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El martirio de la autoexpresión inadecuada

Ron Rolheiser (Trad. Benjamín Elcano) -

El arte también tiene sus mártires, y quizá nuestro mayor dolor es el de la autoexpresión inadecuada. Esta es una opinión de Iris Murdoch, y -creo yo- la mayoría de la gente la considera correcta.

Dentro de cada uno de nosotros hay una gran sinfonía, una gran novela, una gran danza, un gran poema, una gran pintura, un gran libro de sabiduría, una profundidad que nunca podemos expresar adecuadamente. Al margen de nuestro ingenio o talento, en realidad nunca podemos escribir ese libro, realizar esa danza, crear esa música o pintar ese cuadro. Lo intentamos, pero lo que somos capaces de expresar, aun en nuestros mejores momentos, es nada más que una débil sombra de lo que hay realmente dentro de nosotros. Y así, sufrimos -en palabras de Murdoch- un martirio de autoexpresión inadecuada.

¿En qué se basa esto? ¿Por qué esta inadecuación?

En su raíz, esto no es una lucha  con lo que hay de ruin o deficiente dentro de nosotros: orgullo, concupiscencia, arrogancia o ignorancia. No es la ignorancia, la arrogancia o el diablo lo que crea esta lucha. Al contrario, luchamos con esta tensión porque llevamos la divinidad dentro de nosotros. Estamos hechos a imagen y semejanza de Dios. Esto es fundamental para nuestra autocomprensión cristiana. Pero esto debe ser entendido con propiedad. Nos perjudicamos cuando entendemos esto de un modo superpiadoso, esto es, cuando lo imaginamos como un icono santo de Dios estampado dentro de nuestras almas que necesitamos honrar viviendo una vida casta y moral. Esto es no poco verdadero, pero hay más en juego aquí, particularmente por lo que pertenece a nuestra autocomprensión.

Con lo que siempre estamos tratando es con una inmensa grandiosidad dentro de nosotros. Hay en nosotros una energía divina que, precisamente porque es divina, nunca hace fácil la paz con este mundo. Llevamos dentro de nosotros energías divinas, apetitos divinos y profundidad divina. Entonces, la tarea espiritual de nuestras vidas es, en esencia, la de ordenar esas energías, disciplinarlas, encauzarlas y dirigirlas de modo que sean generativas más bien que destructivas. Y esto nunca es una tarea simple. Además, nuestra lucha por dirigir estas energías divinas dispara una completa sucesión de otras luchas.

Porque llevamos energía divina en nuestro verdadero modo de ser, deberíamos contar, a este lado de la eternidad, con luchar constantemente con cuatro cosas.
Primera, siempre lucharemos, a cierto nivel, para mantener un equilibrio entre las presiones que empujan dentro de nosotros hacia la creatividad y otras voces dentro que nos dicen que mantengamos un firme control sobre  nuestra propia salud mental. Vemos esto extensamente agotado en las vidas de muchos artistas en su lucha con la normalidad, para guardar sus pies sólidamente fijados en lo que es ordinario y doméstico porque su impulso por la creatividad es también impulsarlos hacia el oscuro y rico caos que descansa más profundamente en el interior. Todos nosotros, según más o menos, lucha de la misma manera como lo hacen los grandes artistas. También nosotros somos atraídos hacia el rico caos que hay dentro de nosotros, aun cuando tenemos miedo de lo que podría hacer a nuestra salud mental.

Segunda, lucharemos permanentemente con una superestimulada grandiosidad. Los fuegos divinos que hay dentro de nosotros, como todos los fuegos, fácilmente arden fuera de control. En un mundo donde todo nos  es mostrado sobre una pantalla en nuestras manos y donde los éxitos, la belleza, las hazañas y los talentos de otros están siempre delante de nuestros ojos, nos hallamos constantemente siendo superestimulados en nuestra grandiosidad. Esto se siente en nuestra inquietud, en nuestra sensación de ser excluidos de la vida, en nuestros celos, en nuestro enfado por no ser reconocidos por nuestros talentos y singularidad, y en nuestra constante insatisfacción con nuestras propias vidas.

Tercera, porque hay una innata conexión entre la energía por la creatividad y la sexualidad, lucharemos con la sexualidad. El álgebra es clara: La creatividad está intrincadamente unida con la generatividad, y la generatividad está intrincadamente vinculada con la sexualidad. No es casualidad que los grandes artistas luchen frecuentemente con el sexo, lo que no les supone una excusa para la irresponsabilidad pero ayuda a explicar la razón. En agudo contraste, mucha gente religiosa está en contradicción sobre esta conexión. Desgraciadamente, eso sólo sirve para dirigir la lucha clandestinamente y hacerla más peligrosa.

Finalmente, todos luchamos permanentemente por encontrar ese equilibrio entre la inflación y la depresión. Siempre estamos encontrándonos o demasiado llenos de nosotros mismos o demasiado vacíos de Dios, esto es, o identificándonos con las energías divinas que hay dentro de nosotros y volviéndonos pomposos o -por falsa humildad, supersensibilidad y agravio- no dejando que la energía divina fluya a través de nosotros y consecuentemente viviendo en depresión porque hemos atrofiado nuestra propia creatividad.

James Hillman sugiere que un síntoma sufre máximamente cuando no sabe a dónde pertenece, y así es importante que nosotros tratemos de  dar nombre a todo esto. La energía divina que vive en seres humanos falibles es una fórmula para la tensión, inquietud y -sí- para el martirio; pero se entiende que es una tensión creativa, un misterio para ser vivido, no un misterio para ser resuelto. La denominación apropiada no quita el dolor ni la frustración, pero al menos nos proporciona un noble y poético dosel bajo el que sufrimos.  

    
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