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Liturgia vocacional primer domingo de Adviento

Juan Carlos Martos, cmf -

1.Comentario vocacional
Nuestro Señor Jesucristo siempre viene, nunca falla a la cita. Su venida es siempre una llamada, una invitación. Nuestro problema reside en que muchas veces no percibimos su llamada porque no estamos preparados para escucharla. Por eso la invitación de Jesús “estad en vela, porque no sabéis qué día vendrá vuestro Señor”, sigue siendo de gran actualidad.
El texto de Mateo pertenece al discurso escatológico que abarca los capítulos 24 y 25.
En su lectura descubrimos que la venida del Señor trae consigo el fin del viejo mundo para comenzar un mundo nuevo, el del reinado de Dios. Su llegada será imprevisible, un kairós, una oportunidad de gracia que muchos no esperan. La comparación de los tiempos de Noé es muy clara en este sentido. La mayoría no esperaba el diluvio y se los llevó a todos. La misma historia se repitió en tiempos de Jesús cuando muchos no estaban listos y no supieron o no quisieron descubrir en él el Mesías esperado. Podríamos decir que también hoy corremos el mismo riesgo con nuestro corazón adormecido y cansado, con tantas ilusiones quemadas y olvidadas. La ignorancia sobre el momento de su venida no está reñida con la certeza de que vendrá.
Imaginemos que un hombre que ha escrito los números de la bonoloto no depositó el boleto porque le venía mal pasar por el estanco ese día. Imaginemos que los números que él había elegido son los que componen un único premio multimillonario que nadie se ha llevado. Ese hombre dejó pasar su oportunidad, su kairós. No vale ya echar el boleto la semana siguiente, es imposible que vuelvan a salir los mismos números.
Del mismo modo, hay una llamada, una invitación, que el Señor me hace y que no puedo dejar pasar de largo. Esa llamada marca un antes y un después. Es el fin de mi viejo y triste mundo que me abre al Reino de Dios que se implanta suavemente en mi vida. Definitivamente no hay vuelta atrás. Nada volverá a ser lo mismo. Pero no hay que esperar hechos extraordinarios; pues es una llamada que se da en lo cotidiano y no necesita de gestos que se salgan de lo común. El hecho de que la parábola señale que a uno se “lo lleven” del campo o del molino indica en primer lugar que unos responden y otros no; y en segundo lugar que esa llamada se da en los trabajos más cotidianos y normales.
Sin embargo para escuchar su voz no basta llevar una vida cualquiera. El Señor mismo nos invita estar preparados y en vela. Y este “estar en vela” no se fundamenta en el miedo o el temor, sino en la esperanza y en la confianza. El futuro, lo nuevo siempre es motivo de esperanza y alegría. Pero ¿cómo debemos prepararnos? Si leemos lo que queda de este discurso escatológico, encontraremos cuatro parábolas que nos darán respuesta a esta pregunta. Son parábolas bien conocidas: el criado fiel (24,45-51), las jóvenes previsoras y las descuidadas (25, 1-13), los talentos (25, 14-30) y el juicio definitivo (25, 31-46). En ellas encontramos que ese “estar en vela” no se desvincula de nuestro compromiso comunitario y social. Sin embargo en las otras dos lecturas de hoy también encontramos algo de luz que nos puede ayudar.
Isaías nos invita a “subir al monte del Señor” porque “él nos instruirá en sus caminos y marcharemos por sus sendas”. Para escuchar su voz hay que desear ante todo escucharla, ponerse en marcha caminando a la luz del Señor. Esto es condición y posibilidad de vivir una paz interior que nos lleve a construirla a nivel social. San Pablo nos invita a lo mismo cuando grita “¡ya es hora de despertarnos del sueño!”. Y es cierto, ¿a qué espero para ponerme en marcha? ¿a qué espero para dejar las actividades de las tinieblas si lo que me aguarda es una vida en plenitud?
La llamada a una vida plena que Jesús me hace es una oportunidad de oro. El me llama, como nos ha dicho Pablo, a revestirme de él mismo, a ser portador de su salvación, a identificarme con él.

2.Preguntas para la reflexión personal o grupal.

  • ¿Cómo me encuentro viviendo mi vocación?, mis actitudes de escucha y seguimiento de Jesús ¿están adormecidas?
  • ¿Qué me estorba para escuchar su llamada? ¿Qué me hace estar dormido?
  • ¿En qué acontecimientos y circunstancias de mi vida ordinaria siento que el Señor me sigue llamando? ¿En cuáles me llama de manera más urgente?
  • ¿En qué medida soy consciente de que soy llamado como cristiano a “vestirme del Señor”? ¿Qué consecuencias debe tener para mí esta llamada?

“Confía en el Señor
que Él te acogerá;
espera en Él
y te allanará el camino”
(Eclo 2, 6)


3.La esforzada y gratuita esperanza

La esforzada y gratuita esperanza
bien mirado, en la espera nos gastamos todo el año.
Largos ratos nos pasamos a diario en las esperas.
En la espera del médico, o en la del autobús.
En el metro, en la tienda, en la esquina,
el butano, el cartero, el amigo
que vuelve desde lejos;
o el domingo, el verano, la playa,
al menos en el pueblo unos días…
¡Tanto tiempo esperando!
Por eso, quizá, nos aburrimos
y quedamos dormidos como aquellas
muchachas de las bodas, de que habla
Cristo en el Evangelio.
Adviento nos despierta como un grito,
sirena de la fábrica de Dios,
que despabila y ahuyenta nuestro sueño.
Los invita al trabajo por el Reino,
a desbrozar los caminos del Señor.
El vendrá en todo caso. Su palabra
no nos puede faltar ni traicionarse.
¡Mas tengamos cuidado! Sólo aquel
que sepa prepararse lo podrá
descubrir, cuando venga con sus rostros
tan distintos y, a veces,
oscuros, misteriosos y hasta desconcertantes.
Aunque yo me prepare, su venida
siempre será un regalo que no puedo
con el oro del mundo comprar ni merecer.
Mas, si no me preparo –con su ayuda también-,
estaré ciego y sordo cuando pase;
cruzará por mi vera, y entonces no sabré
descubrir su presencia y poderle acoger.
Como una estrella nueva, Jesús de Nazaret
pasaba entre su pueblo, dándose a conocer.
Era el Pueblo elegido, llamado; y sin embargo,
sólo supieron verle los pobres y sencillos
los pastores, José y María, su Madre,
la Esclava del Señor, abierta a la Esperanza,
la Esperanza de Dios.
Adviento es nuestro esfuerzo.
Navidad es su don.
(Alberto Iniesta)

 

4.Para darle vueltas…
“Suponte que estás en tu casa, enfermo lleno de cuidados y atenciones, pero un día vieras pasar debajo de tu ventana a Jesús. Si vieras que Jesús te llamaba y te daba un puesto en su séquito, y te mirase con esos ojos divinos que desprendían amor, ternura y perdón, y te dijera: “¿Por qué no me sigues?”. ¿Qué harías? ¿Acaso le ibas a responder: Señor, te seguiría si me dieses un enfermero, te seguiría si estuviese sano y fuerte para poderme valer? No. Si hubieras visto la dulzura de los ojos de Jesús te hubieras levantado de tu lecho sin pensar en ti para nada, te hubieras unido a la comitiva de Jesús y le hubieras dicho: Voy, Señor” (Fray María Rafael)

    
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