Entrevista a Mons. Pedro Casaldáliga, obispo de Araguaia: "El neoliberalismo es la muerte"
El neoliberalismo es la idolatría de la muerte, afirma mons.
Pedro Casaldáliga, obispo de São Félix
do Araguaia (Mato Grosso, Brasil), en esta entrevista. Como obispo y, por tanto, como servidor de toda la Iglesia, él establece un puente anual entre las comunidades de la Amazonia y Centro-Oeste de Brasil y los pueblos centroamericanos.
Une, en un solo corazón y una sola esperanza, las angustias
y las aspiraciones de los indios del Araguaia y de los campesinos de
Nicaragua, de los agentes pastorales de Santa Terezinha y de los
misioneros de El Quiché, en Guatemala.
Casaldáliga dice que el neoliberalismo profundiza el
empobrecimiento de los pueblos de nuestra América, al
idolatrar al dios del mercado. Y pide a la sociedad que tenga
vergüenza y venza el hambre de las mayorías.
Brasileño de adopción, español de
nacimiento, latinoamericano de honor, Pedro Casaldáliga es
una de las personalidades más representativas de la Iglesia
de los Pobres en Brasil, en América Latina y en el mundo.
Misionero claretiano, vino a trabajar a la Amazonia hace 25
años. Es uno de los fundadores del Consejo Indigenista
Misionero (CIMI) y de la Comisión Pastoral de la Tierra
(CPT) de la Iglesia brasileña.
La dictadura militar intentó cinco veces expulsarlo del
país. Su Prelatura fue invadida cuatro veces en operaciones
militares. En 1977 fue asesinado a tiros, a su lado, el padre Juan
Bosco Penido Burnier; él y Pedro protestaban contra las
torturas que practicaba la policía contra mujeres presas.
Varios de sus sacerdotes fueron apresados y uno de ellos, Francisco
Jentel, fue condenado a 10 años de prisión y
expulsado del país. El archivo de la Prelatura fue saqueado
y su boletín fue editado de forma apócrifa, para
incriminar al obispo.
Pedro ha sido perseguido también por los sectores
conservadores de la Curia Romana y de la Iglesia de Brasil y de
América Central. Poeta, es uno de los autores de la
«Misa de la Tierra sin males» y de la
«Misa de los Palenques (Quilombos)», con Milton
Nascimento y Pedro Tierra.
¿Cuáles son los rasgos que caracterizan la
realidad latinoamericana hoy?
La palabra de orden, hoy, en América Latina, el Caribe y el
mundo es «neoliberalismo», con las consecuencias
más dramáticas para el Tercer Mundo. No podemos
olvidar que el neoliberalismo continúa siendo el
capitalismo. A veces se olvida esto.
Me preguntaron varias veces, en este viaje, qué puede decir
o hacer la Iglesia ante el neoliberalismo. Yo, recordando los consejos
de nuestros antiguos catecismos («contra pereza, diligencia;
contra gula, abstinencia.») respondí:
«contra el neoliberalismo, la siempre nueva
liberación».
Destaqué que el neoliberalismo es el capitalismo
transnacional llevado al extremo. El mundo convertido en mercado al
servicio del capital hecho dios y razón de ser. En segundo
lugar, el neoliberalismo implica la desresponsabilización
del Estado, que debería ser el agente representativo de la
colectividad nacional. Y agente de servicios públicos.
Al desresponsabilizar al Estado, de hecho se desresponsabiliza la
sociedad. Deja de existir la sociedad y pasa a prevalecer lo privado,
la competencia de los intereses privados.
La privatización no deja de ser el extremo de la propiedad
privada que, de privada, pasa a ser privativa y que, de privativa, pasa
a ser privadora de la vida de los otros, de las mayorías. La
privatización es privilegización, la
selección de una minoría privilegiada que,
ésa sí, merece vivir, y vivir bien.
Esta es doctrina de los teólogos del neoliberalismo: el 15%
de la humanidad tiene derecho a vivir y a vivir bien; el resto es el
resto. Al contrario de lo que dice la Biblia, de que es el resto de
Israel, resto de pobres, quien debe abrir caminos de vida y de
esperanza para las mayorías.
