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Tercer sábado de Cuaresma

Angel Moreno de Buenafuente -

Hoy se nos desvela una posibilidad negativa de observar los mandatos del Señor. Al meditar la parábola, en la que Jesús señala la vanidad y el orgullo del fariseo, que rezaba de pie y se sentía cumplidor de la Ley, descubrimos  que existe el peligro de sentirse fiel y perfecto, cuando en verdad se es legalista, inmisericorde, juez déspota, con la arrogancia de creerse intachable.

Los santos, sorprendentemente, se han tenido siempre por pecadores a la vez que sentían una gran misericordia para con los demás, sabiéndose necesitados de perdón.

El verdadero mandamiento divino lo explicita el profeta Oseas: “Quiero misericordia, y no sacrificios; conocimiento de Dios, más que holocausto” (Os 6, 6). Si conociéramos el amor de Dios, ¡si quedáramos, como representa la imagen con la que acompañamos el texto, con los ojos fijos en quien se entregó por nosotros!

Si observamos la pintura del artista sevillano, la penitencia de San Jerónimo no proviene de alguien que se presenta engreído ante el altar, sino de quien contempla, humilde, la cruz del Señor, y movido a piedad, abandona la inclinación a enorgullecerse de los libros profanos para dedicarse enteramente a la Palabra de Dios. Responde a la actitud que señala el salmista: “Mi sacrificio es un espíritu quebrantado; un corazón quebrantado y humillado, Tú no lo desprecias” (Sal 50).

La imagen del publicano, humillado, sin atreverse a levantar la cabeza, y diciendo: “¡Oh Dios!, ten compasión de este pecador”, nos enseña la forma adecuada de dirigirnos a Dios, y la actitud que corresponde a quien se sabe perdonado, beneficiario del don de la Redención de Cristo y no se cree nunca autojustificado.

Si acaso nos sentimos acusados, ya sabemos que no es solución evadir la Palabra. “Vamos a volver al Señor. Él nos hirió, Él nos vendará.”

“Quiero misericordia, y no sacrificios.”

    
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