Ayudar en silencio

6 de julio de 2005
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\'\'El Maestro tomó la palabra y les dijo: Dos hombres habitaban en un mismo pueblo. Uno tenía fama de santidad porque a todas las horas del día y de la noche acudía al templo, e inclinándose una y mil veces, rezaba muchas plegarias. Cuando llegaban las grandes solemnidades él era el primero en entrar al templo con su mejor traje, y el último en salir. De todo lo que tenía daba, como mucho, un diezmo, para acallar su conciencia y quedar bien delante de los demás.El otro hombre no tenía fama de santidad porque no pisaba el templo, ni acudía en las grandes solemnidades. Todos lo miraban con desprecio y decían: \»¿Acaso éste no cree en Dios?\» Y levantaban una y otra vez blasfemias contra él y su casa. Pero os diré algo que él nunca contó a nadie: Todos los días, al amanecer, recorría las calles del pueblo para, en silencio, descrubrir alguna necesidad. Mientras andaba, iba rezando en el corazón por todos sus hermanos del pueblo, para que tuviesen fuerzas y superaran los problemas que les trajera el día. En el silencio y anónimamente, prestaba su ayuda a quienes la necesitaban y daba sus palabras de ánimo y consuelo a aquellos que se las pedían. Después iba a su trabajo y se decía: – Tendré que echar algunas horas extra para pdoer socorrer a más hermanos… Y los días de fiesta me acercaré a los pueblos de alrededor para atender alguna necesidad. Y en silencio así lo hacía. El Maestro concluyó:En verdad os digo que éste último no necesita ir al templo porque el templo es \»él mismo\». Pero el primero, ¡cuántas veces tendrá que andar el camino de su casa hasta el templo para aliviar los remordimientos y las intranquilidades de su conciencia!     

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