Jueves de la tercera semana de Adviento

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En las etapas preparatorias de la Navidad, la Liturgia tiene un proceso ascendente. Comienza por las profecías que se refieren a la venida del Señor. A la mitad del camino, llama a no decaer en la espera, y en los últimos ocho días, que comienzan hoy, se centra en el acontecimiento histórico de la Encarnación y del Nacimiento de Jesús.

(JPG) Según los diferentes Evangelios, cada una de las catequesis resalta el origen de Jesús. Hoy, las lecturas reafirman que Jesús desciende de Abraham, de la tribu de Judá, del linaje de David.

Por tres veces se recalca en el texto del Génesis la bendición de Jacob sobre Judá: “A ti Judá, te alabarán tus hermanos”. “Judá es un león”. “No se apartará de Judá el cetro”. Traídas a la memoria estas afirmaciones, el evangelista Mateo confirma que los orígenes de Jesucristo son Abraham, David, Judá, Jacob, José, “el esposo de María, de la cual nació Jesús, llamado Cristo”.

Dirigidas a Jesús van las aclamaciones del salmo: “Confía tu juicio al rey, tu justicia al hijo de reyes, para que rija a tu pueblo con justicia”.

Los textos sagrados aseguran que el nacimiento de Jesús es cumplimiento de las Escrituras, a la vez que un acontecimiento histórico. No es una fábula ni un mito. Jesús nació de María. Tiene unas raíces semitas, religiosas, biológicas y culturales concretas.

Ante la verdad histórica del nacimiento de Jesús cabe un riesgo, señalado por el P. Cantalamesa en su predicación al Papa: que se conciba a Jesús como un personaje y no como una persona, que se hable de Él y no con Él, que se traigan a la memoria unos hechos y no se entre en relación con quien trasciende la historia.

Es muy importante el Cristo histórico, sin Él no es posible el Cristo de la fe, pero resulta insuficiente quedarnos con lo que fue, si no gozamos de la realidad que es, la posibilidad permanente de hablar con Jesucristo.

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