Galilea

16 de abril de 2010
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    Siguen resonando las palabras que Jesús dirigió a las mujeres en la mañana de Pascua, como indicación pedagógica del Maestro para que sus discípulos volvieran a encontrarse con Él: “Les dice Jesús: «No temáis. Id, avisad a mis hermanos que vayan a Galilea; allí me verán»” (Mt 28, 10).

Ciudad Redonda. Un lugar para compartir lo que somos.     En el pasaje, que la Iglesia escoge como lectura para la fiesta de Pascua, se indica: “Vosotros sabéis lo sucedido en toda Judea, comenzando por Galilea, después que Juan predicó el bautismo; cómo Dios a Jesús de Nazaret le ungió con el Espíritu Santo y con poder, y cómo él pasó haciendo el bien y curando a todos los oprimidos por el Diablo, porque Dios estaba con él” (Act 10, 37-38).

    Volver a Galilea es volver al comienzo, al inicio del seguimiento, al ejercicio de memoria para recordar lo que sucedió cuando Jesús se encontró por primera vez con sus discípulos, a aquellos momentos luminosos junto al Lago de Tiberiades, a los paseos en barca, las noches al raso bajo las estrellas en un clima suave, entorno florecido, convivencia cercana con el Nazareno.

    Interpreto que tanto el mandato de los ángeles a las mujeres – “Id enseguida a decir a sus discípulos: "Ha resucitado de entre los muertos e irá delante de vosotros a Galilea; allí le veréis.", como el del mismo Jesús, responden a una clave por la que es posible llenarse de esperanza, trayendo a la memoria las acciones de Dios en favor de su pueblo, lo mismo que las realizadas por Jesús.

    Si los jóvenes de Babilonia se llenaron de valor ante la amenaza del rey, recordando que Dios había sacado a su pueblo de la esclavitud; si los Macabeos resistieron en la batalla, recordando cómo Dios había sacado al resto de Israel del exilio, ahora se les anima a los discípulos a que no olviden lo vivido en los primeros tiempos junto a Jesús y así recuperarán la alegría, porque Aquel que multiplicó el pan y les aseguró que quien lo comiera tendría vida eterna, ha cumplido su palabra, está vivo, ha resucitado.

    Fue a las orillas del Lago de Genesaret donde los discípulos volvieron a tener la confirmación de la resurrección de Jesús, quien “se manifestó otra vez a los discípulos a orillas del mar de Tiberiades” (Jn 21, 1).

    Volver a Galilea, a la buena memoria, al trecho luminoso, al momento celebrado con amor, a la historia destraumatizada, a la experiencia del encuentro con Jesús, a la piedra ungida con la moción consoladora son actitudes que capacitan para encontrarse nuevamente  con la mirada del Señor. Con frecuencia nos encerramos en nuestros pesimismos, permanecemos en el lamento, nos detenemos en las zonas oscuras, en los resentimientos. Es tiempo de obedecer al Resucitado y de ir a su encuentro, donde Él quiere volver a decirnos las palabras más fascinantes. Es la hora de volver a Galilea.

    

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