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El canto más hermoso de Navidad

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En la pequeña aldea austriaca de Obendorf, un sacerdote joven, el padre Moor, daba las últimas instrucciones a sus niños y pastorcitos, antes de ensayar el villancico que pensaba cantar en la noche de Navidad.
Las artísticas naves del templo recogían el eco del murmullo de las voces y risas infantiles."Silencio. ¡Comenzamos!".

    Apenas puso el padre Moor los dedos en el teclado, del interior del órgano salió un rumor extraño, después otro, y otro... "¡Qué raro!", pensó el sacerdote. Fue a la portezuela exterior del órgano y por allí salieron corriendo diez, veinte ratones perseguidos por un gato. ¡Pobre padre Moor! Miró el fuelle: totalmente roído; era inútil intentar usarlo. "¡Paciencia!", pensó, 'prescindiremos del órgano".
    Lo malo es que también sus cantores, al ver los ratones y el gato, se pusieron a perseguirlos. No quedó en su sitio ni el niño más formalito. Con el órgano en aquellas condiciones, y el coro detrás de los ratones, "¡adiós mi canción de Navidad!".

    El padre Moor decidió prescindir de ella. Al pasar delante del altar mayor, se inclinó para hacer lo genuflexión En aquel preciso instante, se acordó de su amigo Franz Gruber, su maestro del colegio que, además de discreto organista, manejaba bien las cuerdas de la guitarra.
    uando el sacerdote llegó a casa de Gruber, éste corregía los deberes escolares, al débil resplandor de una vela. 'Hay que inventar algo nuevo para la Misa del Gallo, un canto sencillo, acompañado por tu guitarra. Ya tengo la letra; basta ponerle música. Pero de prisa, por favor".
    Apenas marchó el padre Moor, Gruber tomó la guitarra; leyó la letra del sacerdote y buscó en las cuerdas las notas más sencillas.

    En la noche silenciosa, los copos de nieve se quedaban como suspendidos en el aire, al oír la dulce melodía que flota en el frescor del ambiente.
A los doce en punto, del 24 de diciembre de 1818, los feligreses de Obendorf llenaban el templo parroquial. El altar mayor brillaba como nunca con tantas luces y velas encendidas. El padre Moor celebraba la santa misa. Después de proclamar el Evangelio según San Lucas, el nacimiento del Salvador, se acercó con el maestro Gruber al belén. Y con voz trémula entonaron: 'Noche de Dios"...

    Aún no se habían perdido las últimas notas en lo alto de las naves del templo, cuando los feligreses a coro las repetían ante el Niño Jesús, como las legiones angélicas del Evangelio. Desde entonces nunca se ha dejado de cantar ni en Obendorf, ni en ningún rincón del mundo. Es una de las melodías más entrañables de Navidad.     
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