El neoliberalismo es la marginación fría de la
mayoría sobrante. O sea, salimos de la dominación
hacia la exclusión. Y, como se suele decir, hoy ser
explotado es un privilegio, porque muchos ni siquiera alcanzan la
«condición» de explotados, ya que no
tienen ni empleo. Estamos viviendo entonces lo que se llama un
«maltusianismo» social, que prohibe la vida de las
mayorías.
El neoliberalismo es también la negación de la
utopía y de toda posible alternativa. Es conocida la
expresión de Fukuyama: el «fin de la
historia», el no va más de la historia.
Es también la mentira institucionalizada, con base en la
modernidad, de la técnica, de la libertad y de la
democracia. Bellos nombres que deberían tener su
auténtico valor, pero que son manipulados y tergiversados.
Se trata de una modernidad que ya es posmodernidad, en el Primer Mundo,
y una técnica que es puesta como valor absoluto, en
función del lucro y una pseudolibertad y una
pseudodemocracia.
En América Latina salimos de las dictaduras para caer en las
«democraduras». Es bueno recordar la palabra
lúcida del teólogo español
González Faus -que ya ha venido varias veces a
América Latina- al decir que, así como el
colectivismo dictatorial es la degeneración de la
colectividad y la negación de la persona, el individualismo
neoliberal es la degeneración de la persona y la
negación de la comunidad. El individualismo
egoísta degenera la persona, que, por definición,
debería ser relación y complementación
con los otros. Este individualismo neoliberal es, pues, la
degeneración de la comunidad, que es
participación y compartimiento.
Como Iglesia, como cristianos, delante de esta bestia fiera del
neoliberalismo, es necesario que proclamemos y promovamos el servicio
del Dios de la Vida.
Hoy, más que nunca, la Teología de la
Liberación, la Pastoral de la Liberación y la
Espiritualidad de la Liberación, proclaman, afirman y
celebran y practican el Dios de la Vida. Se trata también de
promover la responsabilidad y la corresponsabilidad de las personas y
de las instituciones sociales y de la propia Iglesia, a todos los
niveles. El mandamiento de Jesús vivido en la vida diaria,
política e institucionalizada. La opción por los
pobres, muy definida por las mayorías. Jesús
mismo la formula diciendo: «He venido para que tengan vida y
la tengan en abundancia».
Y la afirmación de la utopía, que refuerza la
esperanza en la acogida y en el servicio, ya, aquí y ahora,
estimulando y posibilitando la presencia y la acción de los
nuevos sujetos emergentes (el mundo indígena, el mundo
negro, la mujer, la juventud), el protagonismo de los laicos -como ha
dicho Santo Domingo- y el protagonismo de los pobres. Esta es la
política del Evangelio de Jesús.
La verdad nos hace libres, y la transparencia de vida debe aparecer
como testimonio. En términos de Iglesia, esto se traduce muy
bien en la Teología y en la Espiritualidad de la
liberación, en las comunidades de base, en las pastorales
específicas que actúan en esas fajas
más prohibidas y más marginadas, por la Biblia en
las manos del pueblo. Por la Pastoral de la Frontera, la Pastoral de la
Consolación y la Pastoral del Acompañamiento.
Y también, más recientemente, por la Pastoral de
la Sobrevivencia, sin caer en el pragmatismo asistencialista que
podría hacer nuevamente que el pueblo olvidase las
estructuras, las causas, los derechos.
Me llamó la atención (y voy a decirlo con
simplicidad, respeto y libertad de espíritu) que un
sacerdote español que vino a Honduras dijo a un grupo de
miembros del movimiento del neocatecumenado: las tres grandes
tentaciones para la Iglesia de Dios en América Latina hoy
son el nacionalismo, la inculturación y la
ecología.
Yo lo interpreté así: si el nacionalismo me
incomoda es porque estoy defendiendo el transnacionalismo; si la
inculturación me incomoda es porque continúo
defendiendo el colonialismo; si la ecología me incomoda, es
porque defiendo el capitalismo depredador.
El propio documento de Santo Domingo aconseja a los movimientos
neoconservadores que participen en la Pastoral de Conjunto y no sean,
de hecho, neocolonizadores. La inculturación es el gran
desafío para la Iglesia en América Latina y en el
Tercer Mundo. Se trata de esa encarnación en las culturas,
en los procesos, en la realidad de nuestro pueblo.
