NARCISO YEPES (1927 – 1997)

28 de septiembre de 2009
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'No busco el éxito ni el aplauso: yo toco para Dios'

Querido maestro:

Ciudad Redonda. Un lugar para compartir lo que somos.Tengo en las manos un libro que tú no pudiste leer (¡cuanto te hubiera emocionado!), porque no estaba escrito antes de tu despedida final. El título es tuyo: “Amaneció de noche”. Tiene además un subtítulo: “Despedida de Narciso Yepes”;  una autora: Marysia Szumlakowska, tu esposa; y un propósito según veo en la contraportada: narrar los últimos años de tu vida.

¿Cómo se lee al otro lado de la frontera? Habrás observado que estas páginas no son una biografía al uso, con lugares, fechas y acontecimientos encadenados en forma de relato. Son un desahogo, una meditación viva, un reencuentro. O simplemente una declaración de amor. La autora lo dice sin rodeos:  “Mi esposo, te amo tanto… ¿Dónde buscar tu huella? Sólo en Dios… También en los que yo amo y en los que tú amaste. Y en todos los que han escuchado tu música”.

En este diálogo, querido maestro, también se oye tu voz, era inevitable: “Unas horas antes de irse”, recuerda Marysia, “juntando su cara con la mía, me confió su secreto con su voz casi inaudible, rota, pero firme. Me dijo: Me arrebata un amor tan grande… me aspira y engloba a todos los que amo. Te amo tanto… Te dejo este amor inmenso que ya me acoge, repártelo, escribe…” Ella ha cumplido fielmente tu encargo.

En el campo musical todos te reconocen como primera figura entre los virtuosos de la guitarra clásica. Tus dedos tenían ‘ángel’. Sé que a los cuatro años comienza tu formación musical y a los veinte te estrenas con la interpretación del Concierto de Aranjuez bajo la batuta del maestro Ataúlfo Argenta. Enseguida comienzas a figurar en los programas nacionales y extranjeros como solista de lujo.

Un día te preguntas por qué no construir un instrumento de diez cuerdas frente a las seis de la guitarra clásica; por qué no rescatar piezas inéditas de nuestros compositores del Renacimiento, del Barroco, etc. y resucitarlas para el público… (¡cuántas sacaste a la luz y a cuántas diste vida con una interpretación inigualable!); por qué no llevar cada obra musical a su máxima calidad sonora respetando la idea del autor y buscando ese acorde imposible que mejor puede traducirla.

Eras un maestro, no un divo. Lo confesarías con la mayor sencillez: “No busco el éxito ni el aplauso: yo toco para Dios”. Bella alusión a los salmos que recitabas tantas veces: “Tañed para el Señor”, “Tocad para Dios, tocad”, “Tocad con maestría”…  Muchos ignoran que llevabas la fe en el corazón.  Y no porque hubieras crecido en un clima religioso. Te bautizaron al nacer y ahí acabó todo. Bueno, no todo: un 18 de mayo, junto al Sena,  sientes la llamada de Dios y sin poderlo resistir entras en la iglesia más próxima, Saint Julien le Pauvre, y allí llegas a olvidarte del tiempo. “A los veinticinco años recibí la comunión por primera vez”.

Luego rezas tu ‘rosario interior’ con sus misterios gozosos, luminosos, dolorosos (los gloriosos los vives ahora). La guitarra te proporcionará grandes alegrías. No digamos tu esposa y tus hijos. Y, por supuesto, tus nietos… Pero va a ser Dios mismo quien renueve tu vida y la lleve a plenitud; él, quien te permita asumir un desgarro como la muerte de Juan de la Cruz, el hijo menor, tan querido. Juan desaparece en un abrir y cerrar de ojos sin poder decirte una palabra (la carretera es así de cruel) y tú, destrozado, terminarás ofreciendo a Dios su vida como anticipo de la tuya.

A partir de ahora tu música, como tu vida, alcanza otra vibración. La gente dice que primero estudiabas guitarra, luego dominabas la guitarra (ese verbo no te convenció nunca), después te identificabas con ella. “Ser instrumento” fue tu discurso al ingresar como Académico de Número en la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando cuando ocupaste el sillón de tu admirado Andrés Segovia; y es que el instrumento eras tú mismo, vibrando todo entero con tu guitarra. ¿Qué significa ‘vibrar’ para ti?: ¿cantar?, ¿llorar?, ¿rezar? Ya lo habías dicho en conversación con una periodista, Pilar Urbano: “Tocar un instrumento lo mejor que uno sabe, y ser consciente de la presencia de Dios, es una forma maravillosa de orar”.

Cuando siete años y medio antes de tu muerte el médico te comunica a bocajarro el diagnóstico de tu enfermedad —‘cáncer linfático’— comenzará para ti esa terrible noche que se va a agudizar en determinados momentos, pero ya tus raíces se han robustecido y estás en condiciones de rezar con el salmo 22: “Aunque camine por cañadas oscuras, nada temo porque tú vas conmigo”.

Mientras puedas regalar tu música seguirán los conciertos. Algunos entrañables e inolvidables, como los que ofreces en Japón, sacando fuerzas de flaqueza, acompañado de tus hijos: Ignacio con su flauta, y Ana, la coreógrafa, con la belleza de su danza: el “Trío Yepes” que tanto te ilusiona. ¿Es verdad que llegas a dar un concierto con 40 grados de fiebre?

Me ha emocionado ver cómo te despides de tus amigos de Taizé, de tu guitarra, de tu familia. Cómo sabes decir adiós. Vuelvo a las páginas de Marysia y resumo: -Narciso dice:
—’Quiero ir a Taizé’.
Llamamos a Taizé y los hermanos  nos contestan con inmensa alegría:
—“Os esperamos, podéis estar el tiempo que queráis”.
La acogida de la comunidad, el abrazo de Frère Roger, los encuentros con el hermano Alois, excelente guitarrista, todo nos permite disfrutar de una estancia entrañable entre los monjes. (Entonces no podíais imaginar ni de lejos el final trágico del querido Hermano Roger).

También recuerdas -seguro- la despedida de la guitarra, ese ‘concierto silencioso’ del que habla tu compañera del alma: -Marysia,
— ¿Me puedes acercar la guitarra, por favor?

  • Ahora mismo. 

“Abro el estuche, la desenvuelvo de su pañuelo de seda, la saco y se la entrego. La pongo en sus rodillas… Él la toma con devoción. La contempla. Sé que la está tocando sin manos, con el alma. Sé que la guitarra le contesta y que los dos están reviviendo las horas más intensas, los conciertos más bellos.”

¿Y la familia? Aquí sobran las palabras. El cariño recíproco y la fe compartida van a llenarlo todo. Por eso la misa de Ángel sobre tu cuerpo en la cama del hospital va a ser el gran signo de comunión de todos en Cristo, una celebración vivida en la que los más íntimos oran y cantan junto a ti.

Tu despedida al Cristo de Buenafuente, un adiós a distancia, pero muy hondo y cordial,  es un hasta luego. Porque allí, en aquel entrañable monasterio, descansan tus cenizas hasta el encuentro definitivo.

    

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