Tres llamadas: I Miércoles de Cuaresma

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TRES LLAMADAS

Ciudad Redonda. Un lugar para compartir lo que somos.“-«¡Dentro de cuarenta días Nínive será destruida!»

Creyeron en Dios los ninivitas; proclamaron el ayuno y se vistieron de saco, grandes y pequeños.

Llegó el mensaje al rey de Nínive; se levantó del trono, dejó el manto, se cubrió de saco” (Jon 3, 4-6).

“Oh Dios, crea en mi un corazón puro, renuévame por dentro con espíritu firme; no me arrojes lejos de tu rostro, no me quites tu santo espíritu” (Sal 50).

“Convertíos a mi de todo corazón, porque soy compasivo y misericordioso” (Jl 2, 12-13).

CONSIDERACIÓN

Observa la actitud del rey de Nínive. Se despoja de su manto y se viste de saco. Con esa imagen se desea simbolizar un cambio profundo de vida. El manto es la identidad personal.

La razón que debe animar a dejar las inercias y las apatías, las desganas y las comodidades es la Palabra de Dios, que ofrece su misericordia para los que se convierten de corazón.

El perdón es una posibilidad de nacer de nuevo, un hito y frontera que libera de la mala memoria.

LA CONVERSIÓN

Es tiempo de volver al Señor, de girar los pasos, y en vez de avanzar hacia una soledad sin caminos, dirigirse hacia la casa entrañable de la misericordia de Dios.

Este es tiempo de gracia, de volver a empezar, si es preciso, acogiéndonos al perdón que Jesús nos ofrece.

Convertirse es abandonar el pecado y toda actitud de desesperanza. Se representa con el gesto de levantarse, de ponerse en pie, actitud de restauración de la persona.

Convertirse es dejar de mirarse uno a sí mismo para poner los ojos en el Señor, como modelo de plenitud humana.

La conversión se describe con el cambio de túnica. Es dejar el hombre viejo y revestirse con la túnica del Señor,  Humanidad sacratísima, para crecer en santidad.

La verdadera conversión afecta al corazón, a lo profundo del ser. Ya nada es igual. La vida adquiere el sentido de trascendencia, de entrega en favor de los demás, y todo ello se manifiesta día a día en el dominio propio.

La razón de convertirse no es la comparación  de la propia vida con la de los otros, sino Jesucristo, el encuentro con su persona, la fascinación por su modo de vida, que puede llevar a optar por seguirlo hasta dar la vida como Él, por amor.

    

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