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Luchando con la secularidad

Ron Rolheiser (Trad. Julia Hinojosa) -

Vivimos en una cultura altamente secularizada.  Este juicio se basa generalmente en alguna de los tres tipos de reacciones de los cristianos que luchan por vivir la fe en este contexto:

Primero, está en incremento el  número de cristianos de todas las denominaciones que ven a  la secularidad más como un enemigo de la fe y de las iglesias que como un aliado.  En su opinión, la secularidad es una amenaza para la religión y la moral, y  en nombre de la libertad y de la apertura de la mente se está lentamente sofocando la libertad cristiana.  Para ellos, la secularidad contiene dentro de sí una cierta tiranía de relativismo que se podría etiquetar adecuadamente como "post-cristiana" y como una "cultura de la muerte".

Un segundo grupo simplemente se acomoda a la cultura sin mucha reflexión crítica. Adaptan la fe con la cultura y la cultura a la fe según convenga a su situación.  Para ellos, la fe se convierte en gran parte en un patrimonio cultural, una ética más que una religión, aunque esto no es una simple traición como pareciera a primera vista. Las luchas más profundas continúan en el interior, provocadas no sólo por cuestiones perennes del espíritu, sino también por los genes judeo-cristianos dentro del ADN, tanto de la cultura como del individuo.  Estos individuos toman los valores selectivamente tanto de la tradición judeo-cristiana como de la cultura secular, y los mezclan en un nuevo matrimonio, aparentemente sin mucho rigor religioso.

Un tercer grupo tiene un enfoque más matizado: Las personas como Charles Taylor, Louis Dupré, Kathleen Norris, y, en una generación anterior, Karl Rahner, ven a la secularidad como un saco en el que se mezclan una cultura de la vida y la muerte, una cultura que de alguna manera es un progreso y una purificación de los valores morales y religiosos, así como una cultura en la que está perdiendo terreno lo moral y religioso. De gran importancia en este punto de vista es la idea de que la cultura secular, la secularidad, es  hija del judaísmo y el cristianismo.  El Judeo-cristianismo, al menos en su mayor parte, dio a luz a René Descartes, a los principios de la Iluminación, la revolución francesa, la revolución escocesa, la revolución de América, y por lo tanto a la democracia, la separación de Iglesia y Estado, y al principio que tanto subyace a la secularidad, es decir, que estamos de acuerdo en organizar la vida pública en el principio del consenso racional, en lugar de organizarla sobre la base de la autoridad divina (permitiendo, por supuesto, a la autoridad divina influir en el consenso racional).

En este punto de vista, lo contrario de la secularidad no es la iglesia, sino los talibanes o cualquier punto de vista que sostiene que la vida pública debe regirse por la autoridad divina, independientemente del consenso racional.  La secularidad es, pues, más  nuestro hijo que nuestro enemigo.  Sin embargo, si eso es cierto, entonces ¿por qué la secularidad es tan frecuentemente amarga y excesivamente crítica en su actitud hacia las iglesias cristianas?  Esto puede parecer una contradicción, sin embargo la secularidad puede ser anti-cristiana por la misma razón que los adolescentes pueden ser amargos y excesivamente críticos hacia sus propios padres, es decir, la adolescencia es a menudo inmadura y narcisista. Sin embargo, un adolescente inmaduro,  y narcisista,  no es una mala persona, sólo una persona  inconclusa.

Viendo la secularidad, desde esta perspectiva, es importante destacar tanto la autoridad moral y religiosa que se ha perdido en la secularidad, como el fundamento moral y religioso que se ha ganado.  Ambos pueden verse, por ejemplo, al observar una cultura altamente secularizada como los Países Bajos: por un lado, ha bajado mucho la asistencia a la iglesia y la explícita práctica cristiana.  Junto con esto está la tolerancia y la legalización del aborto, las drogas, la prostitución y la pornografía.  Por otro lado, son una sociedad que se hace cargo de sus pobres mejor que cualquier otra sociedad en el mundo, y una sociedad que es reconocida por su énfasis en la generosidad, la paz y la igualdad de la mujer.  Estos no son logros religiosos y morales secundarios.

¿Cuál es mi postura? Principalmente estoy con este tercer grupo y su creencia de que la secularidad no es nuestro enemigo, sino nuestro hijo, y que lleva dentro de sí al mismo tiempo rios  altamente generativos de vida, y riachuelos asfixiantes de muerte. Por un lado, yo extraigo mucho de mi vida y alegría de su creatividad, color, exuberancia y energía generativa, muchas veces en contra de mi propia propensión-germánica al gris y la acedia. También regularmente me anima la generosidad real y la bondad genuina que descubro en la mayoría de las personas con quienes me encuentro.  También es importante señalar que aprovecho sus impresionantes beneficios - la libertad, la protección de mis derechos, la privacidad, la oportunidad para la educación, la maravillosa asistencia médica, la información tecnológica, el acceso a la información, las oportunidades culturales y de ocio, el agua limpia, la comida abundante, y, no menos importante, la libertad de practicar mi fe y la religión.
En el lado negativo, reconozco también sus elementos de muerte: La tolerancia del aborto, la marginación de los pobres, la picazón por la eutanasia, el racismo persistente, la generalizada irresponsabilidad sexual, una creciente adicción a la pornografía, y una  creciente trivialización y superficialidad.  Como televisión de la realidad, se vuelve más representativa de nuestra cultura; y yo me empiezo a desesperar más por su profundidad.

Como un hijo adulto de Rene Descartes, respiro en la secularidad, un aire muy mezclado, puro y contaminado, y me encuentro dividido entre la esperanza y el miedo, cómodo y, sin embargo, inquieto, defendiendo la secularidad aun cuando yo mismo la crítico.

Ron Rolheiser. OMI

    
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