La educación de los hijos

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Muchos padres no saben cómo tratar a sus hijos. No quieren caer en el rigorismo de antaño, pero ven que tampoco es cuestión de dejarles hacer lo que les venga en gana. La tarea de la educación es difícil. 
Hoy nos vamos a acercar a María como educadora. De ella no podemos esperar una respuesta a todas y a cada una de nuestras inquietudes, pero sí una manera muy particular de educar a Jesús.   Contemplándola, podemos afrontar de otro modo esta apasionante tarea de la educación
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Ella y José llevaron al niño a Jerusalén «cuando se cumplieron los días de la purificación prescrita por la ley de Moisés» (v. 22). Volvieron a llevarlo «cuando el niño cumplió doce años» (v. 41).

Ciudad Redonda. Un lugar para compartir lo que somos. Ellos no sólo le proporcionaron cobijo, alimento y cariño: lo pusieron en contacto con Dios a través de los ritos propio del judaismo. Al hacerlo no sintieron que estuvieran violentando la libertad de Jesús. Llevar un hijo a la casa de Dios no es un contratiempo o una desgracia. Dios no es un virus que infecte a las personas: es un Amor que las ayuda a crecer. Tal vez tú te has preguntado algo de esto a la hora de bautizar a tus hijos, de llevarlos a la catequesis o de pedir para ellos clase de religión en la escuela. Es muy probable que alguna vez te hayas sentido influido por los que piensan que «de momento, nada; ya decidirá él cuando sea mayor». Ella te enseña a ver las cosas de otro modo.

Ella y José advierten que algunas personas hablan sobre el niño. Entonces, «se admiran de lo que dicen de él». Sí, lo conocían bien. Habían vigilado desde el primer día sus juegos y sus sueños. Sabían lo que le gustaba comer y cuál había sido la primera palabra que había pronunciado. Pero eso no impidió que acogiesen las extrañas revelaciones de Simeón y Ana sobre la identidad del pequeño. A ti puede pasarte algo parecido. Puedes creer que nadie tiene que enseñarte nada, que conoces a tus hijos como nadie. Y, sin embargo, tal vez desconoces su misterio más profundo. Quizá otras personas pueden iluminarte porque han tenido tiempo para la observación y para la escucha. Si quieres educar bien, no eches en saco roto la pequeña revelación que puede venirte de los demás. Ella y José, en un momento dado, viven una crisis educativa. Jesús, hecho un hombrecito, se separa de ellos y de la caravana y se dirige al templo. Es un «insumiso». Comienza a tomar sus propias decisiones. Ella y José lo buscan, le comunican con claridad su preocupación y aceptan no entender bien lo que está sucediendo. Es la manera «mariana» de afrontar la situación. Tú, como padre o como madre, has podido vivir situaciones parecidas. Un día tu hijo llega tres horas más tarde de lo convenido. O se escapa con sus amigos. O trae más suspensos de los previstos. Seguramente no logras explicarte por qué. María te anima a buscar, a no quedarte parado, a interesarte. Te anima también a comunicar con claridad tu preocupación, ‘ para que los silencios no den lugar a incomprensiones mayores. Pero te anima, sobre todo, a proseguir el camino. Cada cosa tiene su tiempo. Hay que saber hablar y saber callar. La educación es siempre un ejercicio de confianza en el futuro.

De nuevo en Nazaret, ella y José tienen a Jesús bajo su tutela. Lo cuidan, sí, pero también le marcan unos límites, lo ponen bajo su tutela. Sin estos puntos de referencia no hay posibilidad de madurez. Mientras, ella «guardaba todas estas cosas en su corazón» (v. 51). A ti te cuesta hermanar el cariño con la propuesta equilibrada de límites. No sabes combinar acertadamente el beso nocturno y la distribución de las tareas domésticas. Y, sin embargo, es preciso que tus hijos perciban con claridad hasta dónde pueden llegar. Necesitan un margen amplio de libertad y de confianza. Sin él no pueden desplegar lo que son. Pero necesitan igualmente dar cuentas de sus actos; si no, no crecen en responsabilidad.

Ella y José supieron hacerlo bien, a pesar de no haber frecuentado ninguna escuela de padres. El resultado es que Jesús «iba creciendo en sabiduría, en estatura y en aprecio ante Dios y ante los hombres» (v. 52). Tú también puedes educar bien a tus hijos. Puede serte útil frecuentar alguna escuela especializada. Hoy los problemas son muchos y se requiere afrontarlos con competencia. Pero lo que necesitas es dejarte educar por Ella para aprender a educar a los que te son confiados.     

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