El Pez

19 de abril de 2010
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    Las escenas evangélicas de Pascua giran en torno al cenáculo o a una comida. Jesús les pide de comer a sus discípulos en el cenáculo; los discípulos de Emaús le invitan a cenar en la posada; en Galilea, el Señor ha preparado el almuerzo a los pescadores, que, agotados de bregar, llegaban con las redes vacías. Si no hubiera sido por la indicación del Maestro, de que echaran la red a la derecha, no habrían pescado nada. Tanto respecto a la comida que le dan los discípulos a Jesús en Jerusalén, como a la que Él les tiene preparada en las orillas del Lago de Tiberiades, se especifica que era pescado.

    Si en la orilla del mar, en Galilea, era normal que el alimento fuera la pesca, no parece que sucediera lo mismo en Jerusalén, estando tan lejos del mar. La coincidencia en la invitación que se hacen entre sí Jesús y sus discípulos de comer pescado, además de que pudo ser en verdad el plato festivo, abre a una significación teológica más profunda.

Ciudad Redonda. Un lugar para compartir lo que somos.    En una asociación de imágenes, los discípulos, al ver el resultado de la indicación hecha por aquel que desde la orilla del lago les orientó dónde debían echar la red para pescar, evocarían el recuerdo de la multiplicación de panes y peces, acontecimiento que habían vivido junto al mar de Tiberiades. Allí también, en Cafarnaúm, Jesús había mandado a Pedro a pescar cuando sacó el pez que llevaba una moneda con la que pagó el impuesto de los dos. Allí también fueron testigos de otra pesca milagrosa y abundante. Todas estas imágenes y recuerdos se asociarían en la mente del discípulo amado, y le llevaron a reconocer al Señor en la orilla del mar, junto a unas brasas encendidas, con un pez sobre ellas.

    El pez  ha llegado a ser signo de Eucaristía, de la entrega total de Jesús, quien con extrema delicadeza, aparece disponiendo el almuerzo, por la mañana, en una Pascua prolongada. El pez sobre las brasas, la total entrega del Señor, festiva y generosa…, la Eucaristía prolonga el Misterio Pascual entre nosotros, hasta el fin de los tiempos.

    El pez se convirtió en señal de identidad cristiana. El nombre pez, en griego, suma las iniciales de la definición del Señor: Jesús, Dios y Hombre, Salvador. En diversos descubrimientos arqueológicos se encuentra grabada o pintada la figura del pez, signo de reconocimiento entre los primeros cristianos.

    El crismón del alfa y la omega, de la cruz en forma de ancla, de la paloma con palma en el pico, del pez y el cesto de pan, que se encuentra en diversas lápidas sepulcrales de las catacumbas romanas, es un precioso testimonio de la fe de las comunidades primeras en Cristo resucitado.

    Lo que sobrecoge es que no sólo Jesucristo se nos entrega como pez sobre las brasas, sino que nos invita a cada uno a la misma entrega eucarística, al decirnos: “Traed de los peces que acabáis de pescar”.

    

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