FERNANDO SABASTIÁN. Cómo veo a la Iglesia de hoy

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Ciudad Redonda. Un lugar para compartir lo que somos.El Arzobispo emérito de Pamplona, Fernando Sebastián Aguilar (Calatayud, 1929), tiene un denso currículo intelectual y pastoral, vivido en el último medio siglo de la Iglesia en España.
Autor de numerosos escritos, profesor de Teología en la Universidad Pontificia de Salamanca y Rector durante dos periodos de la misma Universidad, recibió la ordenación episcopal en 1979. Desde entonces ha desempeñado este ministerio como Obispo de León (1979-82), Arzobispo Coadjutor de Granada (1988-93) y Arzobispo de Pamplona y Obispo de Tudela (1993-2008),  simultaneando este servicio pastoral con otras encomiendas, como la de Administrador Apostólico de las diócesis de Málaga y Logroño.

Ha sido también Secretario de la Conferencia Episcopal Española y Vicepresidente de la misma (reelegido en ambos casos) y ha participado activamente en cinco Sínodos de la Iglesia.

Pertenece a la congregación claretiana desde 1946 y tiene el carácter abierto y el sentido del humor característicos de su tierra aragonesa.  Desde su observatorio privilegiado, puede ofrecernos hoy una visión autorizada de nuestra Iglesia en los cuatro últimos decenios
        
Usted es de casa; ha colaborado más de una vez en estas páginas y  sabe que IRIS DE PAZ es ante todo una familia. Seguro que a nuestros amigos les encantará saber algún detalle de sus primeros años.

— Nosotros vivíamos con los abuelos, en una familia grande, de clase media, muy piadosa; mi abuelo daba clases en el Instituto y mi padre atendía una farmacia. Conservo el recuerdo del olor de las farmacias de aquellos tiempos. En casa había mucho interés por la cultura, la lectura, el saber. Cuando salía de paseo con mi abuelo, aun siendo muy pequeño, me enseñaba a conocer las plantas, los árboles, los minerales. Antes de volver a casa entrábamos en la capilla de una comunidad religiosa a hacer la visita al Santísimo Sacramento.

Hasta que llegaron los estudios y cursé ‘primera enseñanza’ en el Colegio de los Hermanos Maristas, estupendos educadores, en el saber, en la disciplina, en la piedad. Recuerdo con alegría el esplendor y el fervor con el que celebramos el ‘mes de las flores’ dedicado a la Virgen María.  Entonces no padecíamos el criticismo actual. Era hermoso, lo hacíamos a gusto y ya está. Años más tarde, los años del Bachillerato en el Instituto, el deporte, las excursiones de los domingos. Era un muchacho travieso, pero buen estudiante. 

Cómo surgió su vocación claretiana.

—  Mi vocación nació en el ambiente de la Congregación Mariana de Calatayud, que en mis tiempos atendían los Claretianos. Concretamente, el P. Evencio Zubiri, ya fallecido, que tenía un don extraordinario y una paciencia sin límites para estar con nosotros y guiarnos en la vida cristiana. El arranque fueron unos Ejercicios Espirituales, todo fue madurando con oración, lecturas, apostolado. Fue decisiva la lectura de una vida de S. Francisco Javier.

¿Algún recuerdo de sus años de formación?

— Primero, el ejemplo de mi Maestro en el Noviciado, padre Manuel Mascaró, que era un verdadero místico.  Le veía transfigurado en la oración, en la Misa, en el Via Crucis. Luego, en los años de Filosofía y Teología, el gusto por estas disciplinas me fue creciendo poco a poco. Tuvimos una excelente formación espiritual  centrada en los evangelios y en los escritos de San Pablo. Siempre lo he considerado un privilegio. El formador era el P. José Solé Romá, un hombre de Dios y un estudioso de la Palabra. Ah, tampoco olvido el hambre que pasamos en aquellos años de posguerra (sonríe).

¿Qué es lo que más le duele y lo que más gozo le produce en la situación actual de nuestra Iglesia en España?

— Lo que más me duele es la deserción de muchos cristianos, el bombardeo continuo al que la Iglesia está sometida en muchos medios de comunicación, la falta de interés de los jóvenes por la persona de Jesucristo y la religión en general, el conformismo, la falsa resignación con la que vemos desde dentro este panorama. Me duele la carencia de verdadero espíritu apostólico en muchos de nosotros y el desfondamiento moral de nuestra sociedad. 
Me produce gozo la vida santa de muchas personas, aunque eso nunca es noticia. También el impulso de renovación espiritual que crece en algunas parroquias, en algunos movimientos y comunidades cristianas.

