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Prólogo

Ángel Esteban González, cmf. -
    “Esperanza y Coraje”… Y, ¿por qué no personificar esas dos realidades?... Y, ¿por qué no titularlo: “Personas esperanzadas y corajudas”?... Ya sé. Suena rudo y hasta parece malsonante para ciertas sensibilidades acústicas. Sin embargo, eso es lo que mejor convendría a los contenidos de esta memoria de la Misión Popular llevada a cabo en la Diócesis San Pedro Sula (Honduras) entre los meses de Mayo y Septiembre de 2006.



    En esta misión han participado, como evangelizadores, el Obispo de la Diócesis y su obispo auxiliar, Sacerdotes, Religiosos y Religiosas, Laicos misioneros y Laicas misioneras, Delegados y Delegadas de la Palabra, Catequistas, gentes sencillas del pueblo. Hombres esperanzados y mujeres esperanzadas. Tuvieron todo el ser poblado de esperanza. Sus pasos, sus miradas, sus palabras, sus gestos, sus oraciones, sus cantos, sus encuentros rezumaron esperanza de la buena. La esperanza que nace de la fe en Dios y en su Palabra, de la fe en los hermanos más pequeños y del amor cuantos pueblan ciudades, aldeas, poblados campesinos, lugares inhóspitos, barriadas de mala 6 Esperanza y coraje fama. Es una esperanza que les brotó por los poros del alma y del cuerpo y que ellas y ellos regalaron, como don de vida, a los desesperanzados.

    Mujeres y hombres de Dios, miembros de la humanidad herida y de la historia del momento presente, llenos de coraje. Un coraje también del bueno. No se trata del coraje que nace de la ira, de la rabia; a no ser que éstas sean santas y proféticas, suscitadas por el Espíritu del Señor de la vida y el Dios del amor a los pobres y explotados. Se trata del coraje que conlleva valor, firmeza, valentía, esfuerzo; que se enraíza en un ánimo decidido a afrontar las situaciones difíciles y a hacer el bien a los demás, cueste lo que cueste. Mujeres y hombres, evangelizadores en la Misión, han demostrado ser seres corajudos: indomables ante los riesgos y las dificultades, resistentes a las fatigas y a los peligros, capaces de contagiar valor a los débiles y seguridad a los pusilánimes. Han poseído el coraje que brota del Don de Fortaleza del Espíritu Santo y que puebla la conciencia y la vida del profeta creyente.

    Estos hombres esperanzados, corajudos y estas mujeres esperanzadas, corajudas, han sido capaces de creer que algo nuevo estaba naciendo con y en la misión. Han optado por lo que de verdad y en verdad era lo necesario en, con y para Dios; en, con y para los destinatarios de su misión. Han sabido situarse unas veces al calor del hogar de las familias amigas, otras al frío de la intemperie de los sin casa y sin hogar, y siempre al lado de la vida. Han sabido abrazar a los niños de la calle, a los enfermos postrados en los lechos de los hospitales o de las propias casas, a los reclusos en los penales. Han sabido acercarse, escuchar, comprender, consolar, orientar y ayudar espiritual y materialmente a los hermanos abandonados, solos, desorientados, empobrecidos y apenados. Para los seres desangelados, ellos han sido los Ángeles de la Guarda que los han amparado, acompañado y conducido hasta el Dios del amor de quien se habían Salvador León 7 alejado. Sí, esos evangelizadores, seres esperanzados y corajudos, han transmitido coraje y esperanza a quienes se veían y sentían derrotados en sus carnes y en sus vidas por la misma vida y sus circunstancias.

    Leed, leed con atención -y lo haréis seguramente con el corazón algo oprimido, pero con el alma muy ensanchada- las páginas del primer capítulo. Comprenderéis a raudales que aún existen profetas. Hombres y mujeres que, aun cansados saben dar un paso más tomando de la mano a peregrinos agostados. Mujeres y hombres capaces de abrir nuevos caminos hacia horizontes luminosos para quienes se hallan perdidos en sus noches. Hombres y mujeres que saben repartir el pan que aún queda o el pan que hay que inventarse cuando falta la harina. Y este es el pan del amor.

    En el segundo Capítulo llegaréis a emocionaros y vuestros ojos se llenarán de perlas de vida cuando vayáis leyendo, testimonio tras testimonio, lo que ha significado la Misión para unos y otros. ¡Qué riqueza de gracia, de luz, de paz, de Dios!...

    Los testimonios provienen de mujeres y hombres llenos también de esperanza y de coraje. Ellas y ellos componen un cuadro variopinto de vocaciones y profesiones, un bello mosaico en el que se representan variadísimas situaciones vitales, un cielo tachonado de multitud de estrellas que iluminan las noches de la humanidad en esta nuestra tierra. Entre ellos y ellas hay padres y madres de familia, visitadores de centros penitenciarios, reclusos, delegados de la Palabra, catequistas, colaboradores parroquiales, responsables de la pastoral de la salud, gentes comprometidas valientemente con la fe y la justicia. Hasta podréis escuchar a singulares y admirables mujeres: Una “madre maestra de niños sin escolarizar”; una Abogada que, aunque enferma, dedica sus esfuerzos a defender causas de pobres y condenados injustamente; una Maestra, trabajadora social, defensora de los derechos de la infancia; una “madre de hogar de niños abandonados” que vive con ellos y los ama como a sus hijos, aunque ella no sea madre biológica. ¡Cuánta ternura derramada con esperanza y coraje! Tampoco faltarán testimonios conmovedores de un padre que conduce un “busito”, o de jóvenes que, alejados de la fe, vuelven a encontrarse con Cristo. También hay testimonios de sacerdotes, Religiosos y Religiosas, misioneros y misioneras seglares; y hasta una carta del Cardenal de Tegucigalpa a un querido Misionero Claretiano que ha dado todo por el pueblo hondureño. Testimonios todos ellos conmovedores y fieles a la realidad de la historia vivida y a la experiencia personal.

    Ya veis. Es un panorama bellísimamente sobrecogedor, un paisaje que se abre a la primavera de la vida y del espíritu, un horizonte sembrado de ilusión y de promesas. Leed, contemplad ese panorama, adentraros en ese paisaje, admirad ese horizonte. Extasiaos en tanta hermosura y contagiaros de tanta verdad, de tanta autenticidad y de tanta riqueza humana y sobrenatural. En esos testimonios encontraréis relatos portadores de evangelio, de verdaderas conversiones, de cambios de mentalidad y de conductas. No, no tienen pérdida. Acogedlos y confrontad vuestras vidas con las de esos hombres y mujeres tan sencillos como humildes, tan sinceros como auténticos.

    Disponeos y preparaos a ser sorprendidos, -humana y divinamente sorprendidos-, por la fe y la esperanza, el coraje y el compromiso, la fortaleza y la ternura, el amor y las lágrimas, el abrazo y el perdón, la pasión por la vida y la oración confiada de todos esos testigos que han querido confiarnos sus retazos de existencia y sus sentimientos. Acaso la lectura os invite a la plegaria e incluso al compromiso vital entre los pobres y marginados. Yo estoy seguro de que nada caerá en saco roto, nada se perderá en corazones agrietados. Adelante. Es vuestra hora. La hora del encuentro con la verdad que se reviste de nombres y de apellidos, de hechos de vida y de presencias entrañables. Es la hora de haceros cercanos a tantos seres hasta hoy desconocidos y a partir de hoy hermanos vuestros para siempre.     
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