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Semana del Cenáculo: “Ven, Espíritu Santo, y derrama sobre nosotros el don de SABIDURÍA.”

Angel Moreno -

“Mientras estaba comiendo con ellos, les mandó que no se ausentasen de Jerusalén, sino que aguardasen la Promesa  del Padre, «que oísteis de mí: Que Juan bautizó con agua, pero vosotros seréis bautizados en el Espíritu Santo dentro de pocos días».” (Act 1, 4-5)

Semana de intensa oración, de súplica ecuménica, en comunión con toda la Iglesia, en obediencia al mandato de Jesús, para que sigan sucediendo las maravillas de Pentecostés.

La oración continua de estos días la podemos repetir estando en casa y yendo de camino, es muy sencilla y esperanzadora: “Ven, Espíritu Santo”.

Pidamos que Él nos dé el don de Sabiduría, que es el afianzamiento en el Amor de caridad, en el amor que Jesús solicitó a Simón Pedro –“¿Me amas?”-, el amor con el que Él nos ha amado, el amor divino.

Cuando escuchamos de Jesús que nos ama con el amor con el que Él ha sido amado (Jn 15, 9), nos sentimos sobrepasados. Y cuando nos pide que nos amemos con el mismo amor con el que somos amados (Jn 13, 34), nos sentimos como el apóstol, sin poder igualarnos a quien es el Amor.

Sólo con el don de Sabiduría, don del Espíritu Santo, es posible responder adecuadamente al mandamiento de Jesús: “Que os améis los unos a los otros como yo os he amado” (Jn 15, 12). En esto conocerán que somos cristianos.

San Pablo nos anima, desde su propia experiencia: “La esperanza no falla, porque el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos ha sido dado.” (Rm 5, 5)

Sobrecoge la opción de Dios por el hombre. Era inimaginable que el amor de Dios se manifestara como lo ha hecho, entregando a su Hijo al mundo por amor. Dios es fiel, no se retracta de su promesa. Jesucristo es el testigo fiel, y nos ha prometido el don de su Espíritu.

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Semana del Cenáculo
“Ven, Espíritu Santo, y derrama sobre nosotros el don de SABIDURÍA.”

“Mientras estaba comiendo con ellos, les mandó que no se ausentasen de Jerusalén, sino que aguardasen la Promesa  del Padre, «que oísteis de mí: Que Juan bautizó con agua, pero vosotros seréis bautizados en el Espíritu Santo dentro de pocos días».” (Act 1, 4-5)

Semana de intensa oración, de súplica ecuménica, en comunión con toda la Iglesia, en obediencia al mandato de Jesús, para que sigan sucediendo las maravillas de Pentecostés.

La oración continua de estos días la podemos repetir estando en casa y yendo de camino, es muy sencilla y esperanzadora: “Ven, Espíritu Santo”.

Pidamos que Él nos dé el don de Sabiduría, que es el afianzamiento en el Amor de caridad, en el amor que Jesús solicitó a Simón Pedro –“¿Me amas?”-, el amor con el que Él nos ha amado, el amor divino.

Cuando escuchamos de Jesús que nos ama con el amor con el que Él ha sido amado (Jn 15, 9), nos sentimos sobrepasados. Y cuando nos pide que nos amemos con el mismo amor con el que somos amados (Jn 13, 34), nos sentimos como el apóstol, sin poder igualarnos a quien es el Amor.

Sólo con el don de Sabiduría, don del Espíritu Santo, es posible responder adecuadamente al mandamiento de Jesús: “Que os améis los unos a los otros como yo os he amado” (Jn 15, 12). En esto conocerán que somos cristianos.

San Pablo nos anima, desde su propia experiencia: “La esperanza no falla, porque el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos ha sido dado.” (Rm 5, 5)

Sobrecoge la opción de Dios por el hombre. Era inimaginable que el amor de Dios se manifestara como lo ha hecho, entregando a su Hijo al mundo por amor. Dios es fiel, no se retracta de su promesa. Jesucristo es el testigo fiel, y nos ha prometido el don de su Espíritu.

“Estoy seguro de que ni la muerte ni la vida ni los ángeles ni los principados ni lo presente ni lo futuro ni las potestades ni la altura ni la profundidad ni otra criatura alguna podrá separarnos del amor de Dios manifestado en Cristo Jesús Señor nuestro.” (Rm 8, 38-39)

¡Ven, Espíritu Santo, y enciende en nosotros el fuego de tu Amor!



“Estoy seguro de que ni la muerte ni la vida ni los ángeles ni los principados ni lo presente ni lo futuro ni las potestades ni la altura ni la profundidad ni otra criatura alguna podrá separarnos del amor de Dios manifestado en Cristo Jesús Señor nuestro.” (Rm 8, 38-39)

¡Ven, Espíritu Santo, y enciende en nosotros el fuego de tu Amor!

    
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