En un proyecto pastoral aquí y ahora, ¿cuál sería lo más urgente dentro de lo importante?

— Ayudar a la gente a creer de verdad en el Dios de Jesucristo. Más en concreto poner en marcha en nuestras parroquias, en los colegios y en templos de comunidades religiosas una verdadera iniciación cristiana de conversión y de fe para los nuevos cristianos, un proceso catecumenal de conversión jalonado por los sacramentos de la iniciación.

¿Qué destacaría de su experiencia pastoral como obispo?

— No es fácil concretar la experiencia global de la vida de una Iglesia en su conjunto, sacerdotes, parroquias, comunidades religiosas, movimientos. Es una visión que difícilmente se puede tener desde otros puestos. El haber conocido y tratado a tantas personas buenas, sacrificadas, piadosas que no hacen ruido, que no aparecen en ninguna parte, pero que sostienen la Iglesia y sostienen el mundo, con su amor, con su generosidad, con su sacrificio, sus mil atenciones. Una experiencia muy fuerte y fecunda es la de la Asamblea del Sínodo de los Obispos. Se siente el pulso de la Iglesia universal, en sus enormes diferencias y en esta milagrosa unidad de la fe común en Cristo y en la doctrina de los Apóstoles. En un sentido más hondo del propio ministerio, una de las experiencias más profundas es la de poder ordenar nuevos sacerdotes que luego multiplican la presencia de Jesús por el mundo entero. Eso y los dos mil alumnos de teología que tengo por el mundo son una gloria y un consuelo.

Alguna vez ha dicho que los católicos en España necesitamos despertar, que estamos un poco dormidos: ¿podría concretar esa idea?

— Pienso que en nuestra Iglesia todos, sacerdotes y laicos, todavía estamos demasiado influenciados por una larga situación de proteccionismo y monopolio en que hemos vivido. Curiosamente tenemos bastante más olvidada la herencia de nuestros miles de mártires. El vivir en una sociedad libre, tan permisiva como la nuestra, y tan resentida contra la Iglesia y contra el Cristianismo, nos obliga a vivir en otra actitud, en actitud de minoría más o menos rechazada por los grandes medios de opinión y de poder. Eso exige convicciones más personales y más fuertes, unidad más estrecha entre nosotros, entre Pueblo y Jerarquía, diocesanos y religiosos, instituciones comunes y movimientos. Nos falta autoestima como cristianos, conciencia de los tesoros que tenemos en la fe, en la unión con Jesucristo, en la vida sacramental, en la comunión con los santos, con la Virgen María,  y con la Santa Trinidad. Nos falta seguridad en la fe y la alegría de la comunión y de la salvación.  Y a la vez somos muy poco apostólicos, no hay apenas iniciativas de encuentro con personas no creyentes, no creamos oportunidades de presentar la figura de Jesús, de primera mano, a tantas personas de buena voluntad que se sentirían felices si lo pudieran conocer y pudieran creer en El.

O sea, si no entiendo mal, que una de nuestras tentaciones se llama comodidad.

— Sí, estamos demasiado acostumbrados a que ‘otros’ nos resuelvan los problemas. En general los fieles, y en buena parte también bastantes sacerdotes y religiosos, seguimos viviendo demasiado tranquilos, con pocas iniciativas apostólicas, con pocas respuestas de evangelización a la situación de descreimiento en que vive mucha gente, la inmensa mayoría de la gente joven, no acabamos de ver o de querer ver lo que está ocurriendo a nuestro alrededor, seguimos a veces enredados en las pequeñas cosas de otras épocas, rivalidades clericales, discusiones teóricas, reivindicaciones secundarias, mientras las nuevas generaciones crecen sin recibir ninguna formación cristiana, mientras se destruye la tradición de las familias cristianas, sin ningún proyecto serio, unitario, permanente de formación y movilización del laicado.

¿Cómo motivar a la comunidad cristiana para colaborar en una evangelización comprometida?

— Hay que comenzar poco a poco, con pequeños grupos, multiplicados un poco por todas partes, con un programa y unos objetivos comunes. La fuerza de la Iglesia es la conversión de los cristianos. Una pastoral (catequística, familiar, lo que sea) sin poner en el centro la conversión es una pastoral que no ofrece lo que actualmente necesitan los cristianos y necesita la Iglesia. Sin evangelizadores no puede haber evangelización, y sin conversión no hay evangelizadores.

¿Qué piensa sobre la orientación política que se está siguiendo en España en relación con la Iglesia?

— Me parece injusta y equivocada. Injusta porque nos achacan defectos que no son verdaderos. No queremos imponer nada a nadie, la Iglesia española colaboró eficazmente a la implantación de la democracia, renunciamos gustosamente a los privilegios que teníamos para acomodarnos a la situación de una Iglesia libre en una sociedad libre y nunca nos hemos desdicho de aquellas decisiones. Ahora mismo la Iglesia está siendo un instrumento de educación moral de la sociedad; la religión, la fe cristiana es una fuerza humanizadora, pacificadora.
Es evidente que el Gobierno, de una u otra manera, intenta debilitar la presencia y la influencia de la Iglesia en nuestra sociedad. De palabra dicen que no van contra la Iglesia ni contra la religión católica. Los hechos muestran que sí. Tampoco sería justo decir que es una acción exclusiva del Gobierno. Hay un ambiente general, muy trabajado por algunos medios de comunicación, que quiere como tomar revancha de los años en que la Iglesia fue favorecida en el régimen de Franco. No tienen en cuenta el origen terrible de esta situación.
Más profundamente, muchos consideran que cualquier religión es impropia de una sociedad libre y adulta. Me da mucha pena, porque pienso que una sociedad sin religión está amenazada de muchos males. Cuando no adoramos a Dios adoramos a los ídolos, y así como el verdadero Dios salva a quienes le adoran, los ídolos devoran a sus adoradores.
Por eso me parece necesario que aprendamos  a vivir en esta situación con actitudes verdaderamente cristianas, sin amarguras y sin sometimientos, con paz y con esperanza y con un gran esfuerzo de autenticidad y de claridad para ayudar a las muchas personas de buena voluntad a conocer la verdad histórica de Jesús y la riqueza sobreabundante de su evangelio, la verdad de Dios, que es amor, misericordia  y esperanza.

En un proyecto pastoral aquí y ahora, ¿cuál sería lo más urgente dentro de lo importante?

— Sin duda todo lo referente a la evangelización y la promoción y educación de la fe de los cristianos, comenzando por la Iniciación Cristiana, la puesta en marcha de iniciativas de una pastoral de conversión en la vida ordinaria de las parroquias, en los colegios y en los templos de comunidades religiosas.

Como claretiano y, por tanto, cordimariano (e incluso mariólogo, que ha dirigido algún tiempo la revista de teología mariana ‘Ephemerides Mariologicae’), ¿qué mensaje daría hoy a nuestra comunidad cristiana con respecto a María?

— Estudiar y meditar la mariología del Vaticano II como una fuente de espiritualidad, de acercamiento a la humanidad santa del Señor, de inmersión en la vida espiritual y mística de la Iglesia. Donde florece la espiritualidad cristiana florece también la devoción renovada a la Virgen María, Madre de Jesús y Madre de la Iglesia.

¿Puedo preguntarle por sus proyectos actuales?

— Ahora vivo una vida de medio retiro, rezo más que antes, leo, doy clases a los seminaristas de Málaga, salgo a predicar o a dar conferencias adonde me llaman, en la medida de mis fuerzas. Trabajo bastante. Me gustaría escribir alguna cosa más en serio pero por ahora no tengo la tranquilidad suficiente.

Los lectores de IRIS sintonizan fuertemente con el espíritu claretiano: ¿qué les diría con ocasión de este bicentenario del nacimiento de Claret?

— Claret fue un vidente de lo que ahora necesitamos hacer en nuestra sociedad. Tenemos más recursos que él, pero somos menos santos, vivimos más tranquilos y más cómodamente. Vale la pena que imitemos y sigamos sus grandes intuiciones, la difusión de la palabra de Dios,  la renovación espiritual de las comunidades cristianas, las iniciativas apostólicas más allá de las fronteras y las costumbres ordinarias de la Iglesia, todo con un gran fervor, con gran austeridad de vida, con diligencia y laboriosidad, con un gran amor a la Iglesia y una gran piedad. San Antonio M. Claret es un santo todavía poco conocido en España, y puede ser un gran maestro para nuestra Iglesia en estos momentos. No podemos olvidar que el carisma evangelizador y renovador de la fe y del fervor del Pueblo de Dios, la incorporación de los seglares a las tareas apostólicas y culturales de la Iglesia, resultan hoy más que necesarias y oportunas.
    

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