La oración filial de Jesús

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A pesar de que en el Antiguo Oriente era habitual designar a Dios como Padre (de la vida, de los dioses, origen y principio de todo), sin embargo, los redactores del Antiguo Testamento manifiestan cierta reticencia en utilizar el término padre para referirse a Dios. La invocación de Dios como «Padre» no es anterior a la época helenista, mientras que la denominación de Padre para designar a Dios es más antigua y frecuente.

Pero algo había en la relación que Jesús mantenía con Dios, que sorprendía a sus discípulos. En labios de Jesús el vocablo Padre aparece 170 veces. En algunos pasajes se llama simplemente a Dios «el Padre» o «el Padre que está en los cielos», sin pronombre posesivo. En otros se le llama a Dios «vuestro Padre». Por último, algunas fórmulas contienen la expresión «mi Padre». Examinando todos estos textos podemos extraer algunas conclusiones.

Cuando Jesús llama a Dios «vuestro Padre» lo hace sólo en el caso de dirigirse a sus discípulos. A los de fuera de este ambiente, a la gente en general, parece ser que nunca les habló de Dios como Padre más que en imágenes y parábolas. En todo caso no les dijo nunca «vuestro Padre». Esta expresión es una característica de la enseñanza de Jesús a los discípulos. Parece que sólo a quienes le creen y le siguen les enseña esta dimensión paternal, como si sólo ellos pudieran entenderlo, o como si sólo ellos tuvieran derecho a conocerlo. Tampoco dice nunca «nuestro Padre» excepto en Mt 6, 8 (padrenuestro). Hay una relación especial que le une con Dios, y que es distinta a la que podemos tener nosotros. Es decir: nosotros no somos «hijos de Dios» del mismo modo que «el» Hijo de Dios. A partir de la resurrección ese Padre que era sólo suyo, lo es también nuestro; el Dios que hasta entonces sólo él conocía en su intimidad, también ahora lo conocen y experimentan sus discípulos Jn 20, 17), «porque nadie conoce al Padre sino el hijo y aquel a quien el hijo quiera revelárselo…»

Padre mío: invocación de Jesús

En su oración Jesús invoca a Dios como Padre: ¡Padre! Utiliza el término arameo «Ab-ba» sólo una vez, en Mc 14, 36, y, contra lo que suele decirse, no es ningún diminutivo ni equivale al infantil «papá»: era utilizado también por los adultos para hablar con su padre, le tuvieran cariño u odio. Posee el sentido de «padre mío» o «mi padre» y expresa la relación singular y única de Jesús con su Padre y resume la totalidad de su mensaje. En la mentalidad judía era irreverente e inconcebible llamar a Dios con un nombre tan familiar. En este Abba se manifiesta el secreto último de su misión: él, a quien su Padre dio en plenitud el conocimiento de Dios, tenía el privilegio mesiánico de dirigirse a Él con una invocación llena de confianza.

Dios es amor incondicional, absoluto y gratuito. Es decir, que nosotros no tenemos que hacer nada especial para que el Padre nos ame, y nuestras actuaciones no alteran su amor. Él nos amó primero por puro don. No es como nosotros, que amamos a quienes nos aman y rechazamos a los que nos desprecian. Dios Padre no es así (Mt 6, 46-47; Lc 6, 33). Y para ser más exactos, sí que hay algo que puede alterar el amor de Dios: es nuestra condición de pobres, marginados o pecadores (recordemos las parábolas de la misericordia de Lc 15). Dios ama más a quien está más alejado de Él, a los que nada tienen y en nada se pueden apoyar, pues todos ellos están en mejor disposición para entender el ofrecimiento gratuito y generoso de Dios.

Por eso la fe es responder confiadamente a ese amor sin condiciones, sabiendo abandonarnos a sus planes amorosos, sabiendo que cuida de nosotros mucho más que de los lirios del campo y las aves del cielo, y que ninguno de nuestros cabellos cae sin que él lo sepa. Precisamente la conversión consiste en ponerse sin condiciones en las manos del Padre, aquello que ambién formuló Ch. de Foucauld.

De esta confianza brota la obediencia. A veces se ha subrayado el amor paternal a costa de dejar en la sombra la obediencia que esta palabra conlleva (recordemos lo dicho del antiguo testamento), tal vez porque en nuestra cultura esto de la obediencia no es siquiera un valor. Pues el propio Jesús afirmará que su alimento es hacer la voluntad del Padre. Porque ser hijo (de Dios) es tratar de parecerse a Él: Sed perfecto como vuestro Padre celestial… (Mt 5,43-48).

Abba: dolor y júbilo

Abba es la oración de Jesús en Getsemaní. El proyecto de vida de Jesús se llama voluntad del Padre, y su lucha es identificarse con él, sobre todo cuando llegan las dificultades y la muerte. Ya nos extenderemos sobre este punto al hablar del «hágase tu voluntad». Pero esta plegaria de Jesús debiera inmunizarnos contra un intimismo dulzón. «Abba» no es la fórmula mágica que nos dispensa de la angustia, de la oscuridad, del miedo paralizante, de la soledad más amarga. Como Cristo, nos obstinamos en decir«Abba» para resistir en la noche, para no decaer en la hora de la tentación, para creer en la luz cuando estamos envueltos en las tinieblas, para continuar llamando amigo al que ha usado el abrazo para hacernos entender que no quiere saber nada de nosotros.

El himno de júbilo de Lc 10, 21-11 une el amor filial y la reverencia profunda debida al Creador y Señor. En su sumisión total, Jesús se postra ante la soberanía absoluta de Dios, cuya voluntad dirige e ilumina su misión terrena. Porque has ocultado esto a los sabios y a los doctos y se lo has revelado a los pequeños. En Dn 2, 20-33 se habla de una revelación hecha por Dios sobre una realidad misteriosa que se oculta a unos (los caldeos/los sabios y doctos) y se revela a otros (Daniel/a los pequeños). Las cosas ocultas tienen relación con el misterio del Reino, de su llegada en la persona de Jesús que lo inaugura (Mc 4,11-12). El versículo 27 nos revela el misterio de la personalidad de Jesucristo y de su verdadera relación con el Padre:

  • Dios, «señor del cielo y de la tierra» ha confiado a Jesús todo poder (Dn 7,14).
  • El «Padre conoce al Hijo», es decir, lo ha escogido y le ha confiado una misión (Jer 1, 5; Sal 139).
  • «El Hijo conoce al Padre», es decir, tiene de él una experiencia íntima y penetra en los secretos de Dios. Entre el Padre y el Hijo hay un conocimiento recíproco.
  • «Y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar», es decir, a quien el Hijo haga participar de su experiencia y dé a comprender el proyecto salvífico de Dios.

Se subraya aquí, en este auténtico dicho de Jesús, la soberanía divina y la relación privilegiada de Jesús con el que él llama Abba, su Padre, y la conciencia que tenía de su misión: con él se ha inaugurado el reino de Dios.

Para pensar y comentar

  • ¿Qué he descubierto en esta lectura?
  • ¿Qué me ha llamado más la atención?
  • ¿Qué connotaciones tiene para mi la palabra «padre» con minúscula?
  • ¿Cómo influye en mi manera de entender a Dios?

    

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