Goya, pintor mariano

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    El Goya de los Cartones para la Real Fábrica de Tapices, Cartones que son como una crónica cromada de la España de entonces. El Goya de los Caprichos que abren la escuela del esperpentismo críti­co social. El de los Aquelarres en los que la cromía se avergüenza de ser tal… y se escon­de. El de las Majas en el balcón y fuera del balcón. El de los frescos en San Antonio de la Florida volcados en colores con sangre den­tro. El de los Fusilamientos en los que el horror refuerce el colorido.

Ciudad Redonda. Un lugar para compartir lo que somos. El áulico en el que las Familias y Personajes Reales aparecen sorprendidos en primeros planos que ironizan tanto como exponen… El de los rostros melancólicos aunque sea en las caras de lecheras… Este Goya y el otro Goya. Todo cupo en él porque él se desparramó en todo.

Y también el Goya hagiográfico; como que tiene casi un santoral en pintura. Y, a esto vamos, el Goya pintor mariano.

Ahí está en las bóvedas del Pilar zara­gozano, su Virgen encarnación de las Virtudes Teologales Cristianas. La Virgen de la Fe, de la Esperanza y de la Caridad… Y se atrevió con la vida de la Virgen María en esas once composiciones de tamaño natural que enriquecen más aún a la Cartuja, también zaragozana del Aula Dei.

A Goya le gustó muy mucho el miste­rio mariano de la Anunciación. Quizá porque él estuvo siempre en espera de esa nueva noti­cia que nunca le llegó. Las Anunciaciones de Goya sorprenden por su dinamismo, por su perfecta angulación de las figuras, por sus espacios de silencios y aún de espasmos.

Y junto a sus Anunciaciones, su Asunción de la Virgen, una Asunción que pone grito y exigencia de cielo en la parro­quial de Chinchón. Se nota la levitación del cuerpo. No es una idea mariana la que sube. Es una mujer que, sin dejar de ser tal, es ya mujer trascendida.

Y su Sagrada Familia, sin el acaramela-miento de Murillo, pero también sin la apa­rente indiferencia de los personajes que defi­nen a las del Greco. Y sus Dolorosas, que parecen estar contando sus espaldas para soportarlas mejor…

Goya era aragonés. Goya era zaragoza­no. Goya era de Fuendetodos. Y quiso dejar una firma de estas tres vivencias en su Virgen del Pilar, allí en la parroquial de su pueblo, en Fuendetodos.

Lo que ocurre es que en esta España de las libertades desatadas, hay críticos goyianos que nos meten las Majas hasta en la sopa y silencian al Goya de San Femando (1780) leyendo su discurso de entrada presentando un cuadro: El Cristo crucificado. Y silencian al Goya mariano que es tanto como silenciar a la mitad de su alma…

Los mismos críticos que consideran un pecado de lesa modernidad decir que una de las piezas más significativas de Lorca lleva este título: Oda al Santísimo Sacramento. Son cosas de esta crítica alicorta, con la que muchos se engañan y quieren engañar.     

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