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Llamados a vivir en comunidad

Juan José Bartolomé -
Para Pablo no sería legítima una afirmación de la exclusi­vidad salvífica de Cristo Je­sús, centro del evangelio y experiencia básica del creyente, que no comporte la afirmación de su vivencia en común: optar por el evangelio de la justificación im­pone optar por la comunidad de los justificados. La vida del cre­yente en Cristo está libre de la ley, pero no ha quedado liberada del hermano, la observe o no. En­tre cristianos la vida ha de ser co­mún, pero diferenciada: sólo cuando se mantienen las diferen­cias, de vida y costumbres, queda intacta la verdad del evangelio. Imponer la circuncisión y la obe­diencia a la ley hubiera converti­do en judíos a los ya cristianos. La comunidad resultante habría ga­nado en uniformidad, pero el evangelio común habría perdido su verdad; tal hubiera sido el caso en Jerusalén, de no oponerse Pa­blo a quien, falso hermano, envi­diaba la libertad del creyente en Cristo.

Obligarse a cumplir con prácti­cas rituales con tal de gozar de la mesa común con judeocristianos hubiera significado aceptar un principio de unidad que no deri­vaba de la muerte de Cristo; la vi­da en común se habría salvado a costa de fundarse donde estaba su origen; en ello consistía la hi­pocresía de Pedro, Bernabé y otros en Antioquía.

Es más que pura coincidencia que Pablo reivindicara la exclusi­vidad salvífica de Cristo Jesús y, en consecuencia, elaborara su doctrina de la justificación por la fe, defendiendo la legitimidad de vivir la fe en común de modo di­ferente. Al no exigir la judaización a sus convertidos, no impo­niéndoles ni la ley ni las costum­bres judías como necesarias para ser cristianos, Pablo puso las ba­ses de una vida común plural y diferenciada: si la fe en Cristo une a los diferentes, por origen y cul­tura, por tradiciones y creencias, quiere ello decir que nada, ex­cepto la misma fe, puede obsta­culizar su vivencia común. Entre creyentes, la unidad de vida es consecuencia de la fe y, por en­de, su ineludible exigencia. Para ser parte de esta comunidad úni­ca no se ha de pedir nada, por di­vino que sea: y la circuncisión que los judeocristianos exigían era ley divina. La solidaridad del creyente con Cristo crucificado es fuente de la libertad cristiana y la solidaridad entre quienes en ello creen su necesaria secuela. Saber­se salvados en Cristo es el evan­gelio paulino; vivir en común esa experiencia es su verdad irrenunciable.

El evangelio hoy

Las iglesias gálatas tuvieron la fortuna de contar con un apóstol que, además de predicarles el evangelio de Dios, supo defender su verdad, el derecho a vivirlo en común sin imponer la uniformi­dad. Pablo en el capítulo segundo de Gálatas nos sigue siendo con­temporáneo: la fe nos hace libres de todo vínculo legal, porque en Jesús muerto y resucitado Dios se nos ha mostrado definitivamente a nuestro favor. Precisamente en Gal 2,12 el apóstol usará la pala­bra programática de esa nueva posibilidad de existir libres: la co­mida en común con paganos. El compartir la comida era sacra­mento de una vida que compartir; la lucha de Pablo por liberar de ataduras legales la mesa cristiana no era ni pudo serle anecdótica; impedir el acceso a la mesa co­mún a los incircuncisos, apoyán­dose en murallas rituales y cos­tumbres ancestrales, suponía ne­gar de facto la voluntad salvífica universal del Dios revelado en Cristo (Gal 1,16). La comunidad cristiana era para Pablo, y debe aún hoy continuar siéndolo, una «comunidad abierta», no porque así lo quiera ella siempre o por­que se lo haya propuesto ahora como táctica acomodada a los tiempos, sino porque así lo quiso quien la fundó y así se lo impuso desde sus inicios.

La liberación de la ley y la co­munidad de mesa son signo y efecto de la voluntad de salvación que Dios tiene en Jesús. Ella con­vierte a la iglesia cristiana en asamblea de hombres libres y no en secta para iniciados, en espa­cio de libertades en el mundo y no en reducto de privilegiados, en comunidades de libertadores y no en prisión para esclavos. Si Pa­blo luchó para que los que venían de fuera no se hicieran como los de dentro y pudieran comer junto a los que estaban en casa, era porque así se manifestaba la sal­vación universal de Dios con más transparencia. Y la iglesia del fu­turo, la iglesia que desee tener fu­turo, deberá afanarse por hacer visible y factible tanto la libertad de cuanto no salva como la co­munidad de mesa con el creyente que no es, por su origen y cultu­ral, copia de nosotros mismos. Que la salvación sea gratis es el corazón del evangelio paulino; que no pueda vivirse por libre es su verdad.     
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