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Seguimiento

Angel Moreno -

Jesús dice a sus discípulos “Vamos a Jerusalén”, con palabras remecidas de sentimiento. Con ellas, el Maestro les está indicando el momento más recio de su vida, por los acontecimientos ya próximos de su Pasión.

En varios momentos, mientras instruía a los suyos, les iba adelantando lo que tendría que sufrir, y que el discípulo no podría ser más que su Maestro.

Es sorprendente el contraste entre lo que propone Jesús a los suyos y lo que ellos proyectan sobre su Maestro, precisamente cuando se dirigen a Jerusalén. Mientras que el Nazareno sabe que va a morir a manos de las autoridades del pueblo, los apóstoles especulan sobre los primeros puestos en un hipotético gobierno.

No se puede decir que el Evangelio engañe a la hora de proponer la llamada al discipulado. El que quiera ser discípulo mío, dice Jesús, que se niegue a sí mismo, que tome su cruz y me siga. Sin embargo, no se nos llama a un suicidio, sino a la paradoja divina, de Aquel que siendo Dios, se ha hecho hombre, de quien sintiendo sed, se convierte en manantial; de quien despojado, reviste a todos con la mayor dignidad.

El que se fíe de Jesús no quedará sin recompensa, y si es verdad que el Evangelio es un proyecto exigente, sorprende que quien lo sigue alcanza la mayor posibilidad de felicidad interior, y hasta la experiencia de la mayor realización y plenitud humana.

Ser del grupo de los discípulos del Señor es un privilegio, pero este grupo no es un gueto cerrado, ni solo para superhombres. Todo lo contrario: los pobres, los débiles, los pequeños, los pecadores son los más sensibles y capacitados para comprender lo que significa encontrarse con Jesús.

No cabe escudarse en que se es pecador. Una nota de autenticidad de los textos evangélicos es precisamente que siendo relatos contemporáneos a los apóstoles, no por ello esconden la torpeza, el egoísmo, el afán de poder o la infidelidad que tantas veces le mostraron al Señor sus amigos. Sin embargo, Él fue fiel y no les retiró su favor.

El seguimiento es una vocación. Jesús dice: “El que quiera que se venga conmigo”. Avergüenza descubrirse tardo y torpe de corazón ante la llamada a la amistad con Jesús. La esperanza que nos queda es que Él no dejará de pronunciar nuestros nombres con la invitación más sobrecogedora: “Si quieres, vente conmigo. Sígueme”.

    
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