Marcharse primero

5 de junio de 2017
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Ciudad Redonda. Un lugar para compartir lo que somos.“Yo voy por delante a prepararos un lugar para vosotros”. Jesús dirige estas palabras a sus discípulos en sus últimos momentos según se sienta a la mesa y siente su tristeza en su incomprensión de su muerte, de su partida. Sus palabras son pronunciadas para consolarles y darles la seguridad de que no les va a abandonar. Es sólo que él marcha primero para prepararles un lugar y volver a encontrase con ellos de nuevo más tarde.

Esta historia me toca muy personalmente porque fue así como una de mis hermanas murió. Era joven, madre de una familia numerosa, y de igual manera demasiado joven para dejar solos a sus hijos pequeños. Murió de un cáncer que, mientras hacía implacablemente su trabajo mortal, misericordiosamente se fue casi libre de sufrimientos y con la mente y el corazón claros hasta el último momento. El cáncer al final la invadió hasta el punto de que no podía ya comer, pero se la pudo alimentar a través de transfusiones intravenosas. Pero esto, al final, no funcionó, una vez desenganchada de las agujas, le dijeron que disponía de aproximadamente una semana de vida. Ella escogió pasar esos últimos días en el hospital en lugar de en casa, con el cuidado de la familia y con 24 horas de acceso a su cama de hospital.

Los días que precedieron a su muerte fueron un tiempo sagrado. Le di la comunión algunos días antes de su muerte y con su cabeza aún muy clara, me dijo lo que yo tenía que decir durante la liturgia de su funeral. Había escogido el texto exacto donde Jesús, la noche antes de morir, les dice a los apesadumbrados discípulos que él va primero a prepárales un lugar para ellos. Me compartió cómo antes de que cada uno de sus hijos naciera, antes de ir al hospital a dar a luz, lo había preparado todo cuidadosamente en casa para su llegada, la cuna, los pañales, las ropas, la habitación. Llevó a sus hijos a casa, a un lugar que había preparado cuidadosamente. Y ahora ella se iba antes que ellos de nuevo a prepárales un lugar.

Prediqué esas mismas palabras en su funeral y a pesar de nuestro dolor y a pesar del hecho de que en momentos como aquellos no hay nada que pueda ser dicho que se lleve nuestra pena, nos dejó un crudo testimonio de fe como una imagen que nos colocó a todos nosotros, no sólo a su marido o a sus hijos, dentro de una historia más grande, de una fe narrada, que resaltaba dos cosas.

Primero, la imagen de su marchar delante de sus hijos despertó nuestra acongojada fe en la verdad de que una madre puede ir por delante a preparar un lugar para sus hijos de formas mucho más profundas que simplemente trayendo al recién nacido a casa desde el hospital. Segundo, su “ir delante” mostró a sus hijos y al resto de nosotros, cómo morir, cómo hacer ese último acto que todos algún día tendremos que hacer. Después de ver a una persona morir, sientes menos miedo a tu propia muerte porque ves cómo se puede vivir de una manera sencilla, por una persona sencilla, de una manera que solo tu puedes hacer. Con su muerte, ella preparó un lugar para nosotros.

Pero no es solo una lección sobre el morir. Esta imagen, voy primero a prepararos un lugar a vosotros es una metáfora que define la tarea esencial de nuestra adultez, de nuestros años de madurez. Nuestra tarea como “mayores”, ya sea como madre o padre, como hermano o hermana mayor, como tío o tía, como profesor, sacerdote, enfermera, trabajador, colega, o amigo, es vivir de tal manera que creemos un lugar donde los jóvenes puedan seguir. Nuestra tarea como adultos es mostrar a los jóvenes cómo vivir en un lugar donde no se ha estado aún.

Y esto es al mismo tiempo una noble y humilde tarea. La mayoría de nosotros no podemos llevar adelante los elevados ideales que vemos que viven de verdad en sus vidas los grandes santos, a través de sus vidas han creado un lugar ideal para nosotros. De cualquier manera, mientras que no todos pueden vivir como la Madre Teresa, quizás, puedan vivir como tú vives, y tu vida puede ser su ejemplo para dar sentido, integridad, santidad anónima, y morir sin un miedo innecesario.

He sido agraciado con la posibilidad de acompañar en su lecho de muerte a un buen número de personas sencillas que murieron sencillamente mirando a su propia muerte, sin coros de ángeles silenciosamente cantando por detrás, sin aleluyas en sus labios, con dolor y la sed que domina sus preocupaciones, con sus manos fuertemente sostenidas por sus seres queridos, y sus corazones todavía muy centrados en el dolor de dejar este mundo. Y esta no es una mala manera de morir. En la manera como manejaron su muerte y así ellos prepararon un lugar para mí. Mirando cómo ellos murieron, siento mucho menos miedo y puedo decir más fácilmente: ¡Yo puedo con esto!

¡Qué bendición tener a alguien que vaya por delante a preparar un lugar para ti!

    

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