Vi por ahí una camiseta con la inscripción:
«501». O sea, comenzamos ya otros 500
años de otro signo. Social, política, cultural y
eclesiásticamente, queremos que así sea.
América Latina vive un nuevo período de
elecciones presidenciales en varios países (Bolivia,
Uruguay, Paraguay, Brasil, Guatemala, El Salvador, Argentina y otros).
Estas elecciones vienen sucediéndose
prácticamente desde el poder colonial.
¿Qué implican de desafío?
Las elecciones son muy publicitarias y dependen en gran parte de redes
de televisión que hacen las elecciones. Hay una
decepción bastante generalizada con relación a
los políticos. Todas las personas conscientes piden otros
políticos. Los partidos están desprestigiados, en
muchos lugares. Muchos sectores quieren incluso prescindir de los
partidos. Piensan más en alianzas de tipo movimiento
popular. Tampoco podemos caer en el peligro de diluir la conciencia, la
resistencia y la organización, y seguir dominados por
fuerzas que tienen en sus manos el dinero, los medios de
comunicación y los puestos políticos.
Pero no hay duda de que, bajo el poder del capital neoliberal,
representado por el FMI y por el Banco Mundial, la alianza de esos
políticos de marketing, al servicio del mismo neoliberalismo
y ante la impotencia de amplios sectores de las fuerzas populares, es
de temer que se repitan, con algunos retoques, las elecciones de
años anteriores y hasta de siglos atrás, como
usted señala.
La táctica en todas partes es la misma. Las promesas, los
programas, acaban siendo los mismos. Todos los partidos conocen muy
bien las necesidades del pueblo y saben programar
teóricamente soluciones. Por otra parte, recientemente ha
llamado la atención del mundo entero que Cuba haya votado
significativamente en favor de Fidel. Leí comentarios de
medios de comunicación de Europa -antes de las elecciones
cubanas- pronosticando que Fidel sufriría una derrota. Cuba
está mal económicamente, de esto no hay duda,
pero los cubanos ven lo que ocurre a sus vecinos neoliberales y no
quieren perder las conquistas básicas de la
Revolución, en educación, en salud, en
participación popular.
Sobre Cuba, ¿qué actitud piensa usted que los
cristianos debemos asumir ante la situación de ese
país, en este momento?
Debemos continuar condenando, abiertamente, el bloqueo
económico a Cuba. Es algo totalmente injusto e inicuo. Es
simplemente un gesto de prepotencia y de orgullo imperial de Estados
Unidos.
En segundo lugar, debemos ayudar al propio pueblo cubano y a sus
dirigentes a irse abriendo también a aspectos formales de la
democracia. Debemos, antes de nada -y la historia seguirá
agradeciendo siempre esto- la actitud firme, coherente de
antiimperialismo de la Revolución Cubana.
Y debemos ir posibilitando, entre todos, la integración
latinoamericana de un modo alternativo. Ni el MerCoSur (Mercado
Común del Cono Sur), ni el NACLA (Tratado de Libre Comercio
de América del Norte, Canadá y
México). México lo está pasando mal.
Muchos empresarios tuvieron que cerrar sus empresas. El obispo de
Chiapas, mons. Samuel Ruiz, me dijo que se puede prever cualquier tipo
de insurrección en el país. Ya se
llegó al extremo de importar leche de Australia.
¿Qué piensa usted de la deuda externa, que
parece olvidada hasta por parte de los partidos progresistas?
La deuda externa continúa siendo la sangría de
nuestros pueblos. Sigue siendo el gobierno real de nuestras
democracias. No son nuestras Constituciones las que mandan; es la deuda
externa.
Los presidentes y los ministros de hacienda de nuestros
países son representantes del FMI. La deuda externa, con el
pago de los intereses, es lo que condiciona los salarios, los servicios
públicos.
Mientras no resolvamos este problema, es prácticamente
imposible imaginar una economía democrática en
nuestros países de tercer mundo. Y, evidentemente, no
será el neoliberalismo el que resuelva el problema de la
deuda externa.