Grandes imperativos para un discipulado maduro

18 de marzo de 2013
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Ciudad Redonda. Un lugar para compartir lo que somos.En su autobiografía, Morris West sugiere que llegada cierta edad nuestra vida se simplifica y en nuestro vocabulario espiritual solo necesitamos quedarnos con tres: ¡Gracias!, ¡Gracias! ¡Gracias!. Tiene razón si comprendemos plenamente lo que se insinúa en el vivir lo que nos resta desde gratitud. La gratitud es la virtud definitiva, que afianza cualquier otra, incluso el amor. Es un sinónimo de santidad.

La gratitud no sólo define la santidad, sino que también define la madurez. Somos personas maduras en la medida en que somos agradecidas. Pero, ¿qué supone esto? ¿qué es lo que nos lleva a  una madurez humana más profunda? Me gustaría sugerir 10 importantes exigencias en las que reside la madurez humana y la cristiana:

1.  Estar dispuesto a sobrellevar las complejidades de la vida con empatía. Pocas cosas en nuestra vida, incluyendo nuestros sentimientos y motivaciones, son blancas o negras, o buenas o malas. La madurez nos invita a ver, a entender y a aceptar esta complejidad con empatía de hasta que como Jesús, derramemos lágrimas de comprensión por los problemas de nuestras ciudades y nuestros complejos corazones.

2. Transforma los celos, la ira, la amargura y el odio en benevolencia: cualquier dolor o tensión que no transformamos la trasmitimos. Para enfrentar la envidia, laira, la amargura y el odio debemos ser como una purificadora de agua, reteniendo el veneno y las toxinas dentro de nosotros y sacando agua pura, más que ser como cables eléctricos que simplemente transmiten la energía que fluye a través de ellos.

3. Suavicemos el sufrimiento en lugar de endurecer nuestras almas: en algún momento siempre nos encontramos con el sufrimiento y la humillación, pero cómo respondamos, con perdón o con amargura, determinará el nivel de nuestra madurez y el color de nuestra persona. Quizás éste es nuestro examen moral definitivo: las humillaciones ¿suavizarán o endurecerán mi alma?

4. Perdona: en definitiva la única condición para entrar en el cielo (y vivir en el seno de la comunidad humana) se llama perdonar. Quizás la prueba más grande que tenemos que pasar en la segunda mitad de nuestras vidas sea el perdón: perdonar a los que nos han  herido, perdonarnos a nosotros mismos por nuestros defectos, y perdonar a Dios por aparentemente dejarnos abandonados en este mundo. El mayor imperativo moral es no morir con un corazón amargado.

5. Vivir con misericordia: ser santo es estar lleno de misericordia, nada más y nada menos. Que nadie te engañe con la idea de que la pasión por la verdad, por la iglesia, e incluso por Dios puede poner entre paréntesis el imperativo no negociable de ser siempre misericordioso. La santidad es misericordia. Fuera de la misericordia nos vemos a muchos de nosotros haciendo muchas cosas correctamente pero por razones erróneas.

6.  Bendice más y maldice menos: Somos personas maduras cuando nos definimos a nosotros mismos por lo que somos más que por lo que estamos en contra, como Jesús, cuando miramos a los otros bendiciéndoles (“¡Bendito seas!”) en lugar de maldiciéndoles (“¡Quién te crees que eres!).  La capacidad para alabar define la madurez más que la capacidad para criticar.

7. Vive siempre en la mayor transparencia y honestidad posible: Estamos tan enfermos como nuestro secreto más enfermizo, y estamos más sanos en la medida en que somos honestos. Necesitamos como Martin Luther una vez afirmó, “pecar con valentía y honestidad”. La madurez no significa que seamos perfectos, sin fallos, sino que somos honestos.

9. Reza afectivamente y litúrgicamente a la vez: la gasolina que necesitamos para alimentar nuestra gratitud y nuestro perdón no descansa en la capacidad de nuestra fuerza de voluntad, sino en la gracia y la comunidad. Accedemos a ella a través de la oración. Somos personas maduras en la medida en que aceptamos nuestra debilidad y acogemos la fuerza que viene de Dios y en la medida que oramos con otros porque el mundo entero haga lo mismo.

9. Haz que tu abrazo sea cada vez más grande: crecemos en madurez en la medida en que definimos la familia (¿Quién es mi hermano y mi hermana?) de una manera cada vez más ecuménica, post-ideológica y no discriminatoria. Somos personas maduras sólo cuando nos compadecemos como Dios se compadece, o mejor, cuando nuestro sol brilla somos los que nos caen bien y los que no. Llega el tiempo en el que dejemos nuestras apreciadas pancartas morales para tomar una palancana y una toalla en nuestras manos.

10. Permanece donde estás y deja que Dios te proteja: Al final, todos somos vulnerables, contingentes, y necesitados tanto para proteger a los seres queridos y a nosotros mismos. No podemos garantizar la vida, la seguridad, la salvación o el perdón por nosotros mismos y por los que amamos. La madurez depende de aceptar esto con confianza más que con ansiedad. Sólo podemos hacer las cosas lo mejor que podemos, donde quiera que esté tu lugar en la vida, donde quiera que estemos, cualesquiera que sean nuestras limitaciones, cualequiera que sean nuestras faltas,  y confiar que es suficiente, que si morimos al final habiendo hecho lo que honestamente teníamos que hacer, Dios hará el resto.

Dios es amor prodigioso, totalmente comprensivo, completamente empático. Somos personas maduras y libres de falsa ansiedad en la medida en que alcanzamos a entender eso y confiamos en esa verdad.