ver a la Iglesia.
El P: Raniero Cantalamessa con su habitual destreza y profundidad, nos explica que entre los dos modos de ver la Iglesia existe la misma diferencia que hay entre ver las vidrieras de una Catedral de la Edad Media desde el exterior o desde dentro a contraluz. Desde fuera no se ven otra cosa que cristales oscuros unidos por tiras de plomo o metales, pero desde dentro es todo un surtidor de colores y armonía y figuras llenas luz y color.(Cf. María Espejo de la Iglesia” pg 34)
Viví esta experiencia hace años, al participar en la Misión Popular que se predicó en León. Los misioneros llegábamos en procesión hacia la catedral, donde se tendría la apertura. Veía la monumental Iglesia y sus vidrieras, desde fuera, oscuras y si nada que llamara la atención. Pero entramos, y de repente nos inunda una catarata de luz multicolor que no cesaba de admirar.
Los feroces militantes antieclesiales, sólo ven desde fuera las erosiones que el paso del tiempo y las inclemencias han deteriorado fachadas externas. Pero los cristianos de hoy, desde 1965, tenemos el gran privilegio de conocer desde dentro, al detalle, las maravillas de la Iglesia que nos muestra con potentes focos el Concilio Vaticano II.
Volver al Concilio
Admiro el optimismo de de los Papas que una y otra vez invitan a volver al Concilio. Se vuelve a un lugar que se ha visitado antes. Mi experiencia me confirma que bastantes discípulos de las tres formas de vida cristiana tienen que ir por primera vez al Concilio Vaticano II, que es, con seguridad, la reforma más amplia y profunda que se ha realizado en la Iglesia en los veinte siglos de su historia. Por muchas razones. Comenzando por el número de Padres Conciliares. Basta comparar los 2.540 con los 750 del Vaticano I y los 238 de Trento. Pero es más importante comprobar que todos los Concilios anteriores, desde el primero de Jerusalén, fueron provocados para examinar y condenar herejías o desviaciones que había que enderezar. En cambio el Vaticano II, no intenta declaraciones dogmáticas sino sobre todo examinarse a sí misma. Un Concilio pastoral que iluminara la acción evangelizadora. Como dijo San Juan XXIII, llevar al mundo la frescura del Evangelio. Recuerdo que comparó a la Iglesia con la fuente de agua limpia y fresca del pueblo, que podrá estar rodeada de musgo y maleza, pero eso no afecta al fluir del agua que brota con fuerza del manantial. El Papa al convocar el Concilio .por sorpresa, abrió además, una gran ventana al ecumenismo. Los protestantes ya no debían ser los herejes, sino los hermanos separados. Hubo tal euforia que me contaba, un teólogo religioso, nombrado experto conciliar, que entonces en Roma al llegar los Padres conciliares si se encontraban con un luterano le abrían los brazos abrazando al hermano separado. Por el contrario, si se encontraban con un religioso, le espetaba sin paliativos.”Religioso, ¿eh? Ahora os vamos a meter en cintura. Se van a acabar vuestras exenciones.” Este fue el talante de no pocos Obispos. Me lo confirmó años después la confidencia que recibí de un Jefe de Sección del Dicasterio de la “Doctrina de la fe”. Me dijo que habían tenido noticia de que unos mil Obispos llegaban con el deseo de abolir la exención de las Congregaciones de Derecho Pontificio. Pero les salió el tiro por la culata, como se explicará a su debido tiempo.
Pablo VI, el Papa Providencial, que continuó el Concilio interrumpido por la muerte de Juan XXIII, repetía una y otra vez: “El Concilio nos obliga. Debemos comprenderlo. Debemos seguirlo.”
Sólo pregunto a mis amigos del Pozo, si en sus Parroquias o Movimientos o grupos, se han explicado los Documentos Conciliares. Sobre todo las cuatro grandes Constituciones dogmáticas. El cantarillo rebosa y no cabe más.
Me asomo al pozo y veo que llegan torrentes de agua conciliar y suben hasta el brocal. La de cantarillos que se van a poder llenar para “volver al Concilio”.