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Fe diligente, La Virgen tiene prisa

Fernando Sebastián, cmf (Resumió para IRIS de Paz C. Bueno, cmf) -
    Si quisiéramos sintetizar la figura de la Virgen hoy, podemos sugerir: "Nuestra Señora de la Fe Diligente", de la fe segura. Queremos apoyarnos en las mismas palabras de la Virgen, para entrar más profundamente en el misterio de la Encarnación, de su maternidad, de la maternidad espiritual de nuestra santa madre la Iglesia.

    Nos dice el Evangelio cómo la Virgen María, después de haber recibido el anuncio del ángel, se fue a visitar a su prima Isabel. Y subraya el evangelista que la Virgen fue de prisa, con impaciencia; con una gran alegría que le movía a recorrer los caminos de Nazaret a Ain Karín... con prisa. Y aquí podemos explorar por qué "a prisa". Esta Virgen tiene el corazón rebosante, necesita comentar con alguien el misterio de la maternidad, esta revelación inmensa que ha recibido del ángel. Y sabe que su prima Isabel está un poco al corriente, porque el ángel le ha dado su maternidad como signo de la verdad de lo que le está diciendo: "Tu prima Isabel ha concebido un hijo". Y se va a comentar con ella el gran acontecimiento que se está operando en su seno.

No callar, como María

    Y con ello nos da ya una gran lección: la Iglesia, la comunidad cristiana, los cristianos, si de verdad vivimos la verdad de nuestra fe, no podemos callar, ocultar lo que estamos viviendo. Tenemos a Dios con nosotros, tenemos a Jesucristo, el Hijo de Dios, la salvación única y universal de la humanidad, en este mundo y en el otro. ¿Y vamos a vivirlo con in-diferencia, con temor? Por eso quiero subrayar lo de la diligencia de la Virgen. Se lanza a los caminos para anunciar la gran noticia, la gran novedad: el Hijo de Dios se ha hecho hombre, se está haciendo hombre en su seno, para reconstruir la humanidad entera; primero, en su propia humanidad; luego, por la Iglesia, en el mundo entero.

    ¿No os parece que nuestra Iglesia, nosotros, nuestras parroquias, nuestras asociaciones, tantas y tantas familias cristianas, vivimos demasiado tranquilos en nosotros mismos? No pensamos suficientemente que hay mucha gente buena que no conoce a Jesús, que no se ha enterado de esta gran verdad, de que Dios ha puesto en el mundo a su Hijo para ser nuestro salvador.
Isabel puede significar muy bien todo el Antiguo Testamento, todos los patriarcas, todos los profetas que han vivido esperando y deseando, pidiendo la venida de un salvador. Van a recibir hoy esta gran noticia de labios de la Virgen María, la portadora de Jesús en el mundo. Pero no sólo el pueblo de Israel; todos los pueblos, todas las personas que no conocen a Jesús viven su Antiguo Testamento, su necesidad de salvación, su indigencia, su pobreza, su oscuridad, sus incertidumbres, sus angustias; necesitan la claridad del Evangelio, la experiencia de la bondad de Dios en su vida, la verdad de Dios que perdona, que sana, que nos hace buenos, a pesar de nuestros pecados. Todos necesitan conocer a Jesús para recibir la paz y la esperanza de su salvación.

    ¿Y nosotros nos vamos a callar? Siempre podemos hacer algo; decir, no de manera impertinente, pero sí aprovechando las oportunidades, con prudencia y gran amor. No se trata de discutir, la Virgen no fue a discutir con Santa Isabel. No se trata de presumir, se trata de mostrar la grandeza y la bondad de Dios. Qué poco hablamos los cristianos de Dios, incluso en las iglesias. Hablamos de mil cosas; pero, para llenar nuestro corazón de paz, de alegría, de buenos deseos, tenemos que concentrarnos en la consideración de la bondad de Dios Padre, el Dios creador y de la providencia, el que ha puesto en nuestras manos este mundo tan hermoso, pero, sobre todo, -como dice la Virgen en el Magníficat-el Dios de la misericordia. Cuánta misericordia, cuánto perdón, cuánto consuelo, cuánta compasión ha derramado el Señor - por Jesucristo, por la Iglesia, por los sacramentos, por la devoción a los santos- en el pueblo de Dios y más allá del pueblo de Dios, en el corazón de todos los que le invocan con humildad y sinceridad.

