El calvario del desempleo: ‘Les diste a comer llanto y a beber lágrimas a tragos’

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    Cuando estoy en la ciudad suelo celebrar la eucaristía a las 6.30 en la catedral. Está a unos cien metros de la casa del obispado donde estoy residiendo en esta temporada preparatoria de la Santa Misión. Las 18.00 horas marca el final de la jornada laboral. No todos tienen el privilegio de poder trabajar. Muchos lo hacen en condiciones injustas y deprimentes. El número de hombres y mujeres en desempleo es muy elevado. A esas horas la ciudad vuelve a vivir otro momento de bullicio; se elevan los ruidos, es continúo el ir y venir de carros y de personas que regresan de sus lugares habituales de trabajo. Algunos aprovechan para ir a la catedral y dar gracias a Dios por otra jornada de vida y de salud. Voy, poco a poco, conociendo a  las personas que habitualmente celebran la eucaristía. Sus rostros se van haciendo cercanos y familiares. El intercambio de saludos abre las puertas a una comunicación que se va haciendo fluida, espontánea y cariñosa.

Ciudad Redonda. Un lugar para compartir lo que somos. Unos minutos antes de comenzar la misa suelo sentarme en un rincón de la iglesia para confesar. Casi todos los días llegan personas portadoras de tristezas, desórdenes, angustias, desorientaciones, durezas que la vida les ha ido trayendo, soledades amargas…La confesión se convierte en momento de gracia, de humanidad, de acogida, de misericordia infinita, de compasión, perdón y vida. ¡Cuánto se aprende y cuánto se sufre! Aquí se experimenta que es el “Cordero de Dios el que quita el pecado del mundo”, que “él ha cargado con nuestras dolencias” y que “sus heridas nos han curado”.
¡Cuánto Don! ¡Cuánto Dios! ¡Cuánta Paz!

En el marco de una de esas confesiones escucho: “Padre, ya no tengo con qué alimentar a mis hijos. Busco trabajo y no lo encuentro. Llevo así varios días y hoy vengo a pedirle a “Diosito” que proteja a mi familia”. Así comenzó a confesarse esta persona preocupada por la vida y la alimentación de sus hijos que estaba padeciendo la desgracia del desempleo. En esa misma lacra se encuentran muchos jóvenes que están en las cunetas del aburrimiento y la desidia. Sin futuro y sin oportunidades, se lanzan a la aventura siempre incierta y arriesgada de la emigración; otros se conforman en ser manos muy barata para el trabajo en las maquilas. Son muchos los padres y madres de familia, que sacan con mucho sacrificio y a duras penas a sus familias adelante. Nada es seguro. Todo es inestable. La canasta de la compra no para de subir y no todos pueden acceder a ella.

Donde el desempleo está siendo masivo es en las maquilas (fábricas textiles) Ellas son las “todopoderosas” de la población. Sus propietarios, la mayoría extranjeros, contratan miserablemente a miles de trabajadores, fundamentalmente mujeres, cuyos derechos son mínimos y son máximas las horas de trabajo y de explotación a las que se ven sometidas. No tienen suficiente reconocimiento sanitario y salarial. El diario El Tiempo se hace eco de esta situación y así lo hace constar: “hasta trece horas al día trabajan las empleadas en la maquila. Necesitan permiso para usar los baños y las supervisoras las maltratan e insultan para que vayan más de prisa.(…) Una organización Estadounidense denunció ayer en Nueva York las condiciones laborales que sufren las empleadas de un taller hondureño que cose las camisetas de las ligas profesionales de fútbol americano (NFL), básquetbol (NBA). Los trabajadores reciben 19 centavos por cada camiseta, cuyo precio final de venta al público es de 75 $, algo así como el salario de dos semanas de una de las empleadas. A los trabajadores de las maquilas se les impide sindicalizarse” (El Tiempo, domingo 24 de Julio de 2005).

A pesar de todo esto son muchos los que esperan y aguantan en sus puertas para poder entrar aunque el sueldo no llegue a 200 euros mensuales. En estos días de Julio se están perdiendo 1.300 empleos en maquilas. Dos compañías de Choloma. Una de El Progreso y otra de San Pedro Sula han cerrado sus puertas. No hay esperanza de que lleguen nuevas empresas a estos municipios.

En la población de La Lima, en la que participé con los amigos misioneros redentoristas en anteriores campañas de evangelización celebradas en el año 2000 y 2002,  se han cerrado 16 maquilas en cinco años. La tasa de desempleo en este extenso municipio es del 36% y con tendencia a seguir creciendo. El clima laboral es de inestabilidad. No se tienen fondos para pagar muchos meses de salarios retrasados. Lo mismo pasa con los colectivos de maestros, sanitarios y otros más. Todos protestan, todos se manifiestan, todos se revelan pero casi nunca son atendidas justamente las reivindicaciones. El cierre de maquilas  está desestabilizando a muchas familias. Las madres solteras se quedan sin sustento, no llegan a poder cubrir gastos. Algunas se pasan a la prostitución, a la mendicidad, a las pandillas. Don dinero vuelve a estar en manos de unos pocos mientras otros muchos sufren las consecuencias del desempleo.

A sus 37 años Altagracia tiene que volver a buscar otro trabajo para ayudar a sus hijos. Esta madre soltera, como desgraciadamente tantas otras, lucha por la supervivencia de los suyos. Se ve en la necesidad de buscar retazos de tela, cartones, plásticos y todo tipo de cosas que otros desechan, pero que a ella le sirve para hacer trapeadores, cameras. Así compra comida, paga los estudios de sus hijos. Esta madre sabe también lo que es lavar todos los días ropa ajena para que no les falte nada a los suyos.     

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