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Malta, Julio de 2006 / Los náufragos que no se ven Dos textos sobre un mismo tema

Emma Torralba en Eclesalia. Y J Barnes en “Una historia del mundo en diez capítulos y medio” -

ECLESALIA, 24/07/06.- En esto se levantó el opulento Primer Mundo y le preguntó para ponerlo a prueba:
-Maestro, ¿qué tengo que hacer para heredar la vida eterna?
El le dijo:
-¿Qué es lo que está escrito en vuestros libros sagrados? ¿Qué es lo que os dicen vuestros líderes religiosos?
El Primer Mundo contestó:
- “Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con todas tus fuerzas y con toda tu mente. Y a tu prójimo como a ti mismo”.
Él le dijo:
- Bien contestado. Haz esto y tendrás vida.
Pero el Primer Mundo, queriendo justificarse, preguntó a Jesús:
-Y ¿quién es mi prójimo?
Jesús le contestó:


- 51 inmigrantes subsaharianos que huían de las guerras, el saqueo y las hambrunas de sus pueblos, navegaban a la derivaba en aguas internacionales entre Libia y Malta. Iban en un frágil cayuco, sedientos y  medio muertos.
Aquel mar lo vimos todos. Pero los judíos y los palestinos ocupados en matarse unos a otros por un trozo de tierra dieron un rodeo; defender el “honor” de Yahvé y Alá, sacrificando vidas humanas era ahora su macabra obsesión. Lo mismo hicieron los católicos, dieron un rodeo y pasaron de largo;  el Estado Vaticano no tomó la iniciativa de abrir sus puertas y acoger en sus lujosos aposentos a tanta desesperanza.
Sin embargo, un pesquero, el “Francisco y Catalina”, que iba a faenar por aquellas aguas para ganarse el pan de cada día, vio el cayuco, a la tripulación se le conmovieron las entrañas, y los rescataron. "No somos héroes, somos marineros, pero lo volveríamos a hacer, sin ninguna duda" –dijeron al ser preguntados por los periodistas que querían convertir la compasión en espectáculo-. Los subieron a cubierta, les vendaron las heridas, compartieron aceite, agua y vino. Y apretujados aguantaron entre el estupor y la indignación la negativa de las autoridades maltesas al desembarco en sus costas; cada día que pasaba ponían de su bolsillo los 6.000 euros de su jornada laboral. 

¿Qué te parece? ¿Quién de todos se hizo prójimo de los náufragos?
El Primer Mundo contestó:
- El que tuvo compasión de ellos.
Jesús le dijo:
- Pues anda, haced vosotros lo mismo.

 *Extraido de : http://www.eclesalia.net

LOS NÁUFRAGOS QUE NO SE VEN



    «Hoy en día, los barcos se han ido haciendo más grandes, mientras que las tripulaciones se vuelven cada vez más pequeñas y todo se maneja mediante la tecnología. Se programa un ordenador en el Golfo Pérsico, o donde sea, y el buque se gobierna prácticamente solo hasta Londres o Sidney. Es mucho mejor para los armadores, que se ahorran un montón de dinero, y mucho mejor para la tripulación que sólo tiene que preocuparse por combatir el aburrimiento y se pasa la mayor parte del tiempo bajo cubierta, bebiendo cerveza y viendo películas en vídeo.

    En los viejos tiempos, siempre había alguien en la torre de vigía o en el puente, vigilando. Pero hoy, en los grandes buques, ya no hay vigía, sino que, de vez en cuando, alguien observa una pantalla llena de puntos luminosos móviles.
    En los viejos tiempos, un náufrago a bordo de una pequeña balsa o de un bote, perdido en medio del mar, tenía algunas posibilidades de ser rescatado si un barco pasaba cerca de él. Bastaba con que atara la camisa en lo alto del mástil, agitara los brazos, se desgañitara gritando y disparara un cohete de señales para que el vigía de turno lo localizara. Ahora puedes estar durante semanas a la deriva en el océano y que los superpetroleros pasen de largo sin advertir tu presencia: el «radar» no te detecta, porque eres demasiado pequeño; tendrás que confiar en que alguien, inclinado sobre la barandilla de cubierta para aliviar su mareo, se percate de tu existencia.

    Seguramente abunden los casos de náufragos que en otro     tiempo habrían sido salvados y a los que ahora nadie recoge; e incluso casos de personas que han sido atropelladas por los barcos que ellas creían que acudían a rescatarlas. Trato de imaginar lo espantoso que puede ser, la terrible espera... y, luego, la sensación de desolación cuando el barco pasa de largo y no puedes hacer nada, porque todos tus gritos quedan ahogados por el nido de los motores. No pensamos en salvar a otras personas; seguimos navegando hacia adelante confiando en nuestras máquinas. Todo el mundo está bajo cubierta, tomándose una cerveza con Greg».

J. Barnes: “Una historia del mundo en diez capítulos y medio”
citado por J. Gª Roca: “Solidaridad y voluntariado”, Sal Terrae, p. 74.

    
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