Lunes cuarto de cuaresma

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Comenzamos la cuarta semana de Cuaresma. La Liturgia del IV Domingo nos ha invitado a la alegría por haber traspasado el ecuador del tiempo penitencial. A partir de hoy se lee el cuarto Evangelio, narración pascual por excelencia, que nos acompañará hasta Pentecostés.

Ciudad Redonda. Un lugar para compartir lo que somos.Ante la perspectiva  de la Pascua que se acerca, las lecturas de hoy siguen llamándonos al gozo. “Mirad, yo voy a crear un cielo nuevo y una tierra nueva. Habrá gozo y alegría perpetua. Voy a transformar a Jerusalén en alegría” (Isa 65, 17).

La razón de gustar sentimientos tan positivos y esperanzadores, nos la da el texto evangélico, en el que se narra el segundo signo de Jesús. El funcionario real, que se ha acercado desde Cafarnaum  a Caná de Galilea para pedir al Señor la curación de su hijo, da fe a las palabras del Maestro, y se vuelve confiado hacia su casa. A la vuelta, sus criados le confirman que su hijo se ha curado, precisamente a la misma hora en la que había sucedido el encuentro con Jesús.

La escena se presenta con algunos códigos importantes para aplicarla a nuestra vida. El funcionario real no tiene nombre. El suceso acontece en Caná, lugar donde también se dio el primer signo, el agua convertida en vino. Se señala la hora exacta del encuentro del funcionario con Jesús, la misma de la curación. Tres circunstancias importantes revelan el sentido de la escena. Los parámetros de tiempo y de lugar, y el interlocutor anónimo, señalados en el texto, no son irrelevantes, significan que se trata de un lugar teológico. Cada uno de nosotros puede personalizar el encuentro. El hijo enfermo puede representar aquello que más queremos o necesitamos, lo que nos duele en las entrañas.

La propuesta es dar fe a la Palabra de Jesús, reacción creyente, a pesar de sufrir situaciones difíciles. El salmista nos pone en los labios la oración adecuada, que nace de la experiencia sapiencial: “Te ensalzaré, Señor, porque me has librado” (Sal 29). Nos podemos sentir librados de la enfermedad, de la tentación, del acoso de circunstancias adversas: “No has dejado que mis enemigos se rían de mí”.

Esta experiencia colma de alegría y mueve a optar definitivamente por el Señor. El funcionario “creyó él con toda su familia” (Jn 4, 54).

Deja entrar el gozo, la alegría, la música, porque “ya no se oirán gemidos”. “Tañed para el Señor, fieles suyos” (sal 29).

    

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