Capítulo II : Tierra de calvarios

11 de septiembre de 2007
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    La realidad es la que es; no es la que nos gustaría que fuera, la que soñamos  o la que anhelamos. Una de las realidades de los ciudadanos hondureños es la suma de muchas frustraciones, un aumento constante de injusticias y pobrezas, una juventud con bajos niveles de escolaridad y altos índices de adicciones, sin oportunidades, hambrienta, sin familia, que no tiene futuro y que cae presa de las pandillas, de la vagancia, de la desidia, de las drogas, de todo tipo de alienaciones, que huye desesperadamente indocumentada a los Estados Unidos fracasando muchos en el intento y terminando en presidios, burdeles o de vuelta a casa. Una realidad que nos muestra una ausencia de valores morales, una carrera imparable de violencias y corrupciones con largos años de impunidad, de crisis económicas, de catástrofes naturales, de altos costos de vida que castigan a una población que no para de crecer y de soportar graves déficit sanitarios. Enfermar es peligroso y  poder salir de una enfermedad es un lujo que no todos pueden alcanzar.
Estos serán algunos de los calvarios que iré desgranando de una manera generalizada. Junto a las lamentaciones hablaré también de las bendiciones, de los hombres y mujeres buenos, bondadosos, generadores de vida. Son la tierra buena que ha dado fruto, que ha germinado en bien para muchos. Son los bienaventurados, los que trabajan con ahínco por su tierra, sus familias, sus proyectos. Son los capaces de mantener la lucha y la lámpara encendida, los que no se dejan corromper y siguen creyendo en la justicia y la verdad. La sencillez de estos hombres y mujeres es posible descubrirla en todo su esplendor en la autenticidad de sus palabras, de sus rostros, de sus empeños, sacrificios y entregas, porque no hay nada que la empañe. En el encuentro y comunicación con estas personas uno advierte que tiene que descalzarse por estar pisando tierra sagrada. Con todas estas personas se está muy lejos de la ambición y la avaricia, de la rivalidad y del egoísmo, y muy cerca de los que saben generosamente compartir lo que son y lo que tienen con suma simplicidad.
Ciudad Redonda. Un lugar para compartir lo que somos.
Han sabido también vencer la tristeza y negatividad que tantas veces ha visitado sus vidas. Son de “una pieza”, en ellos “no hay  engaño”. Levantan cada mañana la esperanza y aprenden a “amanecer en la gran luz de la misericordia”.

Cuento con el gozoso privilegio y estremecimiento de haber sido testigo de tantos calvarios y de tantas tierras buenas, de tantas sombras y de numerosas experiencias luminosas que me han ido acompañando en la preparación de la Misión Popular. Ahora comenzaré parcamente a relatar los hechos y las vivencias que se me han regalado y procuraré ofrecer lo más fielmente posible la experiencia vivida y guardada “cuidadosamente en el corazón”. Nos irán acompañando las noticias de los periódicos y las noticias en vivo con los propios protagonistas. A todas ellas les hacemos un espacio y así ensanchamos la tienda del encuentro.     

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