Dorothy Day (1898 – 1980)

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"El mundo cambiará por el amor,
 no por medio de programas de gobierno"

Querida Dorothy:

    No sé por dónde comenzar. Te han considerado la oveja negra del catolicismo americano, y, sin embargo, el cardenal Cushing te definía como "una persona que tiene el valor de vivir literalmente el evangelio". Tu vida fue una búsqueda, un reto, una provocación. Te llamaban ‘radical piadosa’ y ‘anarquista cristiana’. Aprovechaste una beca para hacerte periodista, y escribías artículos incendiarios en el periódico socialista La Voz. Tu rebeldía ante lo que creías injusto te llevo once veces “a vivir entre rejas, en cuarteles de policía, casas de detención, cárceles y granjas de prisión, o como se quieran llamar”.  Esta experiencia te marcó fuertemente: "Nunca podré olvidar la profunda depresión en que puede caer el hombre por el trato de sus semejantes". ¿Cómo era tu mundo interior cuando a los 21 años te hiciste enfermera, a los 22 te reintegraste al periodismo como reportera judicial y simultáneamente posabas como modelo para estudiantes de arte, o cuando conociste la terrible experiencia del aborto?

Ciudad Redonda. Un lugar para compartir lo que somos.     Durante muchos años creías, pero no sabías en qué. Sin embargo uniste tu vida a la de Forster, un radical liberal que no quería saber nada acerca de la fe. ¿Qué ocurrió para que te fueras acercando cada vez más a Cristo y "como todas las mujeres que aman", quisieras "estar unida a tu amor"? Cuando el 28 de diciembre de 1927 eres recibida en la Iglesia Católica encuentras “un cuerpo con el que amar y moverse, amar y alabar. Encontré la fe. Me convertí en un miembro del Cuerpo Místico de Cristo”.
 
    ¿Qué sentiste cuando Forster no supo interpretar esta experiencia, ni aceptó el bautismo de vuestra hija ni menos el tuyo y fue imposible evitar vuestra separación? Tu respuesta es significativa: "Nunca sabremos lo que sucede con nosotros. Si lo supiéramos no lo resistiríamos". 

    Providencialmente, el encuentro con Peter Maurin te ayudó a dar cauce a tu sensibilidad en favor del mundo obrero. Me imagino tu emoción cuando el 1 de mayo de 1933 viste el primer número de Catholic Worker que ‘regalabais’ por un centavo. Aquello fue una bomba. Los 2.500 ejemplares del primer número se habían convertido a finales de año en 100.000. Luego, fueron aumentando. Y medio siglo después seguía vendiéndose al mismo precio de un centavo, cuando ya no era sólo un periódico sino un Movimiento que combatía en primera línea en favor de la justicia social. Así lo hacía constar el New York Times, que te presentaba, con ocasión de tu muerte en 1980, como "militante de la no-violencia, de una luminosa personalidad".
 
    En tu jugosa autobiografía La larga soledad, pudiste reconocer limpiamente: "Hemos vivido con los pobres y los obreros, no sólo por encontrarlos en las calles sino por largos años de convivencia en los tugurios, en cuarteles alquilados y en nuestras casas de huéspedes “.
Eso te permitía decir otras cosas sin ser tachada de espiritualista. Por ejemplo: "Quiero ser santa, aunque sé bien que sólo puedo ser una pequeña santa". O también: "El mundo cambiará por el amor, no por medio de programas de gobierno". Aunque, para decirlo todo,  no faltaron quienes durante la Segunda Guerra Mundial te ‘tachaban’ de pacifista y de tener miedo al sufrimiento y a las privaciones. No necesitabas defenderte, pero sí dejar clara la causa por la que tú, Peter y otros colaboradores estabais dando la vida. Tu respuesta era irrebatible: “Dejemos a los que hablan de suavidad y sentimentalismo que vengan a vivir con nosotros a las casas frías y sin calefacción de los suburbios.

    Dejémosles que vengan a vivir con los criminales, enfermos, borrachos, degradados, pervertidos.  Dejémosles que vengan a vivir con las ratas, bichos, chinches, cucarachas, piojos. Dejemos que su piel se congele de frío, se pudra por la suciedad, por los bichos; dejemos que sus ojos se mortifiquen al ver excrementos humanos, miembros (ojos, narices, bocas) mutilados”.

    En tu ochenta aniversario no te faltó la felicitación del Papa. Y tres años después, en tu requiem -como escribía Newsweek- no hubo lágrimas, sino sólo aleluyas por tu larga y luminosa vida. Hoy ya eres ‘sierva de Dios’ y  tu proceso de canonización sigue adelante. ¿Llegará  un día en que podamos invocarte como Santa Dorothy Day, patrona de todos los mendigos, los sin techo y los toxicóamanos del mundo?     

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