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María en el anglicanismo: gracia y esperanza en Cristo

Carlos Martinez Oliveras, cmf -

Cerca de la costa este británica y a pocos kilómetros de la ciudad inglesa de Norwich, en la zona conocida como East Anglia, se encuentra el santuario de Nuestra Señora de Walsingham. Lo curioso de este lugar emblemático, con dos templos, es que hasta allí confluyen peregrinaciones de católicos y anglica­nos para venerar a la Virgen María. Es­te sencillo dato ya nos da idea de la cercanía y la distancia que en el culto mariano comparten las dos tradicio­nes. Pero vayamos poco a poco.

La herida de una ruptura

Hasta el primer tercio del s. XVI la Iglesia en Inglaterra conoció una única historia. Factores matrimoniales del rey Enrique VIII (1491-1547), que afecta­ban a la descendencia del reino, mez­clados con cuestiones políticas euro­peas, hicieron desencadenarse el peor de los desenlaces. En 1534 el Parla­mento declaraba al rey cabeza de la Iglesia de Inglaterra y se consumaba la ruptura, siempre dolorosa, de la comunión eclesial. En el breve reinado de su sucesor, el joven Eduardo VI, tutelado por personas afines a la Reforma, las doctrinas protestantes provenientes del continente hicieron ensanchar una grieta que, al principio, solo parecía establecer diferencia en el reconoci­miento de la jurisdicción del obispo de Roma. Con Isabel I (1533-1603) el anglicanismo quedó configurado de una manera definitiva. Pero, ¿qué ocurre con el tema de la Virgen María?

Un acuerdo histórico

En el año 2005, después de un largo camino de diálogo ecuménico entre la Iglesia católica y la Comunión anglicana tras el Concilio Vaticano II, ambas deci­dieron abordar el tema de la Virgen Ma­ría. El fruto de aquellos diálogos es un documento de extraordinario valor y sorprendentes convergencias que lleva por título María, gracia y esperanza en Cristo (Documento de Seattle, 2005). ¿Qué nos dice dicho documento?
Bienaventurada. En primer lugar, re­conoce que todas las generaciones de anglicanos y católicos han llamado a la Virgen María “Bienaventurada”. Ade­más, tanto anglicanos como católicos estamos de acuerdo en que es imposi­ble ser fieles a la Escritura sin prestar la debida atención a la persona de María (cf. n. 6). Lo importante es que se lle­ga a reconocer que, a pesar de que du­rante siglos de separación se han des­arrollado algunas espiritualidades y doctrinas de forma independientes, ahora es posible reconocer un amplio acuerdo basado en las Escrituras y en las antiguas tradiciones comunes sobre el lugar de María en la economía de la salvación y en la vida de la Iglesia. Dentro de la vida contemporánea de nuestras dos Comuniones se pueden identificar lo mucho que nuestra fe tie­ne en común acerca de aquella que, entre todos los creyentes, está más cer­ca de nuestro Señor Jesucristo.

En el misterio de la redención. La imagen de la Virgen María en la teolo­gía y el culto anglicano tiene mucho de momento segundo. ¿Qué quiero decir? Significa que su comprensión mariológica vendrá como consecuencia de su comprensión de la cristología, la eclesiología, el tratado de gracia o de la co­munión de los santos. Católicos y an­glicanos están de acuerdo en que solo puede haber un único mediador entre Dios y la humanidad, Jesucristo. En es­te sentido ambas tradiciones rechazan cualquier interpretación del papel de María que oscurezca esta afirmación.

Los dogmas marianos. Los anglica­nos, como los católicos y los ortodo­xos, reconocen la gracia y la vocación única de María, Madre del Dios encar­nado (Theotókos), observan sus fiestas y le tributan honor en la comunión de los santos (cf. n. 2). El elemento nuevo y notable es el acuerdo, limitado pero sustancial y positivo, sobre las dos de­finiciones católicas pontificias sobre la Virgen María (Inmaculada, 1854 y Asunción, 1950), tan criticadas no sólo por la Reforma sino también por los ortodoxos. Por razón de su vocación a ser madre del Santo resulta adecuado que la obra redentora de Cristo alcan­zara a María en las profundidades de su ser y desde sus mismísimos co­mienzos (cf. nn. 54-55.59). Al mismo tiempo se afirma que es adecuado creer que la enseñanza de que Dios ha llevado a su gloria a la Bienaventurada Virgen María en la plenitud de su per­sona está de acuerdo con la Escritura, que solo puede ser entendida bajo su luz y que es un signo de la esperanza escatológica de la humanidad (cf. nn. 56-58). Anglicanos y católicos recono­cen que María es un modelo de santi­dad, obediencia y fe para todos los cristianos y para la Iglesia (cf. n. 2).
Orar a María y los santos. Reconoce­mos juntos que María desempeña un papel primordial a la hora de orientar a los cristianos hacia Cristo, el único mediador. Por eso, se puede rezar a María y los santos, conscientes de que María y los santos oran por toda la Iglesia. En el documento que venimos estudiando se llega a una afirmación de gran importancia: la práctica de in­vocar a María y a los santos para inter­ceder por nosotros no es un motivo que nos divida (cf. nn. 64-75). La con­vicción que subyace es que una vez que exista un acuerdo doctrinal, podrá haber diversas espiritualidades dentro de nuestras tradiciones.

Cuestiones pendientes         

Aunque el acuerdo es grande y sus­tancial, permanecen dos cuestiones pendientes de una más adecuada pre­cisión y resolución. Por un lado, en el contexto de una Iglesia visiblemente unida, cómo se afirmarían las doctrinas de la Inmaculada y la Asunción en la confesión de una fe común. Por otro lado, la práctica de la devoción a Ma­ría y la invocación a los santos es una parte normal de la vida devocional ca­tólica; sin embargo, para muchos an­glicanos permanece como poco fami­liar o, incluso, ajena, por lo que será necesario un diálogo posterior y una mutua comprensión.

Conclusión     

Quienes firmaron el acuerdo pensa­ron que no habían negociado sola­mente una conciliación o un acerca­miento, sino que habían “ilustrado de manera nueva el lugar de María en la economía de la esperanza y de la gra­cia”. Termino con las palabras finales que son todo un programa de lo con­seguido y un compromiso para seguir trabajando en el futuro: “Nuestra espe­ranza es que, mientras compartimos ese único Espíritu que preparó y santi­ficó a María para su singular vocación, podamos participar junto con ella y to­dos los santos en la incesante alabanza de Dios” (n. 80).

 


Extraído de la Revista Mariana y Misionera  "Iris de Paz"

    
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