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Llegar a ser un mendigo santo

Ron Rolheiser (Trad. Benjamin Elcano, cmf) -

A excepción de la Escritura y de unos pocos místicos cristianos, la espiritualidad cristiana, hasta ahora, ha sido remisa en regalarnos una perspectiva para los años de nuestro retiro. La razón de eso no es ningún misterio. Hasta hace poco, la mayoría de la gente moría poco después de la jubilación, y así, pasados nuestros años activos, no había necesidad de una espiritualidad altamente desarrollada de la generatividad.

¿Qué significan espiritualmente nuestros años de jubilación? ¿Cuál es nuestra vocación entonces? ¿Qué podría significar para nosotros la generatividad después de haber hecho nuestro trabajo?

Henri Nouwen, uno de los primeros escritores contemporáneos en abordar esta cuestión, presenta esta sugerencia: Viene un tiempo en nuestras vidas cuando la cuestión ya no es ¿qué puedo hacer aún para aportar una contribución? Más bien la pregunta se presenta así: ¿Cómo puedo vivir ahora de modo que mi envejecimiento y muerte sean el gran regalo final para mi familia, mi comunidad, mi iglesia y mi país?

¿Cómo dejo ya de escribir mi currículo con el fin de empezar a escribir mi panegírico? Felizmente, hoy los escritores espirituales están empezando a desarrollar una espiritualidad acerca de estas cuestiones y, al hacer eso -creo yo- nos pueden ayudar algunos ricos atisbos de la espiritualidad hindú.

En el hinduismo, se entiende que la vida tiene cinco etapas naturales: La primera es la de niño. Como niño, eres iniciado en la vida, aprendes a hablar, aprendes cómo interactuar con otros y se te da tiempo para jugar.

La segunda etapa es la de estudiante. En el Hinduismo, eres estudiante hasta que te casas, empiezas a formar una familia y estableces una carrera. Como estudiante, tu primer interés es gozar de tu juventud y prepararte para la vida.

Luego llegas a ser jefe de familia. Esto, la tercera etapa de la vida, empieza con el matrimonio y acaba cuando tu último hijo se ha hecho mayor, tu hipoteca está pagada y te retiras de tu empleo. Como jefe de familia, tu tarea es la familia, los negocios y la implicación en asuntos cívicos y religiosos. Estos son los años de tu deber.

La cuarta etapa es la de habitante del bosque. Este periodo debería empezar cuando tú estás lo suficientemente libre de los deberes de la familia y los negocios para hacer alguna reflexión más profunda. Habitar en el bosque significa estar un amplio periodo en que te retiras, parcial o totalmente, de la vida activa a estudiar y meditar tu religión y tu futuro. Muy prácticamente, esto podría significar que vuelves al colegio, quizás a estudiar teología y espiritualidad, hacer algunos extensos retiros, empeñarte en una práctica meditativa y recibir alguna dirección espiritual de un guía.

Finalmente, una vez que habitar en el bosque te ha dado una visión, vuelves al mundo como un Sannyasin, como un mendigo santo, como alguien que no posee nada, a no ser fe y sabiduría. Como un Sannyasin, te sientas en cualquier sitio público como un mendigo, como alguien sin ninguna significación, propiedad, afectos ni importancia. Estás disponible para otros por una sonrisa, una charla, un intercambio de fe o algún acto de caridad. En efecto, eres una persona de la calle, pero con una diferencia. No eres una persona de la calle porque no tengas otras opciones (un cómodo retiro, un curso de golf, una casa de campo), sino más bien porque ya has hecho de tu vida un éxito. Ya has sido generativo. Ya has dado lo que tenías que dar y ahora estás buscando cómo ser generativo de un modo nuevo, a saber, vivir de tal manera que estos últimos años de tu vida den otra clase de regalo a tus seres queridos: un regalo que toque sus vidas de un modo que de hecho los impulse a pensar más profundamente en Dios y sobre la vida.

Un Sannyasin da carne “encarnacional” a las palabras de Job: “Desnudo salí del vientre de mi madre y desnudo volveré”. Entramos en este mundo sin nada y sin nada lo abandonamos. Un mendigo santo encarna esa verdad.

Imagínate qué testimonio podría ser si personas de mucho éxito -médicos, presidentes de banco, atletas, periodistas, maestros, gente de negocios, comerciantes, agricultores y personas casadas felizmente que habían educado con éxito a los hijos, gente que tiene todas clases de cómodas opciones en la vida- estuvieran sentadas como mendigos santos en cafeterías, en terrazas de comida rápida, en alamedas, en rincones de calle y en palacios de deporte. Nadie podría sentirse superior a ellos o tratarlos con compasión, como hacemos con la gente de la calle que se sienta ahora. Imagínate el testimonio de alguien que se hace un mendigo voluntario porque ha tenido éxito en la vida. ¡Qué testimonio y vocación sería!

Pero este concepto -ser un mendigo santo- es obviamente una imagen idealizada que cada uno de nosotros necesita pensar bien en referencia a lo que podría significar para nosotros concretamente.

En los primeros siglos del Cristianismo, la espiritualidad vio el martirio como la final expresión de la vida cristiana, el modo ideal de coronar una vida llena de fe. Justino, Policarpo, Cipriano y otros innumerables se “retiraron” al martirio. Más tarde, los cristianos solían retirarse a los monasterios y conventos.

Pero el martirio y los monasterios son también, en cierto grado, imágenes idealizadas. ¿A qué, concretamente, podríamos retirarnos nosotros?

    
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