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Pérdida de Uno de 'los Grandes'. P. Joseph Chamblin, 1930-2008 – RIP

Ron Rolheiser (Traducido por Carmelo Astiz, cmf) -
Impresiones ante la muerte de un gran sacerdote y pastoralista. Aunque el P. Champlin quizá no era conocido fuera de USA, de todos modos su ejemplo nos sirve como modelo de identificación y nos interpela.  En tiempos de crisis, es bueno y estimulante conocer a uno de “los grandes” servidores y ministros de la Iglesia.  Que su tribu aumente. (Ciudad Redonda).

Nuestra comunidad de fe ha perdido un excelente sacerdote y un amigo querido. El mes pasado, después de una larga lucha contra el cáncer, Joseph Champlin falleció en Syracuse, Nueva York.

No exagero si digo que era uno de los grandes teólogos pastoralistas de nuestro tiempo. Su persona y sus escritos tocaron a millones de personas. Escribió cincuenta libros que alcanzaron una venta de más de veinte millones de  ejemplares. Su libro sobre el matrimonio, “Juntos Toda  la Vida”  tiene en circulación más de nueve millones de ejemplares. Ayudó y guió a las almas de millones de personas, pero ayudó y guió especialmente a sus pastores.

Y como mejor brillaba él era como guía de pastores. Él ejemplificó en su propia persona cómo debiera ser un buen pastor: inteligente, práctico, compasivo, equilibrado, agudo, gracioso, imaginativo, acogedor, afectuoso, atractivo, humilde, y rebosante de fe y de amor a la Iglesia. Era el pastor idealizado sobre el que fantasean películas como “Going my Way”; sólo que él era real,  nada ficticio en él, el pastor que encargas hojeando el catálogo…

Yo lo tuve como profesor en clase de teología pastoral, inmediatamente después de mi ordenación sacerdotal, y esa experiencia me marcó para toda la vida. Yo, como joven sacerdote idealista que iba buscando mentores, me sentí inmediatamente atraído hacia él. Dejé su clase con un deseo incontenible de prender fuego al mundo, pero al mismo tiempo con un fuerte deseo de no expulsar o ahuyentar de la iglesia a la gente con mi propia marca particular de fuego…

Mantuvimos  relación cercana durante más de treinta años. Cuatro semanas antes de su muerte cenamos juntos, hablamos de evangelización y de libros, y tuve la oportunidad única de decirle cuán profundamente lo admiraba.  Consideré este encuentro como una bendición excepcional. Él sabía que se estaba acabando, pero todavía se sentía  ilusionado con el trabajo que estaba haciendo. Esa era la clase de fe y de perspectiva que le movía.

Fue modelo para nosotros, entre otras cosas, en trazar esa línea delicada, difícil de caminar, entre ser demasiado duro y ser demasiado blando dentro de determinadas situaciones pastorales. Como Jesús, y como todos los que tienen corazón grande, él tenía lealtades divididas. Sabía que la verdad, por muy difícil que fuera de tragar, es lo único que en el fondo nos hace libres; pero sabía también que la verdad no es un mazo destructor; que la verdad debe ser administrada con compasión, comprensión e imaginación. Como Jesús cuando tuvo trato con la mujer siro-fenicia, él era a la vez un “Hijo de David” que, a  causa de sus lealtades religiosas, respetaba las fronteras de la religión, mientras era también “Señor”, instrumento universal de salvación de Dios para todos los pueblos, más allá de las normas particularizadas de la religión. Fue siempre leal a la Iglesia, leal a sus enseñanzas, y leal a las promesas que él hizo el día de su ordenación sacerdotal. Pero sabía también que el amor y la lealtad no te convierten en  un robot eclesial, y que Dios y tu obispo esperan que actúes con ingenio e inventiva, con compasión y con imaginación. Podemos aprender de ello, tanto liberales como conservadores.

Él conocía a sus ovejas y también a su pastor, y era sencillamente un hombre con estilo, inteligente y compasivo. De no haber sido sacerdote, estoy seguro que hubiera tenido éxito maravilloso como escritor, como crítico literario o de cine, y hubiera sido un buen esposo y padre. Su obituario nos lo describe como uno de los sacerdotes más queridos  en la historia de su diócesis.  Sin exagerar.  Ayudó a cantidad de gente, y esa gente le quería. De su ataúd brotaba también sangre y agua. Los que le conocían extrajeron fuerza de él hasta en su muerte.

Y aun  así, dentro de todo esto, tenía piel suave y sensible, se sentía herido fácilmente. En  un libro reciente él comparte cómo, después de dar una serie de charlas a algunos sacerdotes, chequeó las evaluaciones antes de conducir de vuelta a casa. De los 118 sacerdotes presentes, 116 le dieron una calificación positiva, pero había dos valoraciones negativas. Y preguntaba él:  “¿A qué valoraciones piensan ustedes que yo les daba vueltas en mi cabeza conduciendo de vuelta a casa?”  La mayoría de nosotros, me sospecho, podemos relacionarnos también con eso.

La teología pastoral hoy en día es, con demasiada frecuencia, un campo de batalla enconado, con liberales contra conservadores, cada uno de ellos yendo a la ruina por la verdad tal como ellos la ven. Los instintos son nobles, pero con demasiada frecuencia el espíritu subsiguiente es mezquino, chiquito y completamente vacío de afecto, humor y caridad. Joseph Champlin es un modelo para ambos lados. Prácticamente todos aquellos con los que él tuvo trato aseguran que fue modelo de cómo debería ser la figura ideal de un buen pastor.

Joseph Champlin nos dejó; y sentimos la tentación de decir que nunca veremos de nuevo uno como él.  Pero sí que veremos, ¿cómo no?  No porque él no fuera un hombre excepcional, sino porque Dios suscita gente excelente, y también santos, en cada generación.  Algún sacerdote joven de hoy aparecerá  y será sin duda un modelo pastoral para la próxima generación. Pero podemos estar seguros de que, cuando aparezca, veremos en él estas cualidades bien precisas: caridad, afecto, cariño, imaginación, y clase o excelencia – que hicieron de Joseph Champlin un pastor tan  excepcional.

Mircea Eliade una vez advirtió que ninguna comunidad debería hacer chapuza de sus muertes. Tenemos que ser conscientes de que un gran hombre pasó ya a mejor vida; ya no está entre nosotros.

    
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