Castro y los católicos.

22 de febrero de 2008
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El hombre que ha liderado Cuba desde 1949, y que se esperaba que permaneciera en su cargo hasta su muerte, deja la presidencia. Las relaciones de Fidel Castro con la Iglesia fueron siempre más complicadas que lo que se esperaría en esta especie de “devoto” comunista.

    El sentido de Fidel Castro de su propia inmortalidad, legendario durante sus 49 años como líder cubano, nunca quedó en mayor evidencia que en algunas de sus actitudes respecto a la Iglesia Católica. Se dice que sus consejeros le tuvieron que recordarle más de una vez que el catolicismo ha sido una fuerza muy importante en Cuba por casi medio milenio y lo seguiría siendo después de que el "Comandante en Jefe" se hubiera ido, así que era mejor comenzar a llevarse bien con esta realidad. Castro está aún vivo, pero su decisión de esta semana de dimitir de su rol de presidente todavía es una sorpresa para muchos que esperaban que no soltara el poder hasta el día de su muerte.

Ciudad Redonda. Un lugar para compartir lo que somos. Las relaciones de Castro con la Iglesia han sido complejas y ambiguas. Es cierto que cualquier visitante del Santuario de Nuestra Señora de la Caridad, la patrona de Cuba, se puede encontrar las devotas ofrendas y regalos que su madre, Lina Ruz, hizo a la Virgen como respuesta por salvar la vida de su hijo durante el conflicto guerrillero. Uno de los más cercanos ayudantes de Castro, promovido a comandante durante la campaña de la Sierra Maestra, fue el sacerdote católico Guillermo Sardiñas, con quien el siempre mantuvo una profunda amistas durante toda su vida. Después del arresto de Castro en el levantamiento fallido en 1953, éste mantuvo su vida y su libertad  gracias a las garantías del Arzobispo de Santiago, Enrique Perez Serantes.

Tanto como brillante estudiante de los Hermanos de la Escuelas Cristianas, como después entre la élite del colegio jesuita Belem de la Habana, Castro siempre conservó un importante respeto por la austeridad, el rigor, la disciplina y el sacrificio de uno mismo aprendido de sus maestros. En 1980 Castro sorprendió a sus camaradas en su discurso en el congreso del partido en el que puso como ejemplo a una religiosa, Sor Fara, una Hija de la Caridad que fundó una hogar para discapacitados, como modelo a imitar por el buen comunista. Entre los lugares a ver por cualquier visitante de Cuba  están los hogares de ancianos y los centros de día regentados por comunidades religiosas pero fundados por el estado.

Pero la revolución cubana y las relaciones de Castro con la Iglesia fueron víctimas de su tiempo. Cuando Castro y su guerrilla armada entraron triunfantemente en La Habana el 1 de Enero de 1959, los vientos del Concilio Vaticano II no habían soplado sobre la Iglesia. Este era un tiempo en el que Roma amenazó a los católicos italianos bajo pena de excomunión, si votaban al partido comunista. La emergencia de la Teología de la Liberación en América Latina y su compromiso con la Justicia Social sucedió décadas después.

Así que mientras algunos comentaristas insisten que la revolución y el “Movimiento 26 de Julio” de Castro (llamado así después de ataque fallido aquel día al cuartel de Santiago en 1953) fueron universalmente populares, otros cercanos a la Iglesia recuerda los primeros años de la revolución no como una luna de miel sino como un tiempo de mutua desconfianza. Uno de los primeros actos del Gobierno fue la nacionalización de la educación, que llegó como un viento cruel a la Iglesia Católica, que en Cuba, como en otras partes de América Latina, no posee ni grandes riquezas ni tierras, sino un sistema de escuelas privadas de primera clase, aunque elitista.

La implicación de unos pocos sacerdotes católicos en el desastre de la invasión de Bahía de Cochinos  en 1961, seguido de la declaración de Castro de que el Estado cubano tenía que se a la vez socialista y ateo, marcaron el final del corto periodo inicial de tolerancia, y  se cambió en confrontación, con la Iglesia ayudando a los cubanos a escapar al exilio en los Estados Unidos. El estado suprimió la Navidad, restaurando la festividad sólo en 1997. Después de la Invasión sólo los católicos, sino todos los creyentes fueron estimados por el gobierno como no adecuados para pertenecer al Partido Comunista, y fueron barridos de actividad de servicio público. En este periodo se crearon las “Unidades militares de ayuda a la producción” – las conocidas “Umaps”- que eran campos de trabajo para elementos “antisociales”, incluyendo mendigos, pequeños delincuentes, homosexuales e incluso seminaristas.

El Cardenal Jaime Ortega, Arzobispo de La Habana durante las últimas tres décadas, pasó 18 meses en un Umap que fuera cerrado por órdenes directas de Castro. Durante las siguientes dos décadas se intentó que la Iglesia Católica se convirtiera en invisible denegándole cualquier manifestación pública religiosa.
De cualquier manera, fue la Iglesia latinoamericana la que causó un profundo impacto en Castro. La “opción por los pobres” abrazada en 1968 por la conferencia de Obispos latinoamericanos en Medellín, Colombia, trajo un tiempo en el que Castro se convirtió en amigo cercano del obispo mejicano Sergio Méndez de Aceo. En 1985 la publicación “Fidel y la Religión”, una serie de conversaciones entre Castro y Freu Betto, un fraile dominico brasileño, fue en Cuba un bestseller durante meses.

Ciudad Redonda. Un lugar para compartir lo que somos. En el mismo año, la Iglesia celebraba el final de dos años de proceso de reflexión interna en el Encuentro Nacional Eclesial, en el cual se comprometió a encarnarse en el pueblo de Cuba y a renovar su propósito misionero. La confrontación y el silencio se convirtieron en diálogo y un cierto nivel de cooperación. Con éxitos y pasos a atrás, el proceso comenzó con la visita de Castro a Roma en 1996 y la visita del Papa Juan Pablo II a Cuba en 1998.

El cambio más significativo de este proceso fue tras la caída del muro de Berlín en 1989, el cual hizo que en Cuba  floreciera una mentalidad de “aislamiento” después de perder su mayor aliado comercial en el bloque socialista. La izada de bandera para que los católicos pudieran ser miembros del partido comunista sucedió en 1991, lo cual fue visto como un gesto demasiado pequeño y que llegaba demasiado tarde, pero como resultado de él, muchos miembros del partido hicieron públicas sus creencias católicas.

Por su parte, la Iglesia Católica tiene un largo recorrido de dolor para evitar la confrontación. Si ha habido problemas con el gobierno ha preferido tratar con ellos en privado,  más que permitir a los enemigos de Cuba –particularmente las sucesivas administraciones norteamericanas- que usar la Iglesia como un palo para sacudir al régimen. Los líderes eclesiales han sido claros en su unánime condena de el boicot comercial y generalmente han sido discretos en sus bien fundadas críticas. Los líderes futuros de Cuba encontrarán en la Iglesia un valioso aliado  en sus esfuerzos para hacer una pacífica transición a la democracia, y evitar una no querida intervención de los Estados Unidos en el país.

(Traducido por Ciudad Redonda, del semanario de información religiosa “The Tablet)     

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