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Programas informáticos, formato moral y vivir en pecado

Ron Rolheiser (Trad. Benjamin Elcano, cmf) -

Mientras estaba completando estudios de graduado en Bélgica, viví en el American College de Lovaina. Por entonces había en la plantilla del departamento de limpieza y mantenimiento una admirable mujer de color cuya energía trajo aire fresco a nuestro lugar, pero cuya historia de matrimonio de alguna manera corrió paralela a la de la mujer samaritana del evangelio de Juan. Ninguno de nosotros sabía con seguridad cuántas veces había estado casada, y el hombre con el que vivía entonces no era su marido.

Un día, un arzobispo estaba visitando el Colegio y había una fila de recepción formal de la que ella era parte. El arzobispo fue estrechando la mano de todas personas y deteniéndose en un breve intercambio. Cuando llegó a ella, ésta le dijo su nombre y le explicó lo que hacía en el colegio. Él le tomó la mano y, a modo de saludo y conversación, le preguntó: “¿Estás casada?”. Ella de ninguna manera estaba preparada para esta pregunta. Balbuceó un poco y respondió: “Sí, no, bueno, algo así”. Luego, rompiendo en una sonrisa, dijo: “De hecho, Excelencia, estoy viviendo en pecado”. En gesto comprensivo, el arzobispo sonrió también. Y acogió lo que ella decía, no sólo sus palabras, sino también el matiz que su sonrisa transmitió.

Vivir en pecado. Actos que son inherentemente desordenados. ¿Qué es lo que la teología moral católica trata de decir con esta clase de concepto cuando tanta gente hoy, incluso muchos católicos romanos, encuentran tales conceptos ininteligibles y ofensivos?

En defensa de la enseñanza de la moral católica romana clásica, estos conceptos tienen una inteligibilidad y un sabor a cierto entramado moral en el que su propio significado y matiz es afirmado en el sistema conjunto. En un lenguaje más simple, son razonables dentro de ese sistema. En el lenguaje de hoy día, la teología moral católica romana clásica podría ser comparada a unos programas informáticos altamente especializados; en verdad, uno que fue pulido, matizado y elevado de nivel a lo largo de los siglos, de modo que, como sistema, tiene fácil coherencia interna. El problema, con todo, es que hoy mucho de nuestra cultura y muchas de nuestras iglesias ya no lo usan más, ni entienden cómo usarlo. Como consecuencia, su formato y lenguaje son incomprendidos y pueden aparecer ofensivos. No todos, como el arzobispo descrito antes, tienen sentido de humor a cerca de esto.

Así pues, ¿qué hay que hacer? ¿Cómo seguimos adelante? ¿Abandonamos, sin más, un buen número de enseñanzas morales clásicas porque tanta gente se siente hoy ofendida por sus conceptos y lenguaje?

Se reconoce que este es un gran problema, con mucha gente sincera que aporta argumentos sobre el tema de forma muy diferente, como se ha visto  en el reciente Sínodo de Roma sobre la Vida del Matrimonio y la Familia. ¿Cómo mantenemos la base moral auténticamente cristiana y. al mismo tiempo, tenemos en cuenta la propia realidad actual y existencial de millones y millones de gente, incluso muchas de nuestras propias familias e hijos? ¿Cómo denominamos la realidad moral de gente que está viviendo en situaciones que, a la vez que claramente contagian vida, no están en línea con los principios cristianos? ¿Cómo denominamos la realidad moral de tantos de nuestros propios hijos y seres queridos que están viviendo con personas con las que no están casados, pero están obteniendo vida de esa relación? ¿Cómo denominamos la situación moral de una pareja gay cuya relación está claramente proporcionando vida? Y ¿cómo denominamos la situación moral de la mujer samaritana y la mujer anteriormente mencionada, la cual, aun siendo irregular en términos de la enseñanza de la iglesia sobre el matrimonio, aporta vida, gozo y aire fresco a un lugar? ¿Están viviendo en pecado? ¿Incluye su situación un mal intrínseco?

Necesitamos unos programas nuevos en la teología moral para responder a esas preguntas o, al menos, formatearlos en un lenguaje que nuestra cultura entienda y por los que puedan ser desafiados. Y no será una tarea simple o fácil, como las tensiones y polarizaciones que se destacan en nuestras iglesias y nuestras sobremesas. La tarea es mantener nuestra base moral, desafiar una cultura que ya no entiende ni acepta nuestra anterior manera de entender estas cosas, y, con todo, al mismo tiempo, no doblegar la verdad a los tiempos, ni el Evangelio al mundo, aun cuando denominemos mejor la situación moral en la que tanto de nuestro mundo y tantos de nuestros seres queridos se encuentran.

La verdad nos hace libres, pero Dios escribe frecuentemente con renglones torcidos. Soy estudioso de la teología moral clásica y creo verdaderamente en sus principios, incluso cuando estoy diariamente anonadado y desafiado por el amor, la gracia, la fe y el maravilloso aire fresco que veo fluir de gente cuyas situaciones son “irregulares”. ¿Cómo puede lo bueno ser malo? En este periodo de tiempo, junto con muchos del resto de vosotros -según sospecho- me veo forzado a quedarme en la ambigüedad, a vivir la cuestión.

Necesitamos unos programas nuevos, una manera nueva de formatear las  cosas moralmente, una manera nueva de mantener la verdad en la empatía, una manera nueva de mantener lo esencial en lo existencial.   

    
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