Pablo y los auténticos profetas

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    Pablo quiere explicar cómo le fue conferida su misión. El no era, después de todo, uno de los discípulos originales. En realidad, como él mismo explica, era un judío extremadamente celoso y obediente, que actuaba a partir de la convicción de que el conjunto del movimiento cristiano era subversivo en relación con aquellas tradiciones de los antepasados con las cuales él estaba profundamente comprometido. Pablo fue perseguidor activo de la iglesia de Dios. Así que es mucho más sorprendente que Dios lo escogiera precisamente a él para ser apóstol.

Ciudad Redonda. Un lugar para compartir lo que somos. Como Jeremías, Pablo cree que ha sido destinado desde antes de su nacimiento para ser un vocero de Dios, y en particular para comunicar la palabra de Dios a las naciones, es decir, a los paganos. Como Jeremías, Pablo habla de su incapacidad para hablar (2 Cor 11,6) y repudia la sabiduría y la sagacidad, hablando de la palabra de la cruz como locura de Dios (1 Cor. l,18ss). Pero Pablo no está preocupado por razón de su debilidad porque, como a Jeremías, se le ha dado autoridad «para arrancar y derribar, para construir y plantar». La profecía de Jeremías le dio a Pablo las categorías para entender su propio llamamiento y misión. Incluso, así como Jeremías enfrentó a los falsos profetas, así Pablo sintió que se enfrentaba a los falsos apóstoles. Así es como él califica a sus adversarios de Corinto. Es lo que piensa de sus oponentes en Galacia.

¿Pero cómo puede uno saber quién es el falso y quién el verdadero profeta? Pablo podía estar convencido de haber visto a Cristo y de estar en lo correcto, ¿pero cómo podían saberlo los corintios? En la práctica, sólo el juicio retrospectivo revela la verdad. Sólo el futuro confirmará la verdad de la profecía, y el único criterio del Nuevo Testamento para distinguir los verdaderos de los falsos espíritus está dado en Mateo 7,20: «por sus frutos los conoceréis».

En la Carta a los Corintios, Pablo los exhorta a reconocer su vocación, ofreciéndoles diferentes maneras para comprobar su autenticidad. Pablo reconoce que las visiones y las revelaciones privadas no tienen mayor peso, cualquier persona puede afirmar lo mismo sin que haya posibilidad de verificación pública (2 Cor 12,6). Así que de lo único que él puede vanagloriarse es de su debilidad, de su aceptación de las aflicciones y sufrimientos por causa de Cristo: «porque, cuanto más débil me siento, tanto más fuerte soy». Pablo puede argüir que su suficiencia proviene de Dios, que él se vanagloria solamente en el Señor, pero jamás podrá convencer a los escépticos de que él es el vocero de Dios.

El juicio retrospectivo es la prueba decisiva. Las generaciones posteriores pueden discernir que Jeremías fue un verdadero profeta y Pablo un verdadero apóstol, algo de lo que no fueron capaces sus propios contemporáneos. Esto significa que quizás no seamos capaces de discernir ahora dónde están los verdaderos herederos de los profetas y los apóstoles. En los conflictos contemporáneos, cada parte puede sentirse segura de que ha sido llamada por Dios, que habla a partir del núcleo esencial de la tradición bíblica, o de la tradición de la fe de la iglesia, pero ¿cómo uno puede probarlo? Se requiere la integridad, el compromiso y la fidelidad, pero también la humildad, porque a nivel humano sólo vemos parcialmente, desde nuestra perspectiva relativa. No podemos ver la totalidad.

El profeta es siempre una figura que molesta, que con frecuencia desestabiliza; el profeta es alguien convencido de haber sido comisionado por Dios aún si él o ella no pueden probarlo; el profeta o la profetisa dividen a la gente a favor o en contra. A lo largo de toda su historia otros profetas, como Pablo, han perturbado a la iglesia con sus convicciones, aportando al mismo tiempo su impulso y su inspiración, pero frecuentemente provocando cismas.

Cualquier organización necesita tanto de profetas como de aquellos otros hombres y mujeres de sabiduría, líderes que pueden aportar la estabilidad, de organizadores y regidores. Se nos exige que seamos capaces de mantener a los peligrosos radicales dentro de la tradición, pero también es necesario escucharlos, escuchar a esos profetas que vienen a agitar a la iglesia pero también a provocar un nuevo discernimiento de los caminos de Dios.     

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