Blaise Pascal (1623 – 1662)

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“Hay que conocer a los hombres y las cosas
humanas para amarlos. Hay que amar
a Dios y las cosas divinas para conocerlos”

Querido Blaise:

La historia te reconoce como un genio. Matemático, filósofo, teólogo, apologeta, literato consagrado, polemista brillante, y todo ello dentro de una vida breve –39 años- y de una existencia atormentada. Pero ¿cómo situarse ante un hombre excepcional que avanza siempre sobre el filo de la navaja?

Ciudad Redonda. Un lugar para compartir lo que somos. Por ejemplo, después de leer tus pastorales y comprobar tu relación íntima con Port-Royal, muchos no dudan en declararte jansenista, pero, ya ves, un filósofo y teólogo de la categoría de Zubiri ha escrito que “el presunto jansenismo de Pascal resulta, por lo menos archiproblemático”. De hecho muestras un firme deseo de permanecer en la Iglesia católica hasta la muerte. “Sabemos que todas las virtudes, el martirio, las austeridades y cualquier clase de buenas obras, son inútiles fuera de la Iglesia y de la comunión con el jefe de la Iglesia, que es el Papa. No me separaré nunca de su comunión; al menos ruego a Dios que me conceda esta gracia; sin ella estaría perdido para siempre”. Ésta era tu convicción intangible. ¿Eras un hombre soberbio? Alguien lo vería explicable, que no justificable, en un superdotado como tú. Pero ¿quién se atreve a juzgarte? De rodillas ante Dios te dirigías a él como un niño: “Señor, sé que sólo sé una cosa: que es bueno seguiros y que es malo ofenderos. Más allá de eso, yo no sé qué es lo mejor o lo peor de todas las cosas…”.

¿Eras un científico perdido en tus altas elucubraciones? Lo cierto es que tu precocidad produce sensación. Todavía niño escribes el Tratado sobre los sonidos y reinventas los 32 primeros teoremas de Euclides; a tus 17 años se imprime tu Tratado sobre las cónicas; además te preocupas de la prensa hidráulica, de la teoría de las combinaciones, del cálculo de probabilidades, etc., etc. Todo eso es verdad. Pero no agota tus aspiraciones más profundas, porque sólo Dios da sentido pleno a tu vida: “El Dios de los cristianos no consiste en un autor simplemente de las verdades geométricas (…); es un Dios que llena el alma y el corazón de los que él posee”. Dicho de otro modo, que a Dios no se llega por el simple discurso: “Hay que conocer a los hombres y las cosas humanas para amarlos. Hay que amar a Dios y las cosas divinas para conocerlos”.

¿Y cómo olvidar tus Pensamientos, ese borrador incompleto en vistas a una apología que nunca podrás escribir? En el fondo, todo se condensa en dos grandes ideas: Miseria del hombre sin Dios, Felicidad del hombre con Dios. Merece la pena embarcarse en una lectura reflexiva, recordando además que “el corazón tiene razones que la razón no conoce”.

Pero hay una experiencia que resalta en tu biografía, cuando, tras un año de indiferencia hacia Dios, comienzas a sentir el hastío del mundo. El relato de tu transformación, el Memorial, pasa a la historia como la fotografía casi instantánea de un vaciamiento al que sigue una plenitud. Pero sólo tú puedes traducir en palabras esa experiencia única que a  nosotros no nos es lícito mutilar:  

AÑO DE GRACIA DE 1654

Lunes 23 de noviembre, día de San Clemente papa y mártir y otros del martirologio. Víspera de San Crisógono mártir y otros santos.
Desde las diez y media de la noche aproximadamente hasta casi las doce y media

FUEGO

Dios de Abrahán, de Isaac y de Jacob, no de los filósofos ni de los sabios.
Certeza, certeza. Sentimiento. Alegría. Paz
Dios de Jesucristo.
Deum meum et Deum vestrum.
“Tu Dios será mi Dios.”
Olvido del mundo y de todo, menos de Dios.
Sólo se le encuentra por los caminos enseñados en el Evangelio.
Grandeza del alma humana.
“Padre justo, el mundo no te ha conocido, pero yo te he conocido.”
Alegría, alegría, alegría, lágrimas de alegría
Me he separado de él:
Dereliquerunt me fontem aquae vivae.
“Dios mío, ¿me abandonarás tú?”
Que no me separe de él eternamente.
¡Esta es la vida eterna, que te conozcan a ti, único verdadero Díos, y al que tú has enviado, Jesucristo.”

Jesucristo.
Jesucristo.


Yo me he separado de él; le he huido, he renunciado a él, le he crucificado.
Que no sea jamás separado de él.
Sólo se le conserva por los caminos enseñados en el Evangelio.
Renunciación total y dulce.
Sumisión total a Jesucristo y a mi director.
Alegría eterna por un día  de fatiga sobre la tierra.
Non obliviscar sermones tuos. Amén.

La gracia ha irrumpido en tu vida. Gratuitamente (¡es gracia!). En un momento concreto que revives y condensas con las palabras precisas. ¿Es una alucinación? ¿Una experiencia que brilla y desaparece con la fugacidad del relámpago? Sabemos que en tus últimos ocho años llevas este Memorial cosido al forro de tu chaleco. No, no fue una alucinación: fue una certidumbre que te emocionó hasta derramar lágrimas de alegría. La experiencia de un encuentro personal con Dios. Por algo escribirás en tus Pensamientos: “El último paso de la razón es reconocer que hay una infinidad de cosas que la sobrepasan; sólo es débil, si no llega a conocer esto” (pensamiento 267).

En fin, un hecho que marca tu vida y, todavía varios siglos después, también tu memoria.     

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