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Nuestra exagerada ambición y nuestros empobrecidos símbolos.

Ron Roheiser -

Hay más de siete mil millones de personas en esta tierra y cada uno siente como si fuera el centro del universo. Esto cuenta para la mayoría de los problemas que tenemos en nuestro mundo, en nuestro vecindario, en nuestras familias.

Y nadie tiene la culpa de esto, salvo Dios quizás por hacernos de esta manera. Hemos sido creados a imagen y semejanza de Dios, lo que significa que, cada uno, tiene en sí mismo una chispa divina, un trozo del infinito, y una arraigada conciencia de nuestra identidad única. Somos almas infinitas en un mundo finito. Parafraseando a San Agustín, “estamos hechos para Dios, y nuestros corazones no descansarán hasta que descansen de nuevo en él, pero en ese intervalo son ambiciosos, inflamados en su propia unicidad y dignidad. Dios ha hecho todo bello en su propia época, nos dice el Eclesiastés, pero Dios ha puesto la intemporalidad  en el corazón humano de manera que estamos de-sincronizados con las épocas desde el principio hasta el fin.

Más aún, este sentido de ser especiales descansa en el centro de nuestra conciencia: ¡pienso luego existo! Descartes tenía razón: Lo único de lo que podemos estar absolutamente seguros es de que existimos y que nuestros pensamientos y sentimientos son reales. Podríamos estar soñando todo lo demás. Despertamos a nuestra autoconciencia conscientes de nuestro ser especial, frustrados por el hecho de que el mundo no puede darnos lo que imploramos, e insuficientemente conscientes del hecho de que todo lo demás en esta tierra es también único y especial. Esta es la naturaleza humana y siempre ha sido así.

Hoy, sin embargo, hay una serie de cosas que conspiran juntas  para exacerbar  nuestra ambición y nuestra inquietud. En resumen, hoy estamos más sobreestimulados en nuestra ambición y no se nos dan las herramientas para manejar esta inflamación de nuestra alma.

¿De qué manera hoy estamos sobrealimentados en nuestra ambición? Hay varios factores que actúan juntos aquí, pero los medios de comunicación contemporáneos y la tecnología de la información necesitan ser resaltados. A través de ellos, de hecho, el mundo entero se nos pone al alcance de la mano en cualquier momento de nuestras vidas. No estamos equipados para manejar esto. Mientras que la información por si misma es mayormente neutra, y en ocasiones incluso moralmente inspiradora, la cara negativa es que los medios de comunicación contemporáneos sobreestiman nuestra pomposidad e intranquilidad inundándonos con detalles íntimos de las vidas de los ricos, los famosos, los guapos, los talentos, los poderosos, los superinteligentes, los grandes triunfadores, y los perversos  de una manera tal que estimula, seduce y a veces asalta nuestro equilibro interior de manera que nos deja cultivando privadas fantasías de grandiosidad, de destacar de tal manera que el mundo se dé cuenta. Vemos todo esto de una forma extrema y perversa en alguno de los tiroteos indiscriminados que suceden en nuestra sociedad, donde una persona trastornada y solitaria azarosamente asesina a otros por una visión enferma de la propia notoriedad. Lo vemos también, en el crecimiento del fenómeno de la anorexia. Estos ejemplos pueden parecer atípicos, pero nos estamos convirtiendo en una sociedad dentro de la cual se sobrestimula peligrosamente la ambición.

Y hoy generalmente no disponemos de las herramientas personales suficientes para manejar esto. Los seres humanos siempre hemos sido inquietos y ambiciosos, pero en las generaciones anteriores disponían de mas herramientas –religiosas y sociales- para manejar esta inquietud, ambición y frustración. Por ejemplo, en generaciones anteriores el ethos cultural daba a la gente muchas menos licencias para cultivar el ego de lo que se hace hoy. Antes de nuestra propia generación, uno era bastante más tímido en la autopromoción, la autocanonización, la avaricia abierta, y la craso autosuficiencia. La humildad fue expuesta como una virtud y nadie se suponía que tenia bastante como para caber en sus pantalones. Era una jarro de agua fría sobre el ego, la crasa autoafirmación, y la codicia, lo que en efecto servía de amortiguación para la ambición. El mensaje tras todo esto estaba claro: no eres el centro del universe.

En general, esto no es lo que pasa hoy. La sociedad, más y más, nos da licencia para ser ambiciosos, para ponernos a nostros mismos en el centro y orgullosamente proclamarlo publicamente. No solo se nos permite hoy no caber en nuestros propios pantelones, sino  que no somos admirados a menos que nos afirmemos de esa manera. Y esta es la formula para la envidia, la amargura y la violencia. Ambición e inquietude necesitan de una saludable guia desde la cultura y la religion. Hoy, generalmente, no vemos ese tipo de guia.

Somos peligrosamente débiles inclucando en las conciencias de la sociedad, especialmente en la conciencia de los jóvenes, un serie de verdades humanas y religiosas vitales: ¡Sólo para Dios es la gloria! Es¡n esta vida, definitivamente toda sinfonía permanence inacabada. Tu no eres el centro del mundo. ¡Hay un pecado real! ¡la autosuficiencia no es una virtud!¡Sólo encontrarás la vida entregándola!¡las vidas de los otros son tan reales como la tuya!

Hemos fallado en nuestros jóvenes dandoles expectativas irreales e incluso les privamos de las herramientas para manejar dichas expectativas,

    
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