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El Avemaría

Iris de Paz -

El Avemaria es la oración más uni­versal de la Iglesia después del Padre­nuestro. Lo es porque recordamos los principios de la redención con la Encar­nación del Elijo de Dios, y nos dirigimos confiadamente a María, la Madre de Jesús y Madre de la Iglesia. Y lo es también por­que ha sido una oración tradicional muy común desde tiempos antiguos.

Su origen

En la liturgia oriental, ya desde el siglo V, encontramos reunidas, como oración a la Virgen, las palabras del ar­cángel Gabriel a María en la Anuncia­ción (Le 1,28) y las de Isabel en la Visi­tación (Le 1,42). Poco después entrará a formar parte en la liturgia occidental. El «Santa María», propia del Occidente cristiano, no aparece hasta mediados del siglo XIV.

En el siglo XVI el Pontifical Roma­no imponía a los padrinos de la confir­mación la obligación de enseñar a sus ahijados, además del Credo y el Padre­nuestro, el Avemaria. Ello tenía sus an­tecedentes en la Edad Media. Las Insti­tuciones del Cister decían: «Que ningún hermano converso tenga libro alguno ni aprenda otra cosa que el Padrenuestro, el Credo, el Salmo Miserere y el Ave­maria».

Estructura

Los cristianos aprendemos el Ave­maria con las primeras palabras. Se reza todos los días al toque del Angelus. Re­piten el Avemaria quienes a diario o con frecuencia rezan el santo rosario. Y se reza en la recomendación del alma del cristiano.

Al rezar el Avemaria nos unimos al saludo del arcángel Gabriel, enviado por Dios, y a Isabel, inspirada por el Espíritu Santo; y también a la Iglesia, que proclama la maternidad divina de María a la par que solicita su podero­sa intercesión para el tiempo presente y para la hora de la muerte de sus hijos.

La universalidad del Avemaria no se basa, pues, en factores meramente sen­timentales, sino en la conciencia de la Iglesia acerca del único y preeminente papel de la Virgen María en la His­toria de la Salvación. Ella es la aurora del Sol de justicia. Madre del Hijo de Dios por la Encarnación, será constitui­da también Madre de la Iglesia al pie de la Cruz.

Al igual que el Padrenuestro tam­bién el Avemaria está dividida en dos partes. Y así como en la primera parte del Padrenuestro se mira a Dios y en la segunda a las necesidades del hombre, análogamente en el Avemaria la primera nos recuerda las grandezas de la Virgen, y en la segunda, apoyada en la anterior, se pide por nuestras necesidades. El Avemaria es himno de alabanza a la Madre de Dios y es súplica de inter­cesión por nosotros: cuando recitamos el Avemaria cantamos las grandezas de María y nos acogemos a su poderosa intercesión y a su corazón maternal.

El Avemaria y los santos

Los santos se han prodigado en ala­banzas del Avemaria. San Bernardo, dice: «El saludarte, oh Virgen María, es un tierno beso para ti: cuantas veces eres salu­dada, otros tantos besos recibes de tus devo­tos...». A juicio de san Alberto Magno «el Avemaria es la puerta del paraíso». Y el gran doctor de la Iglesia, santo To­más de Aquino, decía «estar dispuesto a dar toda su ciencia teológica por el valor de una sola Avemaria».

No son piadosas exageraciones; se basa en la riqueza del Avemaria, contem­plada a la luz del Espíritu Santo y palpa­da en la experiencia cristiana. El Avema­ria es una revelación de los comienzos de nuestra Redención con la Encarnación del Hijo de Dios, cuya luz se prolonga en la contemplación de la función ma­ternal de María en la Iglesia y en los fieles. El Avemaria, es oración, pero es, sobre todo, «vademécum» o compendio del misterio de la Salvación.

Madre del Redentor y Madre de la misericordia

El saludo del ángel a la Virgen nos revela que María es una criatura singu­lar: inmaculada desde su concepción y llena de gracia, por su consentimiento en la Encarnación, es llamada a ser la Madre del Hijo de Dios. Es la de la Ma­dre del Redentor. Una carrera que em­pieza en Nazaret, pero que no se consu­mará hasta el Calvario, cuando oiga de los labios de su Hijo: «Mujer, ahí tienes a tu hijo» (Jn 19,26). Desde esta pers­pectiva percibimos que se trata de una maternidad misericordiosa. La Encar­nación y la Redención no se apoyan más que en el amor misericordioso de Dios: «Porque tanto amó Dios al mundo, que le dio a su Hijo único para que todo el que crea en El no perezca, sino tenga vida eterna» (Jn 3,16).

En el Avemaria se dan cita el cielo y la tierra, la vida y la muerte, el recuerdo de Dios con la gracia y el poder del pecado en nosotros; la historia de la humanidad con sus grandezas y con nuestra miseria; el alborear de la salvación y su plenitud en María; el valor de la maternidad y el sentido de nuestra vida en Dios, trino y uno.

Recemos con fe y con cariño el Avemaria; es la oración de todos y para todas las circunstancias; es la oración incondicional que arranca de nuestra realidad más profunda: somos pecado­res. Pero siempre podremos levantar el corazón y los labios a la Reina y Madre de misericordia para suplicarle: ¡Ruega por nosotros, pecadores, ahora y en la hora de nuestra muerte!

    
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