Magníficat

    Al Dios de la misericordia lo que verdaderamente lo identifica es ser "santo". Y la santidad de Dios consiste en la bondad, en el amor, en la misericordia con sus hijos. Por eso, tenemos que llenar nuestro corazón de gratitud y proclamar, sin miedo, sin respetos humanos, la bondad de Dos.

    Tenemos que decir, por desgracia, que los cristianos hemos callado demasiado. Nos hemos dejado ganar la calle y la cultura, y hoy parece que lo que vale, lo que cuenta, lo moderno, lo verdadero, lo auténtico es pasar de Dios; la religión ha perdido el crédito, el respeto, el interés, para la mayor parte de la gente en el campo de la cultura, de los medios de comunicación, de los comentarios de la gente joven; la religión ha quedado como si fuera un coche de caballos de otros tiempos que hoy no sirve para nada; lo más, para satisfacer la curiosidad. Qué triste pensar que Jesús, el hombre perfecto, la imagen de Dios en carne humana, la exaltación de la bondad, de la perfección, la fuerza que lleva adelante la realización de nuestra vida, sea tan desconocido y tan poco valorado por mucha gente.

    ¿Qué podemos hacer? Proclamar la grandeza de Dios, no cansarnos, no desanimarnos. Dios ayuda a su pueblo Israel, ese pueblo, desde Abrahán, que somos nosotros. La sabiduría de Dios, el poder de Dios, - dice la Virgen: "el brazo de Dios"- la fuerza de Dios que es el Espíritu Santo, que es siempre su amor y su iluminación, hace grandes proezas, incluso ahora.
Y hay que decirlo con claridad. ¿Qué es lo que hace Dios? Dios exalta a los humildes, a los pobres de corazón, a los que saben que son criaturas que dependen de la generosidad de Dios. Dios está a favor de los humildes, de los pobres de corazón, y Dios deja en brazos de sus propios errores a los soberbios; a los pobres los llena de bienes y a los ricos, a los satisfechos de sí mismos, a los que creen que pueden construir un mundo nuevo y mejor sin Dios, sin mandamientos, sin moral, los despide vacíos; vacíos, porque no tienen más que a sí mismos, están hartos de mirarse a sí mismos, de gloriarse de sí mismos, y no son nada. Porque sin Dios no somos nada, por muchos cargos, honores, dineros, ambiciones que se puedan tener en este mundo. En un momento, la grandeza de una ideología, de un movimiento, nos puede parecer muy grande, pero Dios tiene mucha paciencia y sabe dejar a cada cosa en su sitio, porque Dios no tiene prisa. Y no tiene prisa porque es misericordioso; a veces, nosotros nos impacientamos porque no somos tan buenos como Dios. Dios da tiempo a todos para descubrir la va-ciedad de sus pretensiones, para arrepentirse. Cuántos hombres que, en su vida presumieron de su laicismo, de su agnosticismo, de su irreligión, en los últimos años de su vida tuvieron que reconocer, con humildad, que se habían equivocado, al prescindir de Dios, de la religión, de su fe cristiana, Dios ha hecho grandes maravillas y la maravilla central es su Hijo Jesucristo. Por su Hijo Jesús, cuán-tas maravillas de vidas renovadas, recuperadas, san-tas, admirables. Cuántas fidelidades, cuántas abnegaciones, cuánta grandeza de corazón ha suscitado el Evangelio y la persona de Jesús, a lo largo de los siglos, en todos sus discípulos. Nos conviene pensar esto, para animarnos, para sentir el santo orgullo de ser cristianos. Un obispo de Estados Unidos ha dicho: la mejor manera de destruir una democracia es eliminar la fe y la moral de la vida pública. La democracia, si va a ser una manera de libertad y justicia, necesita verdad y moral. Justicia, no de los papeles sino la justicia que nace del corazón, cuando nos ponemos delante de Dios, que es el único que puede hacernos verdaderamente justos y garantizar que del árbol bueno salgan frutos buenos.

    Así comenzó, así vivió, como un apóstol intrépido, el misterio de la Encarnación la Virgen María. Vamos a pedirle que a nosotros también nos haga pregoneros intrépidos, diligentes, alegres, convencidos de la grandeza de Jesús. Que nos dé el gozo de aportar algo a esta batalla silenciosa de la fe, del re-conocimiento de Dios, de Jesucristo, de la vocación eterna de todos los hombres, de todas las razas, de todos los pueblos.     
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