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Para siempre y nunca jamás

Bonifacio Fernández, cmf -

El día de la boda es una meta. Requiere una celebración espectacular. Y compartida. Se lleva preparando vitalmente durante un tiempo más o menos largo. El proceso de enamoramiento y encuentro personal ha ido haciendo crecer una presencia mutua. Es un proceso de unión en las aficiones, en las aspiraciones, en los valores fundamentales. Van viviendo los dos la experiencia de hacerse una solo alma y una sola carne. En cuanto punto de llegada los recién casados suelen mirar atrás como tiempo de espera con caducidad. Con frecuencia brota la expresión: ya nunca estaré solo/a; ya tú estarás siempre presente en mi vida. Estoy apoyado por ti, tengo en ti un techo y un hogar emocional en el cual puedo ser yo mismo/a, puedo ser libre y transparente. Puedo tocar todos mis miedos con la confianza de ser acogido. Gracias a ti me siento capaz de luchar por un proyecto de vida que te ayude y me ayuda a ser felices juntos. Gracias a ti tengo ganas de comerme el mundo. Contigo todo a ser posible.

Del sentimiento a la decisión

Posteriormente vienen las desilusiones, las decepciones y las heridas de la relación. Y de nuevo surge el distanciamiento; no volverá a suceder, te lo prometo. Si las heridas son más dañinas y se toma consciencia de ellas, la expresión se hace más solemne: nunca jamás volverá a suceder.  Se pretende aprender de la experiencia pasada para no seguir repitiendo los mismos errores. El peligro es quedarse fijado en las heridas convertidas en resentimientos. El proyecto de vida conyugal  se robustece tomando la decisión de amar incluso en situaciones difíciles: las crisis son oportunidades. Unas veces la decisión de amar se concretará en el dar y recibir el perdón; otras veces consistirá en vencer el temor a un conflicto y establecer una diáfana comunicación; en otros momentos la decisión de amar tomará la forma de la escucha y el discernimiento sobre las decisiones a tomar en común. En cualquier caso, implicará ponerse en la situación del otro.

Para siempre: un gran desafío

La decisión de amar libera de la voluble esclavitud de los sentimientos que son cambiantes por su propia naturaleza. ¿De dónde nace esa energía de liberación? Sin duda nace de la experiencia y la convicción originaria: para siempre en las alegrías y en las penas. Cuando se ha vivido la  inicial experiencia del amor incondicional se tiene una energía a la que acudir después de cada decepción.  Al contrario, si ya desde el comienzo la entrega ha sido condicionada por la  propia satisfacción, el fracaso terminará llegando. “Un amor débil o enfermo, incapaz de aceptar el matrimonio como desafío que requiere luchar, renacer, reinventarse y empezar siempre de nuevo, no puede sostener un nivel alto de compromiso”(La alegría del amor, 124).

    
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