Pequeñeces

20 de febrero de 2007
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    Desde cuántos caminos el amor construye todas las historias, caminos que luego confluyen todos en un único encuentro de comunión total. Mínimos detalles que nos hacen asimilar, aceptar y amar la vida. Quizás cuando uno goza más de todo es cuando acepta lo cotidiano y construye con ello su propia dicha y la de los demás.

Ciudad Redonda. Un lugar para compartir lo que somos.
El terrorismo y las Fuerzas del orden…, el odio aún no apaciguado. Y muertes cada vez mucho más atroces. Muertes que ya están en nuestros caseríos de la selva. A pesar de todo esto, creemos en el Dios de la vida. Luchamos por esta vida; es nuestra vocación. Estamos juntos, muchos, para dar ese pan nuestro de cada día a los que no lo tienen y para besar a los nunca besados. Es tan apasionante descubrir a Dios así, que mejor no hablar demasiado de ello para que las excesivas palabras no nos hagan caer en la mentira.

Ser feliz de este modo y esperar a Dios así. Allí, en los tambos de la selva y con los que se cobijan en ellos, oír cómo poco a poco Dios se acerca trayendo la paz perdida; trayendo para cada hombre la reconciliación consigo mismo, con los demás y con el mundo. Pero sobre todo, trayéndonos a todos ojos nuevos para interpretar la vida y vivir la convivencia. Yo, estar al aire libre aprendiendo a beber la sencillez, aprendiendo cantos nuevos que compartiré con mi pueblo. Y todos, caminar juntos en la lluvia y en el sol, en la fiesta y en la lucha, en el nacer y en el morir. Plenitud del sosiego que me invade